Alonso Salazar Jaramillo no publicaba un libro desde 2017. Desde que fue alcalde de Medellín (2008 - 2012) le resultan difíciles las presentaciones y entrevistas que hacen parte de lanzar una nueva obra, pero ahora, cuando su último libro se trata de la historia de Fabiola Lalinde (a quien le desaparecieron a su hijo en los años ochenta), la experiencia es distinta, casi un gozo.
“En lo personal, después de que tuve un retiro de la vida política, permaneciendo en la sombra –en la que me siento muy cómodo– estos escenarios que implican abrirse otra vez al mundo, y a mucha gente, me hacen sentir muy novato, pero con Fabiola de la mano voy mucho más tranquilo”.
El periodista, escritor y exalcalde de Medellín presentará su nuevo libro El largo vuelo del Cirirí, este martes 10 de septiembre a las 6:00 de la tarde en el salón Humboldt del Jardín Botánico con Dany Hoyos como moderador.
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Salazar ha narrado las historias de esa Medellín convulsa, violenta y temeraria en libros como No nacimos pa’ semilla o los claroscuros de uno de los peores criminales de la historia en La parábola de Pablo. También escribió la biografía del político Luis Carlos Galán Sarmiento en Profeta en el desierto, pero para él, esta nueva biografía, la de Fabiola Lalinde, que ha catalogado como una vida “dolorosamente bella”, es todo un ejemplo de vida.
Antes de esta presentación conversó con EL COLOMBIANO sobre las largas horas de trabajo que utilizó para construir esta historia y lo que significa volver a estar en el ojo público.
¿Cómo nació la idea de escribir esta historia en particular?
“Yo conocí a Fabiola Lalinde en los en los años 80, estudiaba en la Universidad de Antioquia y asistimos –en esos tiempos del doctor Héctor Abad Gómez– a marchas de derechos humanos.
Su hijo Luis Fernando desapareció o lo desaparecieron en 1984 y ella empezó una búsqueda que la proyectó de muchas maneras nacional e internacionalmente.
Después de que publiqué No nacimos pa’ semilla quería escribir un relato de mujeres porque parecía que solo era temas de violencia relacionado con hombres y seleccioné una serie de personajes: una juez, una guerrillera del M-19, una chica que había ido de mula al Japón, en fin, y escribí el libro Mujeres de fuego y allí aparece un capítulo de Fabiola Lalinde que se llama Operación Cirirí, pero era el preámbulo de lo que fueron sus grandes realizaciones porque en ese momento no había ni siquiera logrado identificar a su hijo, así que esa era como una tarea pendiente que yo tenía, conversé con ella varias veces a lo largo del tiempo y no sé si dos o tres años –cada vez me cuesta más escribir–. Me dediqué a repasar todo lo que tenía de reportería y hacer más, sobre todo con su propia familia y creo que quedó un documento bonito de esa vida tan significativa”.
Acabó de decir que cada vez le cuesta más escribir, ¿por qué?
“Nunca he sido muy veloz para escribir como algunas personas, pero me imagino que los años también lo van haciendo un poco más lento a uno. El hecho de escribir no ficción hace que uno tenga que sustentar hasta los suspiros, entonces es mucho más dispendioso, pero bueno, hasta ahora no he querido alejarme de este género de biografías, a través de las cuales he ido contando en parte la historia de Colombia”.
Eso escribió hace poco en redes, que escribir biografías era su manera de narrar el país...
“Sí, especialmente cuando fueron libros sobre una sola persona, circunstancia que inaugure con Pablo Escobar, pero también después con Luis Carlos Galán Sarmiento. Escribo la vida de ellos contextualizando siempre los momentos históricos por los que fueron pasando, y desde luego este libro de Fabiola Lalinde nos lleva a este fenómeno que llamaron de la guerra sucia con sus tandas de desaparecidos que empezó a crecer desde los años 80. Yo trato de ir dibujando todo ese contexto. Esto fue en el proceso de paz de Belisario Betancur en el que se que se desapareció a Luis Fernando Lalinde (hijo de Fabiola) y en ese tiempo él era el desaparecido 300.
La Comisión de la Verdad dijo que en Colombia somos 120.000 –no sé porque hablo en la primera persona del plural– pero somos 120.000 desaparecidos”.
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¿Por qué quienes no la conocieron deben enterarse de la historia de Fabiola Lalinde hoy?
“Primero por que es una vida, en sí misma, muy virtuosa. Ella era una secretaria en Almacenes Ley, una mujer que se mantenía lejos de los temas políticos, de clase media, separada y sin embargo transformó su vida para lograr encontrar los restos de su hijo y después, unos años más para identificarlo. Es meritorio que una mujer haya tomado esas decisiones y que haya tenido los logros que tuvo. Desde el punto de vista político diría que enfrentó al estado de manera radical exigiendo y diciendo que no entendía como podía haber desaparecido su hijo después de estar en manos del ejército, pero muy importante para ella fue decir siempre que no estaba de acuerdo con la violencia contra el Estado.
Ella nunca fue reactiva negativamente en ese sentido, sino que se definiría como ciudadana, como contribuyente y presentaba sus derechos. El otro aspecto que a mí me fascina mucho de ella es que en un país donde los de derecha dicen que los de izquierda no tienen derechos y viceversa, ella en algún momento dijo: ‘yo lo que soy es líder del partido de las mamás’, que fue su manera de decir que bajo su ‘Operación Cirirí’, que fue su programa de lucha, cabían las madres de los paramilitares, de los guerrilleros y de los miembros del Ejército y yo creo que es la mujer que más claramente ha planteado la universalidad de los derechos humanos”.
Ella era consciente de ese poder que logró como madre en ese contexto...
“Yo no sé en qué momento exacto puede darse esa conversión entre lo que fue y lo que llegó a ser, supongo que inicialmente tenía un programa que pensaba iba a ser de una semana o unos meses porque había cierta claridad de dónde estaba el cuerpo de su hijo, pero quien la terminó obligando a perseverar fue el propio ejército y quien la convirtió en figura internacional fue el doctor Héctor Abad Gómez, porque ese fue el primer caso que se presentó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que condenó al Estado colombiano por la desaparición y muerte de Luis Fernando Lalinde, pero la potenciaron aún más los militares cuando le hicieron el montaje de cocaína acusándola de traficante y la llevaron a la cárcel donde estuvo 15 días. Ella siempre repitió, a lo largo de su vida, que fueron los días más productivos de su vida y que estando allí fue que craneó toda su estrategia que terminó llamando ‘Operación cirirí’ y en la que dijo ‘salí libre a enfrentarme a lo que viniera’”.
El cirirí es ese pájaro que ella recordaba de su niñez, cuando los gavilanes cazaban los pollitos y el cirirí los defendía, ¿usted tuvo claro el nombre del libro desde el principio: El largo vuelo del cirirí?
“Ese es un sello muy personal, lo que más la define a ella es ese término de la Operación Cirirí. Ella tuvo conciencia de eso en la cárcel, porque repasó su infancia y entonces empezó a decir ‘bueno a mi hijo lo desaparecieron en la operación cuervo, a los otros en la operación centella’ y recordando la imagen del pequeño cirirí dijo que su estrategia no violenta para recuperar a su hijo se iba a llamar así. Ella se fue cualificando mucho, se volvió una activista de los derechos humanos y construyó un archivo que al final de la vida le dio un reconocimiento la Unesco como un archivo de patrimonio de América Latina y se convirtió en una institución con una terquedad y una autonomía impresionante. Se peleó mucho con gente que quería al mismo tiempo apoyarla y manipularla y ella muy plantada”.
En el proceso de escritura con tanta información, cómo lo organiza todo...
”No es fácil responderlo porque uno va dando muchas vueltas a medida que va escribiendo. En este caso yo tenía una base de partida que fue la que sistematice en el artículo que se publicó en el periódico EL COLOMBIANO al momento de su muerte y sobre esa base de una narración original completa empecé a ubicar dónde estaban las partes en las que había que profundizar, entonces empecé a hablar mucho con su familia, con sus hijos, con sobrinas que estuvieron muy cerca de ella, pero había la historia del hijo, Luis Fernando Lalinde, el desaparecido. Empecé a rastrear gente que lo hubiera acompañado en la lucha revolucionaria en ese tiempo y con ellos terminé de armar ese contexto en el que él desapareció porque a él lo desaparece el ejército en pleno proceso de paz del gobierno de Belisario Betancur cosa que puede hacer más grave políticamente esa desaparición.
Luego yo tengo un sistema y es consultar mucho fuentes escritas, no se puede desaprovechar eso, pero al final para que sea un relato con cierta originalidad tiene que estar guiado mucho más por lo que uno descubrió, no por lo que ya se conocía, aunque la gente va a encontrar en este texto una parte conocida de esa historia y luego unas cosas inéditas”.
¿Qué fue lo que más lo sorprendió?
“El hecho de que la hayan declarado como una forense innata en Colombia, como una precursora de las Ciencias Forenses porque ella fue a Venezuela y por allá conoció a un señor gringo, Snow, un hombre que lo describía todo el mundo como si fuera un Indiana Jones, experto en identificar el cadáveres, restos históricos y ese señor llegó a Argentina y los primeros juicios contra los militares allá fueron con pruebas que él entregó y él predicaba mucho que los huesos hablaban y había que saberlos escuchar. Fabiola con esas técnicas fue aprendiendo y vino a buscar a su hijo en los montes de Ventanas donde había desaparecido. Cuando se creía que ya todo estaba resuelto, después de seis años de lucha que ella tenía a la mano unos huesos de él, los militares decidieron que no, que tenía que hacerse una prueba genética para poderlos identificar y la ciencia la derrotó, porque el Señor Yunis, que era el padre de la genética en Colombia, dijo que existía un 99% de probabilidades de que ese no fuera el hijo de Fabiola Lalinde. Entonces, ¿qué hace una mujer cuando la ciencia le dice que ya no hay nada más que hacer? Ella no se resignó y empezó a buscar dónde y cuándo en el mundo se hacían exámenes de genética que tuvieran validez, que fueran reconocidos y se gastó cuatro años más entre buscar quiénes podrían hacer esos exámenes, lograr que se los hicieran y traer los resultados para devolverle –lo que ella decía– la dignidad a su hijo. Ella construyó muchas frases como ‘la identidad es sinónimo de dignidad’”.
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¿Qué otras frases de ella recuerda?
“Frases y figuras, como la del partido de las mamás. A ella empezaron a llamarla en algún momento la madre de la memoria, pero también soltaba sus frases categóricas diciendo, por ejemplo: ‘yo, a estas alturas de la vida, no me arrodillo porque las rodillas se me pelan muy fácil, prefiero continuar de pie’”.
¿Qué le ha dicho la familia sobre el libro?
“Yo tengo una costumbre: yo no hago biografías oficiales, si yo hubiese tenido alguna controversia con los hijos, pero estuviera seguro de lo que estaba diciendo, pues probablemente no hubiera hecho modificaciones, sin embargo, tengo la costumbre de enviarle borradores de mi libro a las personas que me han contribuido a la narración, porque finalmente uno tiene en las manos la vida de ellos, pues la de Fabiola, pero en este caso el libro también va muy tejido a la vida de los hijos y por fortuna les gustó, les parece que es un homenaje bonito para su madre y me hicieron una serie de correcciones formales, no trascendentes. Eso lo hice tanto con los hijos como con los guerrilleros que me contaron la historia, igual con las sobrinas que fueron apoyo para ella”.
Y hablando del escritor, de ese de volver a sentarse en una Fiesta del libro y presentar este texto, ¿cómo se siente?
“Yo he dicho por ahí que me gusta mucho más hablar de Fabiola Lalinde que de Pablo Escobar; su vida puede ser infinitamente meritoria y aunque no me arrepiento de haber hecho una biografía sobre Pablo Escobar, con ella me siento muy cómodo por la dignidad de su lucha, por su honestidad. En lo personal después de que tuve un retiro de la vida política, me he ido como a la sombra –en la que me siento muy cómodo–, entonces a veces en los escenarios que implican abrirse otra vez al mundo y a mucha gente a veces me siento muy novato, pero con Fabiola de la mano voy mucho más tranquilo”.