El 7 de abril de 1994 la humanidad recordó que el infierno está a un paso de distancia. Desde esa fecha y hasta mediados de julio, Ruanda –un país del oriente de África– se convirtió en el escenario de un genocidio. Los hutus asesinaron a más de ochocientos mil tutsis y desplazaron a casi cuatro millones. Todo esto ocurrió ante la lenta mirada de las potencias occidentales y fue narrado en directo por la televisión y las emisoras del mundo.
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En medio de ese baño de sangre, Dydine Umunyana Anderson tenía cuatro años. Ahora, en la mitad de sus treinta, es la autora de Abrazar la vida: así sobreviví al genocidio tutsi en Ruanda, un relato sobre las facetas más oscuras de la humanidad. Editado por Artimaña y la Universidad de Cartagena, el libro será presentado a las 6:00 p.m. en el Auditorio 1 (piso 2) del Edificio de Extensión, de la Universidad de Antioquia. En el acto estará presente la autora, que conversará con el periodista Ángel Unfried.
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En una pasada visita a la ciudad, Dydine conversó con EL COLOMBIANO. En este entonces recordó que el genocidio partió en dos la historia de su país. “Así como por la covid-19 la gente empezó a hablar de la prepandemia y la pospandemia, así pasó en Ruanda: hubo un antes y un después del genocidio”. Y no es para menos: el genocidio es la práctica más brutal que la humanidad ha inventado –padecido– a lo largo de la historia. Se trata de la eliminación sistemática de un sector de la población sin otro argumento que el de la raza o el de la pertenencia a un grupo étnico.
Casi siempre lo ejercen fuerzas militares contra poblaciones con menores avances tecnológicos o con tradiciones menos belicosas. Aunque no es el último que ha ocurrido, el genocidio de Ruanda dejó una honda huella en la opinión pública. Y esto fue así porque los medios noticiosos reportaron los acontecimientos casi que mientras ocurrieron. Sin embargo, Ruanda no solo ha sido un hito en la historia del terror. También ocupa un lugar en los estudios académicos sobre los procesos de perdón y justicia.
“Esta es la primera vez en Ruanda que hemos tenido casi tres décadas sin guerra”, dijo Dydine. Para lograr que la violencia no fuera un espiral que lo arrastrara toda la sociedad ruandesa –cuenta la escritora– debió despojarse de los naturales deseos de venganza y hacer un pacto social para pasar la página. “Se tomó la decisión de emprender un conjunto de acciones políticas que repararan el tejido social. A los diez años del genocidio, el presidente decidió hacer un acto público de perdón a partir de ceremonias en las que los perpetradores pidieron perdón públicamente”, contó la autora.