Víctor Gaviria dice sentir nervios por la publicación de Órbita de cosas olvidadas, el libro que reúne se trabajo poético entre 1978 y 2024. Y los siente porque en sus películas el lente está puesto hacia afuera, enfoca las periferias urbanas, las secuelas del narcotráfico en Medellín. En cambio, sus versos tratan de sus familiares, de sus caminatas, de él mismo. Así las cosas, sus películas -documentos de la historia local de los últimos treinta años- no le hacen sentir la vulnerabilidad que sus poemas sí.
Hay un poema –Cuando converso con los muchachos– que resume el arte poético de Víctor Gaviria. Allí el poeta habla del universo de los personajes de sus películas, para los que la “plata” es algo que alguien les esconde y por lo que vale la pena jugarse el pellejo. Ese poema es el resultado del encuentro de dos de las sensibilidades de Medellín: por un lado, está la del poeta de clase media, que vive en un barrio tradicional y fue a la universidad, y, por el otro, la de los muchachos que crecieron en las periferias. Además de este rasgo, dicho poema está escrito en un tono de conversación, de charla entre amigos.
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En su biografía, la poesía estuvo antes que el cine...
“Sí, yo entré a la Universidad de Antioquia a estudiar psicología y de pronto por un hermano mío, que es alumno de Elkin Restrepo, leí en el apartamento de Elkin 30 poemas que había escrito en esos días. Elkin se emociona con esos poemas, que son parte de mi primer libro Con los que viajo sueño, y me invita a estar en la revista Acuarimántima. De un momento a otro estoy yo en el consejo de redacción, donde están José Manuel Arango y Elkin Restrepo, que serían tan importante para mí, por su amistad y su poesía. Está también Jaime Alberto Vélez, luego entra Juan José Hoyos, y está Helí Ramírez.
Y, en cierto sentido, caí yo muy bien ahí, porque era una revista que no rompía con la tradición, no fue la típica revista que empieza rompiendo con toda la poesía anterior. Estos amigos amaban mucho a Porfirio Barba Jacob, tanto que toman para el nombre de la revista una palabra de él. Ellos amaron la gran poesía colombiana”.
¿Cuáles fueron esos poemas o esos poetas que en ese momento de su formación marcaron su tono?
“Los poemas de mis inicios están marcados por la lectura de Álvaro Mutis, pero también mucho por la poesía nadaísta. Incluso siguen siendo un poco como paradigma para mis poemas. Y leía mucho en esa época también a Octavio Paz, al Neruda de las Odas elementales y, en general, esa poesía americana: William Carlos Williams, Edgar Lee Masters con sus poemas de epitafios”.
¿Cómo le fue en el proceso de volver a sus primeros poemas? ¿Encontró afinidad o distancias con el Víctor Gaviria de esa época?
“Fue extraño, porque me acordé de cómo vivía yo la poesía. Yo guardada las emociones y las cosas muy íntimas. Entonces, en ese momento, tuve la experiencia de darme cuenta de que vivía todo era a través de la poesía. Todos mis poemas son así. Volver a leerlos fue duro, porque me acordé de todas esas cosas. Pero al mismo tiempo, me di cuenta que la poesía me impulsaba a salir de mí mismo, me liberó. El cine también me ayudó en eso, a estar en un arte colectivo, con amigos, mirando para afuera”.
El cine, entonces, fue una evolución natural desde la poesía...
“Sí, el cine me liberó de mí mismo, de alguna manera. Hacer películas con amigos, en grupo, con actores, en lugares importantes para las películas. Si ves mis poemas, muchos son como pequeñas secuencias, tienen personajes, crónicas. Me gusta una poesía que no sea difícil, una poesía que te invite a entrar y a sentir algo”.
¿Cuál fue el proceso de edición del libro?
“Fue interesante, porque Camilo Jiménez, que organizó la antología, tenía una idea muy clara: no íbamos a sacar ningún poema. Él veía una cohesión muy grande entre los primeros poemas y los últimos, y organizó el libro de manera que se recorre la historia del poeta hasta llegar a lo más rudimentario, esa etapa en donde el poeta está descubriendo sus temas y formas”.
El libro cierra con poemas inéditos ¿Cómo ha sido ese proceso de seguir escribiendo poesía sin publicarla? ¿Qué podemos encontrar en estos poemas?
“Sí, Camilo me pidió que incluyera esos poemas para mostrar en qué ando ahora como poeta. Aunque me sentía un poco nervioso, algunas personas que los han leído me han dicho que, aunque sean del mismo poeta, tienen más capas de sentido. Enriquecen los poemas anteriores, y eso me ha gustado.
Hay un poema, por ejemplo, que se llama Deshaciendo los pasos, que trata sobre esa creencia que tenemos de que algún día volveremos a pasar por los lugares donde vivimos. Es un poema desolado, porque muestra cómo esos recuerdos son a veces nebulosos, como si estuviéramos distraídos de nuestras propias vidas. También es un balance de mi vida, de alguna manera”.
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Escuchándole, me parece que la poesía fue su primer amor y el cine vino después, como una pareja con la que se casó después. ¿Es así?
“La poesía y el cine están muy implicados el uno con el otro. Para mí, este lanzamiento del libro es como volver a ese primer amor, como dices. Durante muchos años, sentí que en mis películas, la gente no veía dónde estaba yo, me decían que parecía ausente. Pero, en realidad, estaba allí, solo que mi subjetividad estaba más presente en la poesía que en el cine. Cuando me hicieron una retrospectiva en México hace unos años y me pidieron que leyera mis poemas junto con mis películas, fue como un alivio. Descubrí que esa subjetividad de la que hablo está en la poesía”.
¿Cómo ha cambiado la forma de escribir poesía con el paso de los años?
“Mi manera de escribir poemas no ha cambiado mucho. Si lees el libro, verás que sigo una misma línea. Mi método es similar al que uso para hacer películas: recojo relatos de la vida cotidiana. Mis películas son conversaciones, recolecciones de voces que me cuentan historias. A veces, esas historias se convierten en poemas. Me gusta recoger cosas de la vida cotidiana, como acompañar a alguien en la calle o escuchar a los hijos de las vendedoras de rosas. Esos momentos, para mí, son como poemas que van apareciendo en la vida diaria”.
En su cine, ha sido usted uno de los constructores de la imagen de Medellín, desde la violencia hasta la periferia. ¿Cómo ve esa responsabilidad de narrador de la historia de la ciudad?
“Es algo que siempre he querido hacer de manera más orgánica y profunda, pero hacer películas es muy difícil. Aun así, en cada película recojo tantas voces e historias que superan el relato de la trama. Creo que mis archivos son mejores que mis películas. He grabado relatos de prostitutas en Guayaquil, de personas que construyeron su primera casa en los barrios de invasión... Esos relatos están ahí, esperando ser contados. Muchas veces siento que esta ciudad está llena de historias que aún no se han contado”.
