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Pink Floyd, la militancia de la música

Desde mediados de los setenta, el trabajo del grupo inglés ha asumido posturas críticas respecto a la guerra.

  • David Gilmour y Nick Mason (centro de la foto) son los miembros originales de la banda. Roger Waters también se pronunció contra la guerra. FOTO THE GUARDIAN.
    David Gilmour y Nick Mason (centro de la foto) son los miembros originales de la banda. Roger Waters también se pronunció contra la guerra. FOTO THE GUARDIAN.
18 de abril de 2022
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Tras veintiocho años de no lanzar material nuevo, Pink Floyd –una parte de la nómina original– subió el ocho de abril a su cuenta de Youtube Hey, Hey, Rise Up!, una canción de poco menos de cuatro minutos. El guitarrista David Gilmour y el baterista Nick Mason acompañan la voz de Andriy Khlyvnyuk en la interpretación de un himno de protesta ucraniano compuesto durante la Primera Guerra Mundial. Por supuesto, el tema destila el sonido de los Floyd: música atmosférica que adquiere densidad por el virtuosismo de Gilmour. El video –filmado por Mat Whitecross, quien ha dirigido trabajos para The Rolling Stones y Coldplay– alterna escenas tomadas de los despachos noticiosos sobre el avance de las tropas rusas con cortes de la banda en un escenario dominado por los colores de la bandera de Ucrania. Las refriegas bélicas en esta parte de Europa de Este rasguñan el corazón de Gilmour: parte de su familia –una nuera y nietos– es originaria de regiones hoy ocupadas por el ejército de Putin. “Nosotros, como tantos, sentimos la furia y la frustración de este vil acto contra un país independiente, pacífico y democrático que es invadido y cuyo pueblo es asesinado por una de las potencias mundiales”, dijo en el mensaje que acompañó al video.

La ausencia es una herida en la discografía de Pink Floyd. La figura de Syd Barret –maltrecha por los excesos de las drogas y la lucidez– es un latido delator en The Dark Side of the Moon y en Wish You Were Here. El fantasma de Eric Fletcher Waters es el horizonte de The Wall y de The Final Cut. En el video de Hey, Hey, Rise Up! hay tres ausencias: la rotunda de uno de los fundadores del grupo, el tecladista Rick Wright, muerto en 2008; la polémica de Roger Waters, el motor creativo de los Floyd, alejado de sus colegas desde 1984, con quienes mantiene un vínculo de amor-odio. Y la de Andriy Khlyvnyuk, que se juega el pellejo en las trincheras de la guerra. Gilmour y Khlyvnyuk no se conocen en persona: las veces que han estado a punto de coincidir en tarimas y camerinos algún evento de la convulsa política europea ha torpedeado el encuentro. Gilmour tomó la voz del soldado de un video de Instagram y decidió sumarle el ritmo Floyd. Khlyvnyuk aparece con lentes negros, una gorra de los New York Yankees y un fusil terciado al hombro. El canto es a un tiempo épico y doloroso. De cierta forma reedita la historia de David frente al gigante filisteo, con la tremenda salvedad que pocas veces los débiles salen vencedores en estos lances.

Los Floyd no escurren el bulto. Un mes antes –el nueve de marzo– Roger Waters publicó en sus redes sociales un intercambio epistolar sostenido con Alina Mitrofanova, una joven ucraniana que lo increpó por su silencio ante los movimientos militares ordenados por el Kremlin. Waters no se fue por las ramas: utilizó la palabra gánster para referirse a Putin, pero cobijó con ella a los presidentes y ministros que en los últimos años han desatado la guerra en diferentes rincones del globo terráqueo. A diferencia de los defensores a ultranza de Ucrania, cuestionó las líneas fascistas de los Batallones Azov, la Milicia Popular y el C-14. “Ellos también son gánsteres”, escribió. Las dos cartas tenían una particular banda sonora: The Gunner´s Dream, un tema de cinco minutos proveniente de The Final Cut. En dicha canción, Waters tejió el monólogo de un artillero en el momento decisivo de la muerte. Junto a The Animals –una reescritura de Rebelión en la Granja, de George Orwell– y The Wall, The Final Cut conforma la trilogía militante de Pink Floyd en contra de la desmesura de los empresarios y los militares (los cerdos y los perros, en la simbología de The Animals).

En los últimos años el radicalismo político de Roger Waters se ha profundizado: no ha dejado escapar oportunidad de manifestar su apoyo a la causa palestina y, además, no ha ocultado ni un segundo la simpatía que le produce el trabajo del hacker Julian Assange. Con mucha frecuencia sus recitales terminan convertidos en mítines de un alto voltaje artístico: Waters ha sabido enlazar la música con el mensaje político. Por ejemplo, el 1 de octubre de 2016, en pleno concierto en el Zócalo de Ciudad de México, ridiculizó al entonces mandamás del Occidente, el presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Luego, en el marco del tour Us + Them encendió los ánimos en Brasil a llamar fascista a Jair Bolsonaro, el primer mandatario del Coloso del sur. Su presencia en Colombia –en el instante de efervescencia del paro estudiantil de 2018– no fue anecdótica: consultó a los asistentes a su show en el Estadio El Campin sí cumplía el pedido del presidente Iván Duque de enviarle a Casa de Nariño una guitarra con su autógrafo. El No de la muchedumbre retumbó en Bogotá. Poco después, en las fechas del plebiscito en Chile, grabó en su casa de Nueva York una versión de “El Derecho de vivir en Paz”, del compositor Víctor Jara, asesinado en las primeras semanas de la dictadura de Pinochet. También le puso música a líneas del poeta Mahmoud Darwish, uno de los íconos de la resistencia en la Franja de Gaza.

El pie de lucha de los Floyd no es circunstancial ni una moda. Los miembros de la banda proceden de los Baby boomer, la generación nacida en el fragor de la lucha contra los ejércitos de Hitler y Mussolini. Waters es muy consciente de ello: en la carta a Alina recuerda los sacrificios de su padre y su abuelo en los campos de batalla. Tal espíritu impregna de principio a fin a The Wall: en el disco se relata el viaje de una estrella de rock –figura inspirada en Barret y en el propio Waters– de la soledad de los cuartos de hoteles a la locura de comandar un movimiento neonazi. El dolor por la pérdida de la familia y la torpeza para conectar con los demás, transforma al protagonista del álbum en un enemigo declarado de los gays, los migrantes y las mujeres. A pesar del contexto adverso en el que fue grabado –Waters y Gilmour no se podían ver: tenían camerinos distintos y hacían todo lo posible para no toparse en los pasillos del estudio–, The Wall es una cumbre del rock progresivo y conceptual. Los calendarios han llevado al parnaso de la música del siglo XX a Another Brick in the Wall, Hey You, Mother, Comfortably Numb y Run Like Hell. Verdaderos chispazos del diamante loco.

El activismo de los Floyd recuerda las épocas del rock cuando se creyó que el arte tenía la fuerza suficiente para frenar un tanque de guerra o para detener el bombardeo sobre una ciudad. Tal vez sea ingenuo pensarlo. Soñar no cuesta.

28
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