Por más de una década Mauricio Carmona Rivera (Medellín, 1982) trabajó en la obra que envió a la convocatoria del Premio Luis Caballero y que fue seleccionada para ser exhibida en la emblemática Estación de la Sabana de Bogotá.
Se trata de una videoinstalación de gran formato que reproduce y proyecta imágenes de la cotidianidad del metro de Medellín en escala uno a uno, complementada por objetos, planos e imágenes de archivo que hablan de la desaparición de los ferrocarriles nacionales y de la historia de los sistemas de transporte masivo colombianos, sus transformaciones y escándalos.
A principios de este siglo, Carmona se graduó como artista plástico del Instituto de Bellas Artes y como historiador de la Universidad Nacional y su obra es una síntesis de sus preocupaciones y reflexiones en torno a la memoria histórica, el patrimonio y los procesos de transformación y resignificación de los espacios urbanos.
Además de contar con una carrera consolidada con múltiples exposiciones individuales locales y nacionales, ser ganador de estímulos y de pasantías artísticas, Mauricio es uno de los fundadores de Taller 7, el colectivo de artistas que desde una casa en el centro de Medellín promovió una escena artística alternativa y colaborativa, con intercambios generacionales e interdisciplinares.
A propósito de su logro de ser el primer antioqueño en conquistar el Premio Luis Caballero, EL COLOMBIANO habló con Carmona sobre su trayectoria, su obra y el futuro.
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¿Qué significó ser el primer antioqueño en ganar el Luis Caballero?
“Para uno como artista es un referente el premio Luis Caballero, particularmente en la primera edición hubo muchos de los maestros antioqueños. Jorge Ortiz fue profesor mío en Bellas Artes y lo considero un referente muy importante en mi carrera. Recuerdo que estuvo Zapata, Peláez, Ronnie Vayda, con unas obras muy potentes. Camilo Restrepo, Freddy Alzate, Libia Posada han pasado por el premio. También Carlos Uribe, que fue mi profesor de trabajo de grado y es cocurador de esta muestra que resultó ganadora. Uno siente la posibilidad de estar en un escenario con artistas de mucha trayectoria. Me siento muy afortunado de haber logrado el premio”.
¿En qué consiste su propuesta?
“No todas las obras que se presentan al Luis Caballero tienen una escala tan descomunal. Mi obra es ambiciosa, pero a la vez se hace unas preguntas que tienen unas connotaciones sociales, políticas o incluso subjetivas. El antropólogo Marc Augé, en El viajero subterráneo, plantea que recorrer el metro es un viaje al interior de la propia historia de vida y cómo la geografía de una ciudad puede corresponder con la cartografía emocional. Un viaje de la casa al trabajo se puede convertir en la posibilidad de que el nombre de una estación remita un recuerdo de la infancia o a una desgracia o a un momento de felicidad. Intenté exhibir la obra en Medellín, pero no se concretó, y ser seleccionado en el Luis Caballero me ofrecía la capacidad institucional y los fondos para hacerla”.
Por las características del premio, la obra debe tener relación con un espacio particular, ¿qué lugar escogió?
“El elemento central del Premio Luis Caballero es el sitio específico o el in situ, y cómo una obra de arte entra en diálogo con un espacio en su dimensión arquitectónica. Había intentado participar en ediciones anteriores y para emplazar la obra ya había identificado la antigua Estación de la Sabana de los ferrocarriles nacionales, que está en ruina, y hace parte de un complejo inmenso de 22 edificios, donde también está la Escuela Taller de Bogotá, que me permitió recorrer el sitio y escoger un galpón cerrado, de 60 por 9 metros y 4,5 metros de altura, y un galpón abierto. Ambos funcionaban como depósito de talleres de mantenimiento”.
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¿Qué referentes tenía?
“Hay un referente que es fundamental para comprender esta obra y tiene que ver con uno de los precursores del cine, Edward Muybridge. Tal vez has visto estas imágenes que son secuencias de un caballo galopando o de seres humanos caminando, que hace parte de esta técnica que se dio en el siglo XIX. Diseñó un dispositivo de una serie de cámaras a lo largo del trayecto para revisar cada uno de los movimientos durante el galope. Y a medida que el caballo avanzaba, iba obturando la cámara a través de un hilo. Era la base que me interesaba, intentar hacer eso en el metro de Medellín y ver qué sucede cuando nos detenemos en una estación del metro, en un lugar de empalme, en un lugar donde está la multitud urbana. También pienso en las decisiones que tomó Andy Warhol con sus retratos que aludían al anonimato”.
¿Qué lugares del metro de Medellín escogió para grabar?
“Había varias opciones. Con mi hermano Andrés Carmona, que es realizador audiovisual, contemplamos la posibilidad de conseguir varias cámaras y ponerlas a grabar simultáneamente. Luego nos recomendaron usar una cámara de cine y para eso nos aliamos con el Sena y sus estudiantes. Rodamos en La Estrella, que es como una cápsula de concreto, y en San Antonio, por tener la mayor afluencia”.
Sus intereses por la historia, la memoria, las ruinas, en particular por la ciudad y los fragmentos urbanos, ¿estaban presentes desde el principio?
“Mi trabajo de grado de Bellas Artes fue una serie de pinturas que casi que reproducían paramentos, muros de la ciudad, y muchas veces los títulos de las obras eran el nombre de una calle, ‘Girardot’, ‘Cuatro puertas por Girardot’, o ‘Una esquina en la avenida Oriental’. Me doy cuenta de que tal vez en mi caso no hay una diferencia entre arte e historia”.
Están imbricados...
“Exacto, como esa idea de separar el objeto de estudio de lo subjetivo y de las pulsiones y las emociones que uno sienta. En 2006 empecé a estudiar Historia e hice mi primera instalación, en el Colombo Americano: en una de las salas construí un fragmento de una casa en ruinas, y casi que un fragmento de la Casa Barrientos de la avenida la Playa. Inserté un piso de madera, con su carga, con su memoria, con tierra, con polvo y un papel de colgadura. Hay una pregunta constante: ¿qué lugares han sobrevivido a esta sociedad que ha destruido un porcentaje altísimo de su memoria arquitectónica?”.
Se ha hablado mucho del desprecio por nuestro patrimonio...
“Me gusta la idea como la plantea el arquitecto y autor Luis Fernando González cuando habla de Medellín como una ciudad desmemoriada. En esa destrucción sistemática, en ese cambio del paisaje, en esos procesos de renovación y en esas dinámicas a veces encuentras lugares que se resisten a desaparecer”.
También, en paralelo, va tomando forma el trabajo colectivo y surge Taller 7, y la obra trasciende la preocupación individual...
“Lo fundamos nueve amigos en 2003, después de la graduación de Bellas Artes. Todo se ha ido dando paralelamente y de forma muy orgánica. Hemos construido sin pensar tanto los procesos personales como en los colectivos. Una pregunta que nos hacíamos era ¿qué necesitamos para seguir desarrollando nuestro trabajo? ¿Un espacio de trabajo? ¿Y por qué no que ese espacio de trabajo pueda abrirse la ciudad a través de exposiciones? La posibilidad de estar compartiendo un espacio nos permitía hacernos críticas, aportes y construir desde la mirada del otro”.
Y en Taller 7 hay un origen de esta obra que le mereció el premio Luis Caballero, una primera exploración relacionada con el metro de Medellín. En esta reflexión sobre las ruinas, el patrimonio, los espacios que desaparecen, ¿dónde entra el metro?
“Tal vez se nos atraviesa existencialmente. De un momento a otro, Medellín estaba atravesada por un ciempiés de concreto masivo, una presencia que transformó totalmente el paisaje urbano. Yo nací en el 82, el centro a finales de los ochenta era una ciudad en ruinas, bombardeada, en el momento más álgido de la guerra entre carteles. En 2004 tuve un viaje a Nueva York y la idea inicial de ese proyecto se da en ese viaje”.
Hace veinte años...
“Descendí al subterráneo y algo sucedió. Fue muy extraña esa interpelación con ese monstruo urbano, como estar en las entrañas de esa megalópolis y tener una idea. Una imagen que estaba muy relacionada con la forma en que dibujo y pinto, esa imagen frontal, en la misma manera en que observan o perciben los niños, que nunca van a pintar una casa en perspectiva. Esa primera idea era una imagen en movimiento”.
Un metro que se mueve...
“En algún momento decidí comenzar por el metro de Medellín. Las columnas del metro son esa imagen masiva que se vincula mucho a esos trabajos previos en pintura, un elemento de la infraestructura, pero a su vez simbólico”.
¿Qué significaban? El metro sintetizaba sus reflexiones y preocupaciones...
“Hay cosas que uno empieza a racionalizar a posteriori. En principio quería construir escala uno en uno una serie de columnas del metro. Y lo propuse para los talleres Robledo cuando el Mamm iba a dejar su sede en Caros E. Restrepo. Me interesaba que esas columnas que quería construir entraran en diálogo con una arquitectura industrial de comienzos del siglo XX. Medellín y Antioquia, que se precian de ser sociedades industriales, también han destruido ese patrimonio”.
¿Se puede decir que la obra ganadora es una suerte de culminación de un proceso de creación artística de al menos dos décadas, de insertar e instalar unos patrimonios en otros?
“No lo veía tan así en este caso, porque en el caso de la Casa Barrientos eran unos fragmentos que yo retomaba y entraban en ese lugar. O a veces eran construcciones. Aquí, al estar en el epicentro de uno de los hitos de la arquitectura urbana e industrial en Colombia, me gusta pensar desde la metáfora geológica, como una suerte de estratigrafía. ¿Qué sucede cuando una pregunta o una imagen, en este caso del metro de Medellín, se inserta en una ciudad que ha tenido una historia muy distinta? Eran los mismos fenómenos, las mismas prácticas”.