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Drama en el teatro paisa: el cierre de dos salas más

Su cese de actividades, y la incertidumbre económica de las demás, prolonga el debate sobre la cultura en Medellín.

  • Gestores coinciden en que hay que unir esfuerzos para evitar la posible bancarrota de algunos grupos y teatros. FOTO Carlos Velásquez.
    Gestores coinciden en que hay que unir esfuerzos para evitar la posible bancarrota de algunos grupos y teatros. FOTO Carlos Velásquez.
07 de noviembre de 2021
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Los números tienen su diablillo. Por eso, para entender la magnitud del déficit financiero de las salas de teatro de Medellín —$3.207 millones en 2021— se debe hablar con Juan Camilo Baena, director general y vocero de Casa Arte —en Altavista—, sobre el final de 18 años de gestiones teatrales, o con Diego Saldarriaga, director del grupo Teatriados —Prado Centro—, que presentará por última vez la obra Comedia salvaje el sábado 27 de noviembre.

A ambos las fisuras económicas abiertas por la pandemia —no subsanadas luego de la reapertura de los espacios públicos— los llevaron a ponerle candado a la puerta y dejar el telón abajo.

Con la clausura de estos espacios el balance rojo de la cultura se le anota a Altavista y Prado Centro: asisten a la pausa indefinida de escenarios consagrados al estudio y a la puesta en escena de proyectos dramatúrgicos. Lo peor de todo es que estos son apenas un par entre los muchos casos de la crisis vivida por el sector en Medellín. El fantasma de cierre amenaza a varias salas, entre ellas las de Agité Teatro, Ziruma, Canchimalos y Elemental Teatro, contaron miembros de la comunidad artística.

La historia —harto conocida por gestores culturales y creadores— no pierde vigencia. Ya es un mantra presente en muchas bocas: el dinero reservado por el Estado para los asuntos de la cultura y el arte no da abasto para tantas necesidades. Si esto era cierto antes de la covid-19, ahora es una verdad de a puño. Los datos ofrecidos por Medellín cómo vamos, en su informe sobre la Cultura del municipio, revelan un escenario devastador: entre 2019 y 2020 la tasa de empleo en el sector cultural, de entretenimiento y afines disminuyó en 28.998 puestos. En otras palabras, con el número de personas que perdieron el trabajo se podría llenar hasta la mitad el estadio Atanasio Girardot. Dicha circunstancia responde a los coletazos de los cierres decretados por los gobiernos ante el avance del virus de Wuhan.

Aunque no hay dictámenes de 2021, nada señala que la tendencia haya disminuido o que en breve lo haga. Por el contrario, la cancelación de eventos tradicionales del calendario artístico —un botón de muestra: la XVII Fiesta de las Artes Escénicas— señala las ramificaciones del problema: las grietas en los vínculos de los gestores con el Estado —Alcaldía y Ministerio de Cultura— y la tibia asistencia del público a las obras.

Finalmente, otro de los factores decisivos radica en la fragilidad del ecosistema cultural: la mayoría de las organizaciones son microempresas, el eslabón más débil de las iniciativas privadas. A este fenómeno se le suma el descenso de los recursos públicos otorgados. En el Análisis Comparativo de la Propuesta de Presupuesto 2022, Medellín cómo vamos indica que la Alcaldía pidió al Concejo casi 8.000 millones de pesos menos para la cartera de Cultura y, con menos plata, la ciudadanía —sobre todo la de estratos vulnerables— recibe menos ofertas para consumir productos culturales subsidiados.

Historia de una ruptura

La mayoría de los entrevistados para esta nota coincidieron en la urgencia de unir esfuerzos para paliar la inminente bancarrota de algunos espacios teatrales. Contaron una anécdota ilustrativa: con esto en mente, los directivos de las salas le presentaron, el 19 de mayo, al Secretario de Cultura Álvaro Narváez un Plan de Salvamento de 27 salas de teatro de la ciudad. Se incluyeron las finanzas de las de grande, mediano y pequeño formato. Según Iván Zapata, director artístico y socio activo del Teatro Popular de Medellín, la cita fue fallida. “En lugar de buscar alternativas frente a la problemática planteada en el documento, lo que se hizo fue tratar de desvirtuarlo, decir que lo presentado eran cifras mentirosas cuando lo que hicimos fue tomar los balances de las salas y hacer un análisis de ellas. Encontramos un secretario a la defensiva”.

Los dígitos causan pasmo: incluso con las salas cerradas, los gastos operacionales ascenderán este año a $12.930 millones. En palabras de algunos gestores, la reunión constituyó una ruptura entre un sector del teatro medellinense y el gobierno local. El maestro Cristóbal Peláez González, fundador del Matacandelas, sintetiza la coyuntura: “En este momento no hay ningún diálogo con la administración”.

La brecha creció en julio con el tira y afloje entre la Alcaldía y el grupo Medellín en Escena respecto al financiamiento de la XVII Fiesta de las Artes Escénicas. Este solicitó a la Secretaría de Cultura Ciudadana $180 millones de apoyo para el evento. Sin embargo, en carta dirigida a Jaiver Jurado, director del Teatro Oficina de los Sueños y presidente de Medellín en Escena, el ente gubernamental ofreció $100 millones destinados a la logística y la técnica. Para Jurado la respuesta “desconoce la labor de los cientos de artistas que merecen retribución”. Además, manifiesta la molestia por el hecho de que, de aceptar el monto, este habría sido manejado por “el operador de eventos de ciudad que tiene contratado la Secretaría de Cultura Ciudadana”, como se lee en la misiva. Este rifirrafe motivó un acto de resistencia: 18 grupos de teatro colectaron recursos a favor de la Secretaría. El recaudo sumó poco más de cuatro millones de pesos. El 4 de septiembre el cheque fue entregado en la Plazuela San Ignacio. No obstante, “por efectos de este mundo kafkiano, no podemos consignar ese dinero en un banco porque no lo reciben si no hay una especie de cuenta de cobro de la Alcaldía. Lo último que nos dijeron fue que para poder entregar ese dinero debíamos celebrar un contrato. En esa vuelta estamos”, dice Zapata.

¿Y qué pasará?

En opinión de Luis Fernando Agudelo, director de Medellín cómo vamos, el divorcio entre el Gobierno y los actores del gremio dramático se traduce en el debilitamiento del tejido social. “El cierre de las salas en zonas vulnerables tiene un impacto que se amplifica a toda la ciudad (...) el quiebre fue cuando algunos de los grupos hicieron una donación a la Alcaldía. Eso, en términos simbólicos, fue una especie de ruptura. Esto termina teniendo un valor muy importante: nos pone frente al espejo de los conflictos que la ciudad tiene. Es una tarea y un reto que le queda a la Secretaría: resolver un conflicto que no solo es burocrático sino también de carácter simbólico”.

En efecto, quien cruza las puertas de un teatro entra a un sitio en el que las leyes son levemente distintas a las de la vida rutinaria. ¿Quién le puede negar al Matacandelas, al Pequeño Teatro o al Teatro Popular su naturaleza de epicentro patrimonial de Medellín? Allí, en esas casas, late la historia.

Un cuestionamiento recurrente apunta a la tardanza en la apertura de las convocatorias y los mecanismos de escogencia. “La ciudad está funcionando a medio tiempo: todo lo que funciona como política pública a nivel de cultura y de arte empieza a salir en mayo o junio y se ejecuta en el segundo semestre. La ciudad no tiene una agenda de enero a junio. No hay actividad paga por parte de la Secretaría de Cultura”, afirma Jaiver Jurado. Concuerda con lo expuesto John Viana, director de Elemental Teatro, ubicado en el corregimiento de Santa Elena. Además, Viana señala su perplejidad por las actuaciones del Secretario de Cultura tomando en cuenta su pasado en las tablas: “No entendemos cómo alguien que viene del sector no tiene empatía ni abre los canales de diálogo. Él sabe, conoce los procesos”, comenta al tiempo que piensa en el futuro de su teatro.

Diego Saldarriaga, de Teatriados, cuestiona al público de Medellín al calificarlo de reacio a ir a eventos culturales en general. Por consiguiente, considera tareas apremiantes las de formar audiencias y superar, por parte de actores y dramaturgos, el sentimiento poético que les impide formar empresa. Y pone el dedo en la llaga al decir que el divorcio entre la Secretaría y una parte del gremio refleja muy bien la fractura al interior del colectivo teatral: “Hay dos bandos. El Secretario hace parte de uno”.

El debate no se restringe a la dependencia de los agentes culturales al bolsillo público —grande y peligrosa, en la perspectiva de Iván Zapata— y a la escasez. Involucra, por supuesto, a la timidez del retorno del público a las salas, de no crearse escenarios de encuentro y diálogo. La suerte de Casa Arte y Teatriados cubrirá a otras empresas culturales que hoy se balancean en la cuerda floja. Álvaro Romero, director de Corporación Ziruma, define la incertidumbre de los actores y dramaturgos de la urbe: “Es difícil de creer que Medellín, que invierte tanto en cultura, no pueda hacer un proyecto de verdadera reactivación. Si no se hace, esto va a reventar como una olla a presión”. Y el estallido, sin duda, lo sentirá la ciudad entera.

El teatro, la biblioteca, el museo son núcleo de la vida de los pueblos. Sin su presencia, la vida en las metrópolis sería aún más gris, menos humana.

Para incluir su versión de los hechos, EL COLOMBIANO le remitió unas preguntas al Secretario de Cultura Ciudadana, al principio aseguraron que las respuestas se demorarían quince días, luego prometieron más rapidez, pero al cierre de la edición, no hubo respuestas

30%
del presupuesto de las salas depende de la cartera pública, según Medellín en Escena.
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