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El lujo de cambiar las definiciones del diccionario

El marqués de Griñón le pide a la Real Academia de la Lengua que modifique la definición de la palabra lujo y la RAE parece pensárselo. ¿Por qué se cambian las definiciones del diccionario?

  • ilustración Elena ospina
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    Elena ospina
03 de abril de 2018
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Carlos Falcó tiene 81 años. Ha tenido cuatro esposas y cinco hijos. Es el quinto marqués de Griñón. Es, también, la voz cantante en la petición hecha a la Real Academia de la Lengua para que cambie la definición que el diccionario recoge de la palabra lujo.

Y lo que dice el diccionario es sencillo, sin adornos, en tres acepciones. Lujo, del latín luxus, es: demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo. Abundancia de cosas no necesarias. Todo aquello que supera los medios normales de alguien para conseguirlo.

Pero al marqués de Griñón y a la gente del Círculo Fortuny (una asociación que reúne al sector español de las marcas culturales y creativas de prestigio para promover y defender su entidad, según ellos se definen) creen que esas tres acepciones son bastante negativas... para ellos, claro.

“Yo creo que cabe una definición mejor”, le dijo Griñón, presidente del Círculo Fortunity, por demás, a la agencia española de noticias Efe.

El asunto podría ser algo menor, a no ser porque la Academia le reconoció a otra agencia noticiosa española, Europa Press, que sí, que recibió la petición de los empresarios y que estudia la modificación de la palabra.

Pasemos del marqués de Griñón, cuya cuarta pareja —42 años menor que al aristócrata— se baña cada noche en aceite de oliva (del que produce la casa de Falcó, por supuesto, faltaba más) para mantener su piel tersa y sana, y centrémonos en la Real Academia de la Lengua.

Cambia, todo cambia

Ya lo cantaba Mercedes Sosa. Porque no es que sea una rareza que se revisen las definiciones del diccionario, hay que hacerlo teniendo en cuenta que su primera edición data de 1780. Entran nuevas palabras, salen otras que se consideran obsoletas ante su falta de uso. Tampoco es extraño que se le pida a la RAE que cambie definiciones, el pueblo gitano, por ejemplo, lleva años peleando para que a su etnia deje de relacionársela con la palabra trapacero (que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto).

Porque puestos a cambiar, la RAE lo hace, como se notó cuando, en octubre de 2014, presentó la vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española, la más reciente. “En términos absolutos, el número de artículos asciende a 93.111, que son 5.000 más que en la edición previa (2001), entre los que hay 19.000 americanismos”, señaló la docente e investigadora Carme Barberà Agost en su artículo Cambios estructurales y de contenido entre la 22.ª ed. (2001) y la 23.ª (2014) del Diccionario de la Real Academia Española. Incluyó, además, 140.000 enmiendas que afectan a unos 49.000 artículos.

Esta edición tiene 195.439 acepciones... Ah, y suprimió la bicoca de 1.350 palabras de la anterior, porque la lengua es dinámica y somos, apenas, 500 millones de hispanohablantes que entre chamarra, chaqueta, cazadora o canadiense no nos ponemos de acuerdo a la hora de abrigarnos. Y hay más. En diciembre de 2017 presentaron una serie de modificaciones y adiciones a la vigesimotercera edición del diccionario: 3.345, para dar el dato.

Entre revisar el uso de las palabras porque las van cambiando quienes las usamos y hacerlo porque a alguien le parecen malsonantes, hay un océano de distancia.

Fácil... y polémicos

Pasa, con frecuencia. La Real Academia de Lengua decidió eliminar algunas definiciones que consideraba machistas: la sexta acepción de femenino dejó de ser “débil, endeble”, cuando apareció la vigesimotercera edición, por ejemplo.

Y hace nada, después de la presión ejercida por grupos feministas y una petición en Change.org que firmaron más de 190.000 personas, la RAE decidió eliminar la quinta acepción de la palabra fácil: “Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”, reemplazando mujer por persona.

También se eliminó la definición de sexo fuerte como el conjunto de los hombres.

El cambio fue celebrado, pero pasa de largo por un detalle que señaló el escritor y académico de la RAE, Arturo Pérez Reverte, cuando una tuitera lo increpó por señalar que la RAE toleraba el machismo con sus definiciones:

“La RAE no tolera nada. Se limita a registrar en el Diccionario el uso (tanto actual como histórico) que los hispanohablantes dan a las palabras y figura en los libros, escritos a veces hace siglos. Si hay usos peyorativos, la responsable no es la RAE, sino quienes los utilizan”.

O si, por ejemplo, alguien en el futuro se encuentra en un texto la expresión “fulana es una mujer fácil”, no tendrá el diccionario para explicárselo.

Pero hay otros casos: en 2015, por ejemplo, la Academia revisó la definición de síndrome de Down, para dejar de catalogarla como enfermedad, después de que una madre, también en Chance.org, iniciara una campaña pidiendo el cambio en el diccionario.

Es más, si se buscan en dicha plataforma de peticiones virtuales las palabras “Real Academia Española” aparecen más de 150 peticiones de cambios, revisiones o adiciones, la mayoría de ellas sobre el machismo en el diccionario, incluida aquella que pide que el juguete erótico conocido como consolador pase a llamarse alegrador, iniciativa que suma ya 355 firmas.

También un colectivo que pide, desde hace años, que se cambie la definición de la palabra autista; otro más, de sordos, que aboga por eliminar la palabra sordomudo; hubo quien quiso incluir el término controlación y otro que pidió que se incluyera la palabra huérfilos, para definir algo que no tiene nombre: los padres que pierden a sus hijos.

Volviendo al lujo

¿Juega la Academia a ser políticamente correcta? Su director, Darío Villanueva, dice que no. Se lo respondió así de claro al periodista chileno Patricio Tapia, en una entrevista para el diario La Tercera: “En la RAE entendemos que la corrección política es una forma posmoderna y perversa de la censura”. Pero, en aquella misma entrevista también dijo que esta institución “sí ajustará de la manera más conveniente el metalenguaje (las palabras con que se describen los significados de las palabras) con la sensibilidad actual, pues en algunos casos las definiciones vienen de muy atrás”. O sea que sí, pero no.

En 2014, el periodista vasco Eguneko Gaiak cuestionaba los cambios en las definiciones de soberanía, referéndum y nacionalidad, con todo lo que implica el asunto para los independentistas tanto en el País Vasco como en Cataluña.

Volviendo al Marqués de Griñón, es rara la prontitud con la que la RAE está dispuesta a revisar la petición hecha por el Círculo Fortunity, que aglutina a 62 empresas e industrias del sector del lujo en España. ¿Por qué el director de la Academia escucharía con más atención unas peticiones que otras, tan válidas o torpes unas y otras?

Piense ahora en otra situación. Digamos que un grupo significativo de personas crea una petición en alguna plataforma digital, convence a más gente, convoca marchas y logra ejercer presión suficiente para que la RAE lo escuche y, diccionarios futuros, eliminen la acepción treinta y uno del verbo coger: realizar el acto sexual. Quizá celebrarán su triunfo y se harán notas simpáticas en los medios de comunicación, pero eso no va a impedir que la gente use el verbo coger.

De nuevo, el diccionario es notario del idioma y no un dictador que impone el uso de las palabras, gústeles o no a las personas. Por ahora, el lujo seguirá siendo ese asunto ocioso de tener en abundancia cosas innecesarias.

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