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Un homenaje a la pianista Hortensia Galvis tras su fallecimiento

Su hija, Gisela Ruiseco Galvis hace una semblanza de esta pianista bumanguesa graduada de la Universidad de Antioquia, amiga de Teresita Gómez y que desarrolló en Medellín gran parte de su carrera a poco más de un mes de su deceso.

  • La pianista Hortensia Galvis Ramírez desarrolló parte de su carrera en Medellín. FOTO Cortesía Familia Ruiseco Galvis
    La pianista Hortensia Galvis Ramírez desarrolló parte de su carrera en Medellín. FOTO Cortesía Familia Ruiseco Galvis
  • Hortensia también fue una destacada ambientalista. FOTO Cortesía familia Ruiseco Galvis
    Hortensia también fue una destacada ambientalista. FOTO Cortesía familia Ruiseco Galvis
17 de abril de 2024
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Hortensia Galvis, pianista concertista bumanguesa graduada de la Universidad de Antioquia y querida por mucha gente de Medellín, falleció el pasado 27 de febrero en Bucaramanga.

Recientemente, en 2021, y con emoción, se había reencontrado con sus compañeros en Medellín a propósito del Proyecto de Egresados del Área de Piano del Departamento de Música de esta Universidad. También con amigos queridos del mundo de la música como Teresita Gómez.

EL COLOMBIANO recuerda a la maestra Galvis a poco más de un mes de su fallecimiento con este texto de su hija, Gisela Ruisseco Galvis.

“Es difícil escribir sobre una persona que ha sido tan cercana, como lo son las mamás en general. La relación con la mía lo era especialmente: de muchísima compañía, a pesar de la lejanía geográfica, de comprensión y apoyo tácitos. La única manera de escribir, con el corazón en la mano y rebosando en agradecimiento, es siendo consciente de la parcialidad de lo que puedo abarcar.

Viendo la serie de artículos sobre ella en diarios como Vanguardia, parto del último que leí, de Sergio Rangel: “Sin el color de las flores y sin la música no valdría la pena vivir”. Gracias por eso Sergio. Partamos de ahí para acercarnos a un ser humano que vivía en esas esferas de las artes, de las ideas, de lo bello, del espíritu, en su incansable búsqueda de lo que nos trasciende.

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De chiquita, a Hortensita Galvis del barrio Bolarquí le decían La Abuelita, porque pasaba las horas retraída, en su mundo. En general se consideraba que vivía “en la Luna”. Y pues sí, su vida transcurría en las mencionadas esferas y al tiempo siguiendo una ética muy firme. Se agradecen seres así en sociedades en las que prima la búsqueda de lo material.

Así, iba muchas veces a contracorriente, aunque no es tan acertado expresarlo así. Pues más bien: caminaba obedeciendo su propia corriente. Y hay que apuntar que, a pesar de que era una soñadora, tenía incorporada una locomotora de hacer, de materializar sus sueños contra viento y marea. No flaqueaba, e iba bien rápido. Un tesón que tenía en común con sus hermanos.

Hortensia también fue una destacada ambientalista. FOTO Cortesía familia Ruiseco Galvis
Hortensia también fue una destacada ambientalista. FOTO Cortesía familia Ruiseco Galvis

Se formó como pianista concertista en la Universidad de Antioquia. Fue en ese entonces también una joven madre y esposa, sorprendentemente bella, estudiando y a veces también corriendo por ese turbulento campus de los años 60 y 70, en los que había más manifestaciones que enseñanza. Logró el sueño de graduarse en una época en que costaba entender que una mujer tuviera más intereses que atender al hogar.

Fue además bastante activa en la escena musical del Medellín, ayudando a impulsar a la desaparecida Orquesta Sinfónica de Antioquia. Y fue la música la responsable de que en los años 80 nos mudáramos a la lejana Viena. Cuanto le agradezco el legado de esa fiel compañía que es la ‘Música’, en mayúsculas. Su saber sobre música era un tesoro que echaré mucho de menos, entre tantas otras cosas.

Otros gusanillos la picaron. En mi casa había muchos libros, ella siempre estaba sumergida en algún tema de lectura. Hoy, la sucesión y variedad de su búsqueda e intereses se palpa en la biblioteca que dejó. No sé muy bien cuando empezó a escribir, pareciera que fuera un legado familiar. Sabía mucho de redacción. De sus artículos en Vanguardia pasó, en la segunda parte de su vida, a publicar variados libros.

Su interés por la cocina, desarrollado en sus años en Viena en los que el cocinar de todos los días devino en investigación y saber sólido sobre la alimentación vegetariana, se acabó manifestando en la publicación de Recetas Vegetarianas Selectas. Por esa época, la de su retorno a Bucaramanga, también publicó Somos Barí, fruto de largas charlas con diferentes personas del pueblo Barí.

Sus años maduros la llevaron a una nueva pasión: las plantas, y sobretodo, las flores. En Viena nos había tocado para siempre, a ella y a mí, la consciencia ambientalista, y ella cultivó su impresionante jardín cuidando de hacerlo de manera ecológica, sin agrotóxicos. Surgió su pasión por compartir ese saber acumulado: decía que los libros de jardines venían todos de las zonas templadas del norte, y faltaba información sobre el trópico. Decidió aprender fotografía partiendo de cero. Después de varios años de estudio y trabajo, emerge ese gran libro que es Colores para el jardín tropical.

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Su jardín y la casa que se ideó son su universo hecho materia. La casa: su gran obra, historicista y profundamente investigada, cada detalle fue cuidadosamente pensado, seleccionado, buscado o hecho por encargo. Se volvió experta en la estética modernista y sus representantes. Todo esto culminó en una obra maestra que llevó a cabo contra viento y marea, incluso contra los consejos de seres queridos escépticos. Pues, además, lo hizo buscando elementos de arquitectura bioclimática (encontró al más indicado arquitecto) que parecían absurdos en esa época y hoy son de vanguardia. En su terquedad, fue una pionera.

Por último, un fundamental tema para ella, y por el que más la conocen en su natal Bucaramanga: su camino espiritual. Su biblioteca, de nuevo, testifica sobre el ahínco en la búsqueda, cubriendo y explorando múltiples corrientes, sabidurías, religiones, enseñanzas que encontrara en distintas épocas de su vida. También incluidas algunas informaciones nones sanctas, tristemente típicas de estos tiempos. Solo un pequeño elemento en una larga e incansable dedicación al saber y al trabajo espiritual.

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Idealista, apasionada, aventurera, generosa, empecinada, increíblemente disciplinada, curiosa y lista a aprender siempre más, estricta y también a veces dura, pudo pecar de inflexibilidad e intolerancia. Lo sabía. Y fue una maestra en el camino de desarrollarse como persona, trabajando en sus propias asperezas, y apoyando a muchos en su búsqueda. El trabajo espiritual hizo de ella una persona cada vez más ecuánime, tranquila y controlada. En sus últimos años nos acogía, a las personas cercanas, en su alcanzada paz. Vivió a fondo el lugar que le correspondió en la sociedad bumanguesa, llenando ese lugar con una nobleza poco frecuente. Estaba tal vez un poco aislada: ese gran mundo que tenía y la profundidad de sus búsquedas la hacían distinta. Pero siempre compartía con las personas que sentía cercanas a sus pasiones, y, claro, con su pequeño núcleo familiar, en los últimos años habitado por una gran alegría: sus nietas.

Desde aquí agradezco a todos y todas las que la acompañaron en su larga y bien vivida vida. Tal como fue, celebro la vida de mi mamá, Hortensia Galvis Ramírez”.

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