Cuando la maestra Beatriz González conversa también habla con las manos. Las mueve con ánimo, de un lado para otro, de arriba a abajo, se toca la cara cuando está pensativa, las pone en su regazo cuando está cómoda.
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Esas manos se untan de pintura a diario porque ella, próxima a cumplir 91 años, no ha dejado de pintar. Lo hace de lunes a viernes por las mañanas y ya la tarde agarra un libro, un manuscrito o un texto de historia del arte para estudiar.
Aunque también por placer lee filosofía, poesía y literatura y, sin falta, todos los días lee el periódico, ese que ha sido un insumo gráfico vital en su carrera.
Justo esta semana acaba de inaugurarse la exposición Beatriz González: la expresión gráfica (1966-2022) en La Balsa arte Medellín con cerca de 50 obras suyas, reunidas de manera antológica, en diferentes técnicas gráficas y que son un reflejo vital y reflexivo de la historia del país.
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La maestra, nacida en Bucaramanga el 16 de noviembre de 1932, es una de las artistas vigentes más importantes de Colombia y vino a Medellín, no solo a inaugurar esta exposición sino a conversar de arte, a visitar museos —recorrió el Museo de Antioquia— y a reencontrarse con amigos en un lugar que le es muy familiar.
Una casa llena de recuerdos
Hay una galería en esta ciudad en la que la maestra Beatriz González se siente como en su casa. Así haya cambiado de barrio (en los 70 en el Centro y desde 1984 en El Poblado) y de nombre (de La Oficina a La Balsa).
–Este espacio tiene mucha historia, sobre todo para nosotros los artistas, los que fuimos amigos de Alberto Sierra. Alberto fue mostrando un nuevo abanico de artistas que estaban produciéndose en Bogotá y le dio una variedad a lo que era el arte en Antioquia. Él vio un panorama nuevo que había florecido con otros artistas como mi persona, que planteábamos otras cosas. En La Oficina fue la primera vez que expuse aquí, traje una obra verdaderamente revolucionaria que eran Las cortinas de Turbay. Fue cuando me introduje en el panorama antioqueño y tuve muy buena recepción y no solo por Alberto, sino por todo el grupo.
La casa donde hoy está ubicada La Balsa, en la calle 10 arriba del parque del Poblado, inevitablemente le recuerda a Alberto Sierra (1944 - 2017) y a la “sopa de la maestra” que le daban cuando llegaba a una exposición.
–Era un grupo muy bonito y Alberto era un personaje multifacético. Tenía una cultura extraordinaria, muy buen gusto y me apoyó mucho. Siento que esa etapa de mi vida es muy importante, el haber ampliado mi círculo, que ya no era solo Bogotá, sino era también Medellín. Medellín fue como una pequeña capital del arte contemporáneo.
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Su faceta gráfica
En este recorrido en Medellín los asistentes verán obras hechas en medios tan distintos como el heliograbado, la serigrafía, el grabado, o la impresión litográfica.
–Esta exposición es una parte gráfica muy diferente de los grandes grabadores que habían existido en Antioquia, porque esta basada en un concepto nuevo de gráfica que no es solamente dominar el oficio. Uno nace pintor, uno puede nacer artista, pero uno no nace grabador. El oficio de grabador hay que aprenderlo y eso es lo difícil. Aquí en Antioquia, gracias a Aníbal Gil, a Fernando Botero, a Pedro Nel Gómez, a Débora Arango y a Carlos Correa —que fue un importantísimo grabador— se sabía qué era el grabado, pero era uno muy de gente que había estado en Florencia, que había estudiado en Europa. En cambio, nosotros surgimos impulsados por Marta Traba para mostrar, ya no cómo se hacía el grabado, sino cómo se podían decir cosas nuevas sobre el grabado.
Natalia Gutiérrez, artista e historiadora de arte, que trabaja con la maestra Beatriz, detalla que para elegir las obras de esta exposición la idea era cubrir todos los temas. “Hacemos un gran recuento con algunas obras y los diferentes tratamientos de la gráfica. También para resaltar que ella, que ha sido sobre todo reconocida como pintora, ha tenido esos planteamientos relacionados con el arte y con sus técnicas, no solo como pintora”.
Se verán nombres tan reconocidos como Zócalo de duelo, Los reveses de la realeza, La actualidad ilustrada, Bolívar azul, amarillo y rojo, Jacqueline Oasis, Los Cargueros y un pedazo de la famosa Cinta amarilla. Arte con el que habla y muestra su postura ante la vida misma.
“Hay obras, por ejemplo de los 80 hasta hoy, que están relacionadas con una reflexión sobre la violencia y el duelo en Colombia. El homenaje que ha hecho a los muertos anónimos del país, las piezas que hablan de los desplazados, ella se refiere puntualmente a la migración venezolana y el tránsito hacia la obra más política. Hay otro tema reciente que la maestra está trabajando sobre los descubrimientos que han hecho de falsos positivos en Colombia, dice que es un tema que está por explorar”, precisa Gutiérrez.
Su legado gráfico
Beatriz González encontró en la apropiación de imágenes una constante en su proceso de creación.
Todo empezó desde muy niña cuando recogía imágenes impresas de revistas y periódicos muy enfocadas en el cine. Cuando estaba en la universidad las recortaba para estudiar o para dar clase y esta práctica se consolidó tras pintar —en 1965— Los suicidas del Sisga en los que usó como referente una imagen mal impresa publicada en el periódico y con ello se marcó un camino que ha seguido hasta ahora.
–Yo estuve viviendo en Holanda tras haber pintado Los suicidas del Sisga, una pieza clave dentro del desarrollo de mi obra y ese cambio fue interpretado por un amigo mío de Bucaramanga con que a mí me gustaban las noticias de muertos. Al regresar me visitó con un cerro de noticias de la página roja de Vanguardia Liberal de Bucaramanga, que era tremenda.
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La maestra Beatriz González se dedicó a trabajar obras que venían de esas imágenes que recuerda con una memoria prodigiosa.
–Hay una: “Asesinada mujer en hospedaje”, sobre una mujer muerta sobre un colchón de flores en la que el fotógrafo y el narrador de la noticia, que generalmente era una misma persona, puso una flecha, alteró la foto y puso una raya, decía herida. Esa marca así quería evidenciar que era una noticia trágica. Esa noticia, por ejemplo, la trabajé mucho, hasta hace unos años todavía. Una foto realmente importante.
Ese archivo, que es numeroso porque además explora la faceta de historiadora del arte que no todos conocen de Beatriz González, ya tiene un destino concreto: Bucaramanga.
–Había cierta codicia respecto a mi archivo porque mis asistentes lo pusieron en una exposición en el Banco de la República y todos preguntaban qué iba a hacer con este. Finalmente resolví donarlo al Banco de la República en Bucaramanga (...) Me pareció interesante poner a Bucaramanga en el mapa para que la gente busque ahí archivos. Son muchas noticias y voy a donar los álbumes fotográficos de mi familia. Finalmente, post mortem, voy a donar la biblioteca. Quiero que Bucaramanga quede en el mapa y que mi archivo no se disperse por ahí en otras bibliotecas sino en una concreta.
Beatriz lleva 60 años siendo una voz artística que resuena más allá de sus obras y en esta exposición es notorio ver varios momentos emblemáticos de su carrera. Instantes de giros creativos que no le han impedido mantenerse a la vanguardia del arte en Colombia.
–Soy santandereana y tengo una actitud crítica muy clara. Tengo un semáforo en rojo. Mientras estoy pintando de pronto me pongo a pensar que me estoy volviendo abstracta y se me prende ese semáforo rojo y me hace cambiar.
La maestra siempre ha defendido que un artista debe ser ético. Y sobre eso le habla a las nuevas generaciones.
–Una vez me dieron una condecoración en la Universidad Industrial y les hablé a los estudiantes, les hice un escrito diciéndoles que había que buscar un estado de arte. Yo insisto mucho en que no sean solo el artista que trabaja su obra y ya. Deben leer poesía, ir a ver mucho cine, leer mucho, escribir. Un artista no es solo para ganar plata, tienen que aprender a pensar, a trabajar libremente sin estar pensando en la dictadura de las galerías. Y no estoy en contra de las galerías, ni mucho menos, hacen una gran labor, pero a los jóvenes hay que cuidarlos, que no se pierdan en ese mundo donde creen que pueden tener un panorama más notable, sino que se olviden de eso y que trabajen.
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A propósito, la lectura es una de sus grandes pasiones. Los fines de semana se va para su finca, con su esposo, a visitar a sus perros Milu y Criso y buena parte del tiempo lo usa para leer. Al preguntarle qué libro está leyendo ahora confiesa que es uno que nunca había leído: Guerra y paz de León Tolstói.
–No lo había leído porque a mi marido le ha parecido aburrido, nosotros leemos juntos. Y ahora lo estoy leyendo —es bastante grande, 900 páginas— porque voy a México y la exposición que tiene que ver con Guerra y paz y tengo un telón de la guerra y un telón de la paz especiales que se van a inaugurar allá y pensé: ¿qué tal que me pregunten cosas de Guerra y Paz? Yo solo sé noticias de Colombia (risas). Entonces me puse a leerlo y me faltan 100 páginas, estoy clavada.
Botero, ¿influencia?
En Medellín era inevitable hablar de Fernando Botero. El artista antioqueño fallecido el pasado 15 de septiembre que la maestra conoció, pero trató muy poco. En su paso por la ciudad se fue de visita al Museo de Antioquia, que reúne su legado, aunque también recorrió otras salas, porque si hay algo que le gusta es saber qué están haciendo otros artistas.
Pero trayendo de nuevo a Botero a la conversación, la maestra precisó que sí hubo una gran influencia.
–Cuando estaba en la universidad, Marta Traba (crítica de arte y escritora) nos obligaba a ver las exposiciones. En la Biblioteca Nacional remodelaron una sala e hicieron una muy especializada con obras de Alejandro Obregón, Eduardo Ramírez Villamizar y Fernando Botero. Me acuerdo que cuando vi a Botero, dije: “¿Para qué estudio si Botero ya hizo lo que yo pensaba hacer?”, ahí había obras como Teresita la descuartizada y otras más y las miraba pensando que eso era lo que yo quería hacer. O sea, la influencia de Botero sobre mi pintura es definitiva.
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Beatriz González se planteó luego cómo ser figurativa sin ser Botero, encontró cómo aplanar las figuras y se distanció del artista antioqueño en cuanto a estilo. A Botero lo conoció en sus años de trabajo en el Museo Nacional.
–Él había donado una colección muy buena, pero estaba como mal puesta. Entonces empecé a intervenirla y cada vez que él venía a Colombia iba al museo a ver cómo estaba yo haciendo el trabajo. Le gustaba muchísimo ese trabajo y fue la única vez que traté a Botero, después no lo volví a ver.
Antes de la despedida insiste en que en su obra no se verá el blanco porque es un color traicionero que nunca le ha gustado y que el verde esmeralda sigue siendo su favorito. Se queda pensativa al analizar si hay una obra suya que la defina. Guarda silencio.
–Me quedé muda... Creo que Remero. Aquí (en Medellín) hay un óleo, en Suramericana, que me paro frente al cuadro, miro las esquinas, la parte de arriba, todo, y digo: “¿A qué horas pude hacer este cuadro tan bueno?”, sabes, eso me hace feliz.