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Adiós a Eduardo Escobar, el nadaísta precoz

En la noche de ayer lunes, a los 81 años, murió el poeta, periodista, escritor envigadeño. Fue uno de los fundadores del movimiento nadaísta junto con Gonzalo Arango, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel, en 1958.

  • El escritor, poeta y periodista envigadeño tenía 81 años y recientemente había recibido el premio del Círculo de Periodistas de Bogotá. FOTO cortesía
    El escritor, poeta y periodista envigadeño tenía 81 años y recientemente había recibido el premio del Círculo de Periodistas de Bogotá. FOTO cortesía
19 de marzo de 2024
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Eduardo Escobar (Envigado, 1943) nunca perdió el ánimo travieso juvenil, un diablillo interior que intentó gobernar introduciéndolo en todo lo que escribía, en sus poemas con “cucarachas en la cabeza”; en sus columnas en “contravía” de ídolos y modas; en sus crónicas que celebran “el amor de una mujer bajita” o la compañía de un tumor cerebral.

En una entrevista que concedió la revista Bocas, le preguntaron por cuál consideraba su mejor poema: “Tampoco me avergüenza haber escrito Cucarachas en la cabeza, que un gran poeta cuyo nombre me reservo, por si cambió de opinión, piensa que es un poema emblemático del siglo veinte en Colombia. Y también me gusta Mi padre el anticuario. Manuel Mejía pensaba que es un poema antológico”.

Fue precisamente el escritor Manuel Mejía Vallejo quien financió la publicación de su primer poemario, cuando todavía era un adolescente. A los 15 años publicó sus primeros poemas, lo que le valió el aprecio de figuras reconocidas. En esos años juveniles Fernando González, el filósofo de Otraparte, lo comparó con un “diosecito perdido” y Gonzalo Arango lo consideró el “poeta más puro de su generación”.

Eduardo fue precoz, adelantado, aventajado, con ideas muy propias. Criado en un ambiente de curas y rezandero, como cuenta el periodista Pascual Gaviria, amigo y editor de Escobar en el diario Universo Centro, ingresó al Seminario de Misiones de Yarumal en su primera juventud, “cuando quería no ser cura, ¡sino santo o papa! Fue un personaje extraño, una rara avis, como se dice entre los poetas. A pesar de ser distinguido por pertenecer a esa especie de gavilla que fue el nadaísmo, fue un solitario y vio el nadaísmo como una experiencia adolescente, de intentar sacudirse el polvo de la literatura del siglo XIX y de los curas en esta Antioquia, pero nunca lo sintió como algo que hubiera marcado su escritura”.

Fernando Mora, escritor y profesor de Eafit, quien lo grabó en largas entrevistas, resalta que en su poesía era esencial el humor, y también menciona a “Cucarachas en la cabeza”, un extenso poema en prosa publicado como libro en 1992, aunque luego el mismo poeta dijera que ya su poesía buscaba otros caminos. Algunos de sus versos dicen:

Mientras duermo calibran mis fantasmas / interpretan mis pesadillas / según la norma freudiana / Y cuando leo miran por sobre el hombro lo que leo / con un insoportable talante crítico / Estas espías dotadas de hipersensibles antenas / inquietas con curiosidad casi científica / me interpelan / Se fuman mis cigarrillos / Siestean en mis manzanas / como si fueran paraísos.

Ese poema era “un monumento a la parodia”, como lo calificó Jotamario Arbeláez, su colega nadaísta.

En su prolífica producción intelectual publicó cerca de treinta libros de poesía, ensayos, cuentos y crónicas. De sus libros resaltan títulos como Invención de la uva (1966), Del embrión a la embriaguez (1969), Cuac (1970), Confesión mínima (1975), Correspondencia violada (1980), Nadaísmo crónico y demás epidemias (1991), Cucarachas en la cabeza (1992), Ensayos e intentos (2001), Fuga canónica (2002), Prosa incompleta (2003) y Poemas ilustrados (2007).

Columnista incorrecto

Como periodista fue director de La viga en el ojo, la primera publicación nadaísta, ilustrada por Álvaro Barrios y Pedro Alcántara Herrán. En su oficio como columnista escribió para los diarios EL COLOMBIANO, El Tiempo, Universo Centro y El País. También fue colaborador en Soho, Credencial, Cromos y las revistas de la Universidad de Antioquia y Aleph.

Durante 40 años sostuvo la columna Contravía en el diario El Tiempo, cuya antología fue publicada por Intermedio Editores y fue merecedora del reciente premio del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) a la Mejor publicación periodística. “Cuando recibió la noticia iba camino a la clínica conducido por sus pulmones”, escribió Jotamario Arbeláez en su columna de El Tiempo del pasado 21 de febrero. Escobar se encontraba combatiendo un cáncer de pulmón, que finalmente acabó con su vida.

También fue merecedor del premio Simón Bolívar a la Mejor columna de opinión en el año 2000, por un texto crítico sobre el escritor Jorge Luis Borges.

La académica María Dolores Jaramillo, profesora de la Universidad Nacional, escribió en la reseña de su libro Escritos en contravía, publicada en la revista Generación de EL COLOMBIANO, acerca del legado que deja Escobar: “Es un hombre de amplio humor e ideas bien depuradas. De sarcasmo, carcajada y diatriba. Sus diversas columnas de opinión, libres e independientes, lo han caracterizado como un escritor, periodista y dibujante de alta precisión, que no juega a la conveniencia ni al acomodo, ni cae en lo ridículamente llamado hoy ‘políticamente correcto’. Detecta las contradicciones, los faltantes y sobrantes, y señala sin eufemismos el absurdo de las creencias y conductas humanas. Y plantea los problemas, lo mismo que su admirado George Steiner, desde nuevas perspectivas, a veces insólitas o incorrectas e irónicas”.

Su pasión y amor por el oficio hizo que entregara su columna hasta sus últimos días. El 20 de febrero, en una de ellas titulada “Noticia de los reinos intermedios”, escribió: “Se agitan las enfermeras desde la primera hora en los pasillos, y entran y salen de la habitación con rara insistencia, para preguntarme si me duele, y yo contesto a veces que sí y a veces que no, porque de tanto oír la pregunta dejé de entender bien lo que es el dolor. Hay muchas clases de dolor. Borges dijo que sufrimos de uno en uno. Y hay muchas clases de heridas. Y hay muchos modos de llevarlas”.

Prosista imposible

Pascual Gaviria rememora su faceta como cronista y ensayista, dotado de una habilidad única de reunir cosas que parecían imposibles de juntar, y eso es clave en su producción y estilo, reflexiones filosóficas con la cotidianidad de sacar a su perro o regar las matas, como solo quienes tienen una mente original e independiente son capaces de hacerlo.

En su faceta de cronista se recuerda su paso por las revistas Soho y el periódico Universo Centro, en los que recibió encargos inverosímiles, como aquella de hablar de su tumor cerebral: “Era obvio que no podía seguir albergando La Cosa, por caridad, cortesía ni descuido: aunque hubiéramos convivido en paz, muchos años, tal vez, había llegado la hora de separarnos”, escribió.

O también aquella otra historia en la que elogió en su justa medida a las mujeres colombianas, antes de que sus hábitos alimenticios cambiaran: “Las mujeres colombianas eran entonces por norma, antes de que llegaran los Korn Flakes y de que abrieran los primeros gimnasios, pequeñas, graciosamente sea dicho, de reducidas proporciones. Las bravas y las tiernas. Las sumisas y las tiranas”.

Política a la contra

En las múltiples formas de la rebeldía que ejerció con ahínco se separó de las corrientes políticas dominantes del círculo intelectual del que hacía parte, lo que le valió ser considerado como traidor.

“En las últimas décadas de su vida tuvo una posición de centro derecha, y por eso muchos lo vieron como traidor, pero eso solo demuestra que Eduardo pensaba por sí mismo, por encima de lo que se pudiera decir, del linchamiento de las redes, de que fuera mirado como alguien que había regresado a esa Antioquia conservadora y rezandera”, dice Gaviria.

En el recuerdo de sus allegados quedará su imagen de sombrero, sonriente, rodeado de libros, con la pitillera y el cigarrillo en la boca y una sentencia: “La muerte es lo que le da sentido a la vida, si no existiera la muerte yo podría aplazar ese poema un milenio...”.

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