La historia de Son Batá empezó con un casete. Jhon Jaime Sánchez, Jhon Freddy Asprilla y Carlos Alberto Sánchez —los fundadores— tenían un amigo en común, Andres Felipe, al que le decían Brooklyn, que por problemas con el uso de sustancias, terminó internado en Ciudad Don Bosco. Allá, en medio de su proceso de rehabilitación, unos compañeros le mostraron el rap y le prestaron un casete que él, en una salida por buen comportamiento, llevó a su casa, en la comuna 13 y le mostró a Jhon Jaime, Jhon Freddy y Carlos Alberto. Ahí conocieron el hip hop y con el hip hop cambió todo.
—¿Cuántos años tenían ustedes?
—Estamos hablando de 1999... nosotros teníamos más o menos unos 12, 13 años. Toparnos con ese casete fue una fortuna. Nos cambió la vida para siempre, no sólo a nosotros, sino a nuestras familias y a todo el entorno comunitario, dice John Freddy.
—¿Qué música había en el casete?
—Run DMC, Afrika Bambaata, Wu tang Clan, Dj Premier que son como esas personas que empezaron a expandir la cultura hip hop por el mundo. Nosotros nos empezamos a conectar mucho con el baile y el canto, pero luego Brooklyn nos empezó a contar la historia, que esa música la hacían personas negras y que la hacían para reclamar sus derechos.
—¿Ustedes no tenían ni idea?
—Nosotros no teníamos ni internet, ni celular, ni computador, y nuestro imaginario era que los únicos negros que existían en ese momento en la faz de la tierra éramos nosotros, los del barrio y nuestros familiares en el Chocó.... Nuestro mundo era muy reducido, y todo el tiempo éramos sujetos de rarezas que ¿vos por qué sos de ese color? ¿Por qué tenés el pelo así? Todas las miradas eran hacia nosotros y todo el tiempo éramos sujetos de ese racismo naturalizado...
—Ser negros los hacía extraños, diferentes...
—Claro, y nosotros tratábamos de dejar de ser negros para que no nos vieran tan raro, pero con esta música, lo que nos pareció más extraño fue que Brooklyn nos dijo, parce, yo quiero ser negro como ustedes. Eso nos voló la cabeza, no te imaginás. Esa se fue la puerta para conectarnos con el mundo.
El hip hop se trata de eso, de generar identidades que permitan a personas y comunidades dejar de ser los que los otros suponen y construirse como se proponen, y así conectarse con el mundo, hacerse un lugar. Es lo que pasó en Estados Unidos hace 50 años, cuando emergió y es lo que se repite desde entonces en cada lugar que arraiga. Paul Gilroy lo explicó en su libro Atlántico Negro: el hip hop “puso en marcha un proceso que transformaría el sentido de sí del Estados Unidos negro, así como buena parte de la industria musical popular”.
Eso que dice Gilroy es lo que le pasó a Jhon Jaime, Jhon Freddy y Carlos Alberto, el hip hop les transformó la vida y ellos, a través del hip hop, pusieron en marcha también un proceso de transformación de lo negro en su barrio.
—Antes de toparnos con ese casete, nuestro mayor anhelo era ser guerreros, como los que veíamos todo el tiempo en nuestros barrios, porque si vos hacías parte de estos grupos, tenías comida, plata, poder... A nosotros la música no nos daba plata, pero sí nos empezó a dar reconocimiento. Ya en la escuela no nos preguntaban por nuestro color de piel, nos pedían que cantáramos o si podían parcharse con nosotros.
—El mundo al revés...
—Pasamos de ser los extraños y los exóticos a ser el punto de referencia de nuestras instituciones educativas y en nuestra comunidad y con eso fuimos equiparando fuerzas. Con las canciones, empezamos a narrar esa realidad, a ser la voz de los que no tenían voz.
Esa primera formación se llamó SKARIAL, era un grupo de rap conformado por ellos tres. Todavía estaban lejos de ser Son Batá, pero ese fue el principio, y ese principio ha sido un fin en sí mismo, porque si algo ha hecho Son Batá es construir una identidad afro local, que tiene tanto de su herencia chocoana como de su realidad en la ciudad y en la comuna, y a partir de esa identidad y apoyándose en el arte se han dedicado a construir otras formas de ver y pensar la vida, el mundo, la idea de comunidad, todo. A transformar.
—Fue muy importante conectarnos con nuestra identidad, con el arte y con los sueños, porque eso más adelante nos daría las herramientas para empezar a constituir. Cuando uno reconoce sus raíces, su herencia y de dónde viene, empieza a tener un horizonte de sentido mucho más claro.
Los peores años
“La Comuna 13 de Medellín se ha convertido en los últimos años en un referente de la guerra en las ciudades. Entre los años 2001 y 2003 fue el escenario privilegiado de un conflicto que tuvo como protagonistas a guerrillas, paramilitares y fuerza pública”, dice en la contraportada del libro La huella invisible de la guerra, desplazamiento forzado en la Comuna 13, que recoge el informe del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación.
En el prólogo, Gonzalo Sánchez, coordinador del grupo, explica que el conflicto en la Comuna 13 hace parte de un “ciclo que se ha repetido por décadas: primero las milicias expulsaron a los delincuentes comunes, después las milicias populares fueron enfrentadas y desalojadas por las guerrillas, y éstas a su vez fueron combatidas y alejadas del área por los paramilitares. Actualmente hacen presencia combos o bandas”.
Para muchos resultará difícil imaginarse las violencias de aquellos días, pues ahora, la Comuna 13 es uno de los atractivos turísticos más visitados de la ciudad. Nadie tiene miedo de ir, pero Jhon Jaime, Jhon Freddy y Carlos Alberto recuerdan bien esos días que muchos quisieran olvidar. De ahí viene Son Batá.
—Nosotros siempre habíamos asistido a un grupo juvenil, pero no sabíamos que de alguna manera, los líderes de ese grupo estaban conectados ideológicamente con las FARC. Hacíamos recreaciones, convites, labor social, ayudábamos cuando había mucho derrumbe, porque esto era apenas una invasión. Cuando pasa todo ese tema de las operaciones y estas personas son capturadas, nosotros empezamos a coger las riendas de ese grupo juvenil. Lo primero que hicimos fue cambiarle el nombre de Sol Radiante a Afro Renacer de la Juventud.
Y lo hicieron con el apoyo de algunas organizaciones que hacían presencia en la comuna, como la YMCA —Young Men’s Christian Association— más conocida en español como ACJ —Asociación Cristiana de Jóvenes—, de la mano de ellos empezaron a construir sus propios proyectos y a buscar cómo financiarlos.
Un trabajo para nada fácil. Dice Gonzalo Sánchez, también en el prólogo del libro, que “tanto dentro, como fuera de los márgenes de la Comuna, los jóvenes son quienes han sufrido en mayor medida la estigmatización, no sólo social sino de las instituciones oficiales. Ellos son a su turno objeto de sospecha y de esperanzas de transformación”. De ellos se esperaba todo y nada. Se les exigía, se les juzgaba y se les excluía por igual.
—Sabíamos que éramos negros y que por el hecho de ser negros, pobres, jóvenes y vivir en este territorio, íbamos a tener que hacerlo cuatro, cinco, seis veces para que la gente pudiese creer que queríamos hacer las cosas, pero sobre todo que teníamos la capacidad de hacerlo.
Tenían que convencer a la sociedad de que eran jóvenes como cualquiera otros, a sus familias de que su vida iba a ser más que trabajar para comer, porque querían seguir estudiando, ir a la universidad y dedicarse a un quehacer más por propósito que por sobrevivencia. Y también a las autoridades y a las instituciones, para que los apoyaran, les creyeran y los ayudarán a financiarse y finalmente a sus vecinos, a sus amigos y a su comunidad, hacerles ver que a pesar de las dificultades y la violencia, la vida podía ser de otra manera.
Afroantioqueños
Aunque se reconozca poco, Antioquia y, por supuesto, Medellín, tienen una gran herencia negra. Lo que pasó, según señala Wade Davis en su libro Gente negra Nación mestiza es que en este departamento gran parte de la población negra y sus descendientes fueron involucrados en un poderoso proceso de mestizaje y de blanqueamiento.
“Lógicamente, el proceso de blanqueamiento con su negación de lo negro se entrelazó con el desarrollo de un mitología de lo étnico y racial característico, resultando en una negación de la contribución negra a la ‘raza antioqueña’ (...) Cuando afirmaron su identidad como paisas, simultáneamente negaron su herencia negra”, escribió Davis.
Por eso los tres fundadores de Son Batá, sus familias y las demás personas negras de la comuna que en su mayoría venían del Chocó, eran vistos como extraños. Eran sujetos de rarezas, como dijo antes Jhon Freddy.
—Yo siempre supe que era negra porque la gente se encarga de decírtelo.
—Pero te lo dicen como mal...
—Ajá, como algo que nadie quiere ser. Pero yo me miraba y pensaba, si, soy negra, normal, pero no sabía que había una cultura detrás de eso ni nada. Hasta que ellos (Jhon Jaime Sánchez, Jhon Freddy Asprilla y Carlos Alberto Sánchez) empezaron a generar encuentros con los niños y en esos encuentros estaba yo, que estaba en todo. Montaron una escuelita con talleres de música, percusión, clases de canto, todo eso era música afro y a raíz de eso me empecé a interesar mucho por todo este cuento de la historia afro, dice Yajaira, hoy Coordinadora de la escuela de artes y representante legal de Son Batá.
Esos talleres, a los que iba Yajaira cuando era apenas una niña, se desarrollaron a partir de una beca creación que el grupo se ganó cuando todavía se hacían llamar Afro Renacer de la Juventud.
—Con eso compramos unos instrumentos y empezamos todo un proceso de capacitación, porque creíamos que la mejor manera de conectarnos con nuestra identidad era a través de la música. Ese proceso fue muy importante por varias cosas, una de ellas es que pensamos que estábamos haciendo música del Pacífico, y mentira, estábamos haciendo música del Atlántico, dice John Freddy
Es gracioso, pero no es chiste. El grupo estuvo más o menos cinco meses formándose. Querían hacer chirimía, una música tradicional de Chocó, para acercarse a su historia, para reconocerla y seguir con esa construcción identitaria que había empezado con el hip hop. Pero llegado el día de la presentación se dieron cuenta que eso que estaban tocando no tenía nada de chirimía, que la música que estaban haciendo era más del Atlántico que del Pacífico.
—¿Qué pasó?
—Ese desconocimiento también era parte de nosotros, entonces hicimos otro proyecto, nos aceptaron una segunda fase, y ahí sí compramos los instrumentos de verdad pero además incluimos un intercambio, porque entendimos que lo primero que debíamos hacer era entender nuestra cultura, y nos fuimos a las fiestas de San Pacho en Quibdó y eso fue como descubrir toda esa magia negra que hay entre el arte y la identidad de una cultura que no solamente es gozar sino que hay unos valores, unos principios y unas resistencias que empezarían a darnos mensajes a nosotros, entonces cuando volvimos de allá, lo primero que hicimos fue cambiarnos el nombre.
Así nació oficialmente Son Batá, en 2003, hace poco más de 20 años.
El fin
En Son Batá, el principio siempre ha sido el fin. Porque la transformación empieza por construir una identidad que cambié la forma que nos vemos y nos ven, y en el caso de ellos, donde convivan el pasado y el presente, lo chocoano y lo antioqueño, donde quepan todos. Y a partir de esa construir nuevas formas de pensar, relacionarse siempre apoyándose en el arte, esa es su metodología: ‘El arte transformador de realidades’.
—Son Batá lo que hace es darnos bases para que tomemos mejores decisiones en la vida. Nos invitan a creer en nuestros sueños, pero siempre nos han enseñado que los sueños no se cumplen durmiendo, entonces lo que hacen es que te ponen a la mano las herramientas que necesitas para ser lo que quieres ser. Para mí Son Batá es una fábrica de sueños que hace que la transformación de la sociedad sea real, dice Bomby, artista y uno de los miembros más reconocidos de Son Batá.
Él llegó a Son Batá cuando era un niño. Los conoció cuando apenas estaban empezando, con el grupo de rap y empezó a imitar todo lo que hacía John Jaime, que era su vecino. Por ellos aprendió a tocar el clarinete y gracias a ellos pudo entrar a la universidad para estudiar música. Su carrera musical le debe mucho a Son Batá, por eso Bomby siempre le devuelve a la corporación, comparte sus triunfos y sus aprendizajes, porque el compromiso de todos es mantener vivo a Son Batá, para que siga cumpliendo años y transformando realidades, sin excluir a nadie.
—Si Son Batá no estuviera en mi vida, yo no tendría esta forma de pensar, porque Son Batá me enseñó que uno debe luchar por lo que quiere, proponerse metas, ser comprometido y siempre trabajar, porque si usted es constante y se esfuerza, no se arrepiente de nada. Yo quiero que sigamos creciendo y que crezcamos juntos. A los chicos siempre les quiero transmitir el amor propio, que se amen y que le mostremos a la gente, eso que nos hace ser únicos, dice Yajaira.
La apuesta a futuro
–¿Qué viene para Son Batá este 2024?
–Este es como un nuevo momento. Antes de la pandemia nosotros teníamos dos sedes, una administrativa y una cultural y tuvimos que cerrarlas. Pero a principios del año pasado nos cedieron un edificio que venimos reestructurado para que sea la nueva sede de Son Batá. Son cuatro piso donde van a funcionar la escuela de artes de Son Batá, la escuela de programación de Software de la mano de Código C13, un estudio de producción musical, una ludoteca para los niños, las oficinas de los trabajadores de Son Batá y una tienda para nuestros productos y un espacio para conciertos pequeños, con capacidad para 150-200 personas. Pero no será solo para los proyectos de Son Batá, sino que este al servicio de la comunidad, dice Jhon Freddy.