No tiene un registro en su mente detallado, pero sí tiene la certeza que sus manos han ayudado a traer al mundo más de 300 niños que sin su apoyo quizás muchos de ellos no hubieran alcanzado a ver el rostro de sus madres.
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María Ignacia sabe que para cumplir su labor debe recorrer largos caminos, adentrarse muchas veces en la selva, cruzar ríos o salir de noche, no importa si hay lluvia o si el sol inclemente golpea su cabeza y espalda, o peor aún si en su recorrido deberá enfrentarse a los actores armados que hacen presencia y controlan buena parte de esos territorios inhóspitos del Medio Baudó
Su conocimiento y experticia los pone al servicio de la humanidad, en aquellos lugares donde no hay asomo de médicos o enfermeras. Como partera cumple con amor y entrega su misión y está feliz de saber que hoy esa labor es patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, reconocimiento que comparte con otras mujeres como ella en Alemania, Chipre, Eslovenia, Kirguistán, Luxemburgo, Nigeria y Togo.
María heredó la partería de su abuela y continuó con el legado familiar junto a su tía.
“La primera vez que recibí un parto al principio estaba nerviosa, pero atendí el parto normal y quedé encantada. Desde ese momento, soy feliz cuando ayudo, porque traer vida me encanta”.
Y no solo eso. Su compañía y orientación van más allá del momento del parto porque muchas veces se vuelven consejeras, conocen las dificultades en los hogares y saben cuándo hay que buscar otro tipo de ayuda.
“Si la gestante está bien, el bebé está bien; si ella está mal, el bebé está mal”, no duda en afirmar esta mujer que hace parte de la Asociación de la Red Interétnica de Parteras y Parteros del departamento del Chocó, organización que les ofrece herramientas de capacitación y que trabaja para conservar esta tradición y saber ancestral.
De modista a partera
Desde su natal Nariño, Rosmilda Quiñones llegó a Buenaventura muy joven para seguir su labor de modista. Allí conoció a ‘La Chola’, una afamada partera de la región, quien de inmediato vio en ella “el don para ser partera”.
Tras mucho insistirle logró enrolarse en el oficio. Hizo un curso de primeros auxilios y asistió a los comités de participación comunitaria donde conoció los riesgos y aprendió a determinar cuándo podía o no atender un parto. Al final, terminó enamorándose de la partería.
“Decidí ser partera porque vi la necesidad del rescate, conservación y transmisión de esos saberes culturales y ancestrales que estaban prácticamente perdidos”, que no siempre han sido bien vistos en ciertos escenarios, “porque una partera atendía un parto y lo hacía a escondidas, con miedo. Las parteras tenían miedo de que la medicina occidental se diera cuenta que estaban atendiendo partos”.
Ella hoy es la directora de la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa), con sede en Buenaventura (Valle del Cauca), que reúne desde hace más de 30 años a más de 80 parteras del Pacífico colombiano.
Define la partería como un trabajo social comunitario que les permite acercarse a las personas, saber qué piensan, qué preguntas o dudas tienen y acompañarlas durante el embarazo, parto y postparto, que para muchas mujeres es un momento único en sus vidas.
“Hay una cercanía con la familia, unión y un vínculo, porque a veces nos toca entrar hasta el fondo de la casa para saber cómo vive esa familia, en qué condiciones está la embarazada; muchas veces es rechazada, en algunos casos el hombre no quiere ese embarazo o es una familia con muchas dificultades económicas”, explica Rosmilda.
Por eso no es fácil a veces cumplir su tarea y porque las siguen viendo con recelo. En muchas ocasiones son discriminadas en los puestos de salud que no las aceptan como apoyo.
En departamentos como el Chocó, el registro de nacimientos atendidos por parteras ha llegado a un 28.1% anual, con cifras similares en otros departamentos del Pacífico, la región Caribe e incluso en la Amazonía.
Varias iniciativas se han desarrollado en pro de la protección de este oficio, como el proyecto ‘Partera Vital’ para fortalecer las rutas de articulación entre parteras tradicionales y los sistemas de salud, en el departamento de Chocó y el distrito de Buenaventura.
La iniciativa nació luego que se dieran a conocer las cifras en Colombia, durante 2019, de mortalidad materna en pueblos indígenas que llegó a 219 muertes por cada 100 mil nacidos vivos, es decir, cuatro veces mayor al promedio nacional.
La cifras fueron contundentes: 51 muertes por cada 100 mil nacidos vivos, mientras que en las poblaciones negras, afro, raizales y palenqueras fue de 98 muertes maternas por cada 100 mil nacidos vivos, es decir, dos veces mayor al promedio nacional.
El proyecto, en una fase inicial, logró fortalecer capacidades de 354 parteras tradicionales (71% afrocolombianas y 27% indígenas, 294 en Chocó y 60 en Buenaventura), en temas como derechos sexuales y reproductivos, identificación de señales de alarma, violencias basadas en género, proceso de registro de nacimiento, habilidades para la vida, uso de las telecomunicaciones y tecnologías.
Paréntesis: Práctica ancestral que data del Paleolítico
Desde esta semana, Colombia cuenta con una manifestación declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, ‘Partería: conocimientos, habilidades y prácticas.
Es una práctica que se remonta al periodo del paleolítico cuando las mujeres se veían obligadas, en el embarazo y parto, a dar a luz en entornos difíciles y a menudo con peligro de muerte; la única alternativa era contar con la ayuda de otras mujeres, quienes habían desarrollado conocimientos y habilidades para permitir ese tránsito a la vida.
De allí que en Colombia, como ocurre en otros lugares del mundo, la partería está estrechamente relacionada con las prácticas ancestrales indígenas, negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras. Así como con la transmisión de saberes propios de los territorios, para el cuidado, atención y acompañamiento de las mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio. A todo esto se reconoce como “Partería Tradicional”.