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Palmitas, el rincón más pacífico de Medellín

Los habitantes de esta zona no han presenciado un solo homicidio este año. Le contamos cómo viven.

  • Palmitas es un corregimiento con vocación netamente agrícola. Tiene 29 policías, y en 2018 no registra homicidios, apenas 2 robos y ninguna banda delincuencial. FOTO ROBINSON SÁENZ
    Palmitas es un corregimiento con vocación netamente agrícola. Tiene 29 policías, y en 2018 no registra homicidios, apenas 2 robos y ninguna banda delincuencial. FOTO ROBINSON SÁENZ
23 de octubre de 2018
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En Medellín, según la Alcaldía, en lo corrido de este año han sido asesinadas 496 personas, pero hay un rincón pacífico que en 2018 no ha presenciado una sola muerte violenta.

Se llama San Sebastián de Palmitas, y es uno de los cinco corregimientos que tiene el municipio. Situado en límites con el Occidente de Antioquia, tiene unos 7.500 habitantes repartidos en 49,5 kilómetros cuadrados. No hay bandas criminales disputando el territorio, no hay atracos en las calles y la mayor preocupación de los vecinos es el tiempo que se gastan para ir de un lugar a otro.

Por eso, aunque tiene una subestación de Policía con 29 agentes, pocas veces hay emergencias o grandes operativos. Los mismos uniformados cuentan que dos de cada tres llamadas que reciben son de vecinos que piden ayuda para controlar a los borrachos que pelean. Y la tercera llamada, casi siempre, es para pedir ayuda con el traslado de enfermos desde las veredas más alejadas, o para buscar asistencia en accidentes de tránsito.

“Esto aquí es muy tranquilo. Los casos que se presentan son casi siempre por riñas o violencia intrafamiliar y ocurren los domingos, que es el día que la gente toma. Casi nunca es algo grave, muy pocas veces tenemos lesionados y casi nunca armas de fuego”, cuenta el intendente Fernando Bolívar Amador, subcomandante de la estación.

Como la muerte es una visitante extraña, en Palmitas el cementerio pasa la mayor parte del tiempo cerrado y con candado. Su fachada amarilla está decorada con un letrero en el que se avisa que “este es un lugar sagrado”, y en el ambiente solo resuenan las risas de los muchachos del colegio que estudian unos metros más adelante.

Una vida rural

Ricardo León Giraldo es, desde hace cinco meses, el gerente de Corregimientos de Medellín. Desde su llegada, confiesa, está fascinado con Palmitas por lo diferente que resulta frente a los demás corregimientos.

“Es lo más rural que tiene Medellín. La mayoría de la gente es campesina, se conocen y se cuidan entre ellos, casi como una hermandad. Y aunque entre los jóvenes hemos visto algunos casos de consumo de drogas, por lo general, es una zona muy sana”, asegura.

Esa opinión la comparte Rodolfo Acevedo, un hombre canoso que ha vivido 60 de los 67 años que tiene en Palmitas, y que comparte su casa amplia con un gato, un perro y las ánimas benditas del Purgatorio, a las que les reza en la mañana y por la noche.

Cuenta que intentó vivir en Medellín unos meses, buscando un futuro económico, pero el exceso de ruido, polvo y el miedo constante de ser atracado en cualquier calle, lo hicieron volver a su corregimiento, donde espera vivir hasta el último de sus días.

“Aquí es muy tranquilo, yo salgo de mi casa y me cuidan las ánimas. Vengo al pueblo (la centralidad) donde los señores de la Alcaldía me enseñan cosas que nunca aprendí —como a cocinar— y después camino un rato. Aquí uno sabe quién es quién”, dice antes de sugerir que los periodistas que lo entrevistan visitan por primera vez el corregimiento. “Estoy seguro porque es la primera vez que los veo”, apunta.

¿Aquí no pasa nada?

La última vez que los habitantes de Palmitas vieron sangre derramada en su pueblo fue el 23 de diciembre de 2017.

El intendente Bolívar recuerda que ese día un campesino llamó diciendo que había encontrado una cabeza en medio del monte.

“La gente estaba impresionada y comenzaron las investigaciones. Al otro día encontramos dos sacos con dos personas y el mismo día se esclareció que había sido un hijo con problemas mentales que, en medio de una pelea, mató a machete al papá y al hermano. Ese mismo día lo capturamos y ya lo condenaron a 33 años de cárcel”, explica.

En lo que va del año no se ha registrado ningún homicidio, ningún atraco ni robo de carros o motos.

Los únicos trabajos extraordinarios para los agentes fueron dos robos ocurridos en un mismo local comercial durante el primer semestre. “En ninguno de los dos dañaron puertas o ventanas”, cuenta el intendente Bolívar.

La hipótesis que tienen los vecinos de la vereda La Aldea —donde ocurrieron los hechos— es que un exempleado de la tienda se quedó con una copia de la llave después de que lo despidieron, y se llevó los computadores como “venganza” con su antiguo jefe.

Los indicadores de seguridad que se mueven en el corregimiento son los de incautación de armas y dosis de drogas, pero la Policía tiene una explicación para eso: “Hay muchas cosas que en teoría pasan en Palmitas, pero es porque la carretera que va a Santa Fe de Antioquia pasa aquí al lado, y por ahí sí pasan armas y estupefacientes, pero es gente que va para otras zonas”, aclara el subcomandante de la Policía.

La debilidad en lo social

Pero como nada es perfecto, hoy las autoridades de Medellín tienen sus ojos puestos en problemáticas como violencia intrafamiliar y abuso sexual infantil.

El gerente de Corregimientos asegura que esa misma tradición campesina que hace tan particular el territorio de Palmitas hace que las denuncias no siempre lleguen.

“De abusos sexuales se cuentan muchas cosas, sobre todo dentro de la misma familia con temas como el incesto, pero no hay denuncias y nadie habla en público de esto”, reconoció Giraldo.

El tabú parece ser grande. Marina de Jesús Ospina, de 75 años, asegura que nunca ha conocido casos de abusos en su vereda, pero después de un rato baja la voz y comenta: “es que aquí lo que pasa en la casa se queda en la casa”.

Según la Secretaría de Seguridad, en lo corrido de este año se han denunciado 24 casos de violencia intrafamiliar, 166 % más que en el mismo periodo de 2017.

La otra problemática que preocupa a la Alcaldía de Medellín es la migración de los jóvenes que se desplazan a la ciudad después de terminar el bachillerato y no regresan.

“A pocos jóvenes les llama la atención la idea de quedarse siendo campesinos como sus papás, esa tradición está en riesgo”, declaró Giraldo.

Ana María Fernández, estudiante de noveno grado en el colegio Rogelio Montoya, explicó que ella, como casi todos sus compañeros, sueña con ser profesional, aunque eso signifique tener que migrar.

En su caso el debate está entre ser policía antinarcóticos o ingeniera química: “Aún no sé qué estudiar, pero sí sé que me gustaría mucho estudiar entre semana y volver acá los fines de semana, porque el ruido y la contaminación de Medellín son incómodos”.

“Arrieros somos”

Más allá de la seguridad, las preocupaciones de los campesinos son otras. En enero de este año varios de ellos se pusieron de acuerdo para protestar. Bajaron con sus canastas de cilantro, espinaca, zanahoria, apio, cebolla y pepinos, y se los regalaron a los viajeros que regresaban a Medellín por el Túnel de Occidente.

Jhon Muñoz, uno de los campesinos que lideró la protesta, denunció que los agricultores estaban perdiendo dinero con las cosechas. “Un kilo de cilantro nos está costando $1.200 y los compradores ofrecen $300 o $400, así no hay quién viva”, dijo.

Yamile Muñoz es una campesina de 59 años que vive en la vereda Morrón, una de las más alejadas de la centralidad de Palmitas, dijo que la situación se agravó desde junio, cuando el cable aéreo que los comunicaba se dañó.

“Antes uno pasaba los productos en cinco minutos. Ahora tiene que buscar una bestia (caballo) para que baje la carga hasta la carretera y eso es casi una hora. Y después de tres viajes el animal no puede más, entonces es más difícil”, dijo.

Ricardo Giraldo, gerente de Corregimientos, aseguró que la problemática es motivo de análisis en la Alcaldía.

“Estamos buscando activar esa parte productiva con modelos de asociatividad, pero entrarles con ese concepto a ellos es muy difícil”, aseguró.

Según Yamile, ella y sus vecinos están acostumbrados a negociar directamente sus productos, y por eso resulta difícil confiar en un extraño que se ofrece a intermediar. “Pero si vienen y nos explican cómo funciona, quién responde, pues uno se anima porque la cosa está muy dura”, aclaró.

El modelo que está en etapa de formulación consiste en crear redes de campesinos y redes de comercializadores para conectarlas y lograr precios rentables para ambas partes. “Así evitamos que todo el dinero quede en manos de intermediarios”, anotó Giraldo.

Yamile reconoció que aunque lo que cultiva le deja cada vez menos ingresos, en sus planes no está salir de Palmitas: “Yo sé que no voy a encontrar otro pueblo tan tranquilo. Y pa’ mi es mejor eso que tener plata”.

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