Stiven Chalarca, el profesor asesinado el martes en Yolombó (Nordeste antioqueño) llegó al magisterio de carambola pero se quedó en él al descubrir una profunda vocación que en realidad lo había acompañado toda la vida.
Ayer, durante los honores que le rindieron en el pueblo y después en las honras fúnebres de la parroquia de Fátima, en Medellín, familiares y amigos recordaron que era un firme creyente de que a través de la enseñanza se podría construir un futuro más promisorio. Stiven, de 36 años, fue acribillado delante de los alumnos y los padres de familia del colegio rural Guillermo Aguilar, donde laboraba, en la mañana del martes.
Varios hombres con armas largas y cortas, algunos de ellos encapuchados, entraron a la institución justo cuando se realizaba una reunión de entrega de calificaciones.
Hay versiones que indican que lo obligaron a salir y él les preguntó que si era para algo malo. “El que nada debe, nada teme”, le habrían contestado. Después cerraron y se escucharon los tiros cuando el maestro intentó correr, prolongándose incluso después de que, tal vez, este ya estaba muerto.
Los asesinos se habrían llevado luego una moto de alto cilindraje de propiedad de la víctima. El informe oficial indica que fueron 22 balazos los que recibió el profesor Stiven. Por eso algunos allegados se preguntaban ayer por qué tanta sevicia. Las autoridades tampoco atinan hasta el momento a definir las razones.
Sin embargo, el gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, afirmó que “es casi segura” la participación del Clan del Golfo en los hechos.
“Todos los indicios van en esa dirección. Espero que la Fuerza Pública confirme esa hipótesis”, dijo el mandatario antes de partir hacia Yolombó, donde el pueblo se paralizó para despedir al profesor.
Los actos se iniciaron a las 9:00 a.m. con una marcha magisterial. Fue silenciosa, sin consignas y todos iban vestidos con camisetas blancas, portando las banderas de Colombia, de Antioquia y de Adida, la organización sindical en el departamento.
En el hospital los esperaba el féretro y desde allí continuaron en cortejo fúnebre hasta el parque principal, donde alrededor de 220 colegas le hicieron una calle de honor hasta entrar a la iglesia, donde se celebró luego una eucaristía con el gobernador Gaviria, la secretaria de Educación, Mónica Quiroz; autoridades locales, sindicalistas y la comunidad que fue conminada al luto durante el día. En el templo no cabía un alma.
Hacia el mediodía el cuerpo partió para Medellín para las exequias en la iglesia de Fátima, muy cerca del barrio Nutibara donde transcurrió buena parte de la vida de Stiven. Otra vez las tres naves se llenaron de vecinos, amigos y de los docentes que viajaron para estar con su compañero hasta el último momento.
Casi al final de esta segunda eucaristía, su hermano Eduardo, hizo un recorrido por la vida del fallecido, recordando que Stiven hizo la primaria en la escuela del barrio. Ambos cursaron su bachillerato en el colegio La Salle, de Campo Amor, y allí el tercero de los cuatro hermanos Chalarca —Stiven— se inició en las artes marciales, con las que aprendió de disciplina, a controlar los impulsos y el temperamento.
Por esas cualidades, alcanzó a que lo respetaran como un sensei y por la técnica, alcanzó el cinturón negro y representó varias veces al departamento y al país en campeonatos.
No solo era un amante de los perritos sino de toda la naturaleza y eso lo llevó a estudiar zootecnia en la Universidad de Antioquia.
No obstante, ya con título en mano, no pudo conseguir un trabajo que llenara sus expectativas. Empezó a tocar puertas en varias direcciones hasta que, al decir de Eduardo, llegó a la que le daría la felicidad en Yolombó, la de a docencia, porque combinaba dos pasiones.
Según Eduardo, su hermano siempre se portó como docente y, de hecho, ya llevaba muchos años como maestro de artes marciales.
Otro deporte que lo desvelaba era el ciclismo que solía practicar, entre otros, con Weimar Querubín, el rector del colegio Eduardo Aguilar, también de Yolombó.
“En el pueblo hay un club de ciclismo, pero como generalmente sus integrantes entrenan justo en horas que se nos cruzaban con las clases, nosotros dos salíamos en cualquier momento, tres o cuatro veces a la semana, muchas veces en la tarde o en cualquier momento que nos quedaba”, relató Querubín.
Esos recorridos eran por las veredas, hacia la salida a Medellín, por las vías a Segovia y Cisneros o por la carretera que conducía del pueblo hacia el colegio donde trabajaba Chalarca, en la vereda Barro Blanco, que está distante unos 7 kilómetros de la zona urbana de Yolombó.
El resto de su vida era igual de normal a la de cualquier persona de esta localidad, se le veía tomando café o compartiendo con la gente.
También era hincha del Atlético Nacional y, a juzgar por su perfil de Facebook, muy interesado en los debates sobre temas sociales. De hecho, colegas le dijeron a EL COLOMBIANO que aunque no ejerció cargos en el sindicato, sí participaba de la vida gremial. Además, sus amigos lo recuerdan como un asiduo de tertulias y debates.
En el colegio rural se ocupaba del área agropecuaria y las matemáticas.
“Su sueño siempre fue darles mejores condiciones de vida a sus estudiantes a partir de la educación, en una zona afligida por un conflicto histórico que se suponía ya se había superado”, dijo Eduardo.
Este año Stiven culminó una especialización en gerencia educativa en la Universidad Católica de Manizales y su tesis buscaba contestar cómo aumentar la calidad escolar en el Guillermo Aguilar a partir de la gestión de la comunicación y la gerencia educativa. Este, según llegó a decir, era un peldaño para alcanzar su meta de ser rector.
A pesar de que prácticamente se había residenciado en Yolombó, donde llevaba ocho años, en los últimos meses no fallaba los fines de semana en la casa materna porque le tocaba viajar a un diplomado sobre pedagogía en la UPB.
“Era muy participativo y se notaba que le encantaba enseñar; estaba metido en todo”, apuntó una compañera de esta última etapa de estudios.
A la salida del templo de Fátima, por lo menos unas 200 personas que portaban flores amarillas para adornar la escena formaron un camino de honor para honrar a Stiven Chalarca en su paso hacia su última morada. El sacerdote que ofició la misa hizo votos para que esta muerte sea motivo de reflexión acerca de la necesidad de que los colombianos busquen la reconciliación, en contraste con algunos asistentes que pedían que el crimen del docente no quede impune.
La Gobernación está ofreciendo hasta $50 millones por información que conduzca a los homicidas.
Por lo pronto, las actividades escolares en el colegio Guillermo Aguilar y otras de las cercanías quedaron suspendidas hasta el lunes.