Para un cubano, que por primera vez pisa tierra colombiana, visitar el Museo Casa de la Memoria y su muestra permanente se convierte en una experiencia abrumadora. Desde el primer momento en que paso a paso uno se adentra al recinto expositivo, descubre historias que conmueven e incitan a la reflexión.
¿Cómo es posible que hayan ocurrido estos hechos? Es algo que uno se pregunta, mientras en imágenes fotográficas, audiovisuales y música se van descubriendo testimonios narrados por personas que han sido afectadas directamente por el conflicto.
Homicidios, desplazamientos, violaciones y desaparecidos. Con asombro, se llega a la primera sala expositiva de carácter temporal, MEDELLÍN/ES 70, 80, 90, inaugurada el 21 de diciembre del año 2017 con la participación de artistas ganadores del proyecto con el mismo nombre y que forman parte de la exposición.
La curaduría en el Museo de la Memoria es un ejercicio de trabajo colectivo en el que se cruzan los saberes de las diferentes disciplinas que componen los procesos misionales. El creaprod es el escenario de participación en el que se desarrollan y definen las líneas curatoriales de cada exposición.
Bajando las escaleras, un mural nos muestra una imagen donde se pueden comparar épocas en pasado y presente, y cómo se ha ido incrementado la ciudad habitacionalmente entre los años 70, 80 y 90.
La sala muestra diversas temáticas. Se aprecia un amplio collage que recrea lugares campestres, fincas, y cuando todo estaba menos poblado, contrasta con la realidad de las comunas 8 y 12, que antes eran puras montañas y fueron ocupadas por personas que huían del conflicto. Las obras se centran en la expansión urbana y en el fortalecimiento del narcotráfico, de las guerras y el conflicto armado en Medellín.
Se pueden leer textos que hacen un llamado a la convivencia y no a la violencia. En medio de la sala, unos radios nos brindan la posibilidad de escuchar con auriculares breves historias de vida y resistencia, personas que han vivido en los convites, hablan con dolor de sus experiencias personales. Una señora cuenta que para hacer su vivienda tuvo que cortar mucha maleza, porque cuando llegaron al morro no había casas, todo era trocha. Otra voz de una mujer anciana narra la historia de la cancha, que tenía gran importancia para el barrio donde todos se reunían sobre las 11 de la noche, y eran felices, no tenían luces, pero se alumbraban con linternas y foquitos.
María Celmira Rivillas, guía del museo desde hace cinco años, habla de los convites, de las mujeres que se ocupaban de los sancochos, y ayudaban a hacer sus casas. En cada radio están presentes las narraciones que cada persona se atrevió a contar para hacernos participe de los relatos y del dolor de una época.
Narrando desde las voces
La segunda sala o segunda fase, hace una mirada profunda al impacto socio político de la ciudad de Medellín.
A la entrada, en una amplia sala circular se puede apreciar en dos paredes la reproducción de un video arte que muestra el día a día del colombiano, su cotidianidad, personas conversando en parques, una ciudad en movimiento con disimiles contrastes. Luego nos adentramos en varios espacios donde confluyen un sinnúmero de declaraciones de familiares que de una forma u otra han sido víctimas de una época de espeluznante violencia, vemos las consecuencias, los traumas que casi quedan intactos en la memoria de una sociedad.
Teléfonos de color rojo expuestos en una pared blanca, obra minimalista que está ahí, presente, para hacernos descubrir testimonios. Paula Jiménez narra con dolor sobre la bomba que estalló en la plaza de toros La Macarena que ocurrió en 1991. Desde ese instante todo en su vida cambió, su madre murió, y el padre recibió una herida en la cabeza que le afectó la memoria, por lo que no recuerda nada. En otro de los teléfonos Gonzalo Hernán Rojas, relata que se despidió un día de su papá, y luego no lo volvió a ver, y cuando vio las noticias lo embargó una angustia muy grande.
El conflicto armado dejó 132.529 víctimas en Medellín, a consecuencia de las guerras urbanas. Sus principales víctimas en cuanto a desplazamientos y violaciones de todo tipo, fueron las mujeres que se identificaban como indígenas o afrodescendientes.
Allí se revive la historia de la mafia de Pablo Escobar, y del inicio de su vida delictiva a finales de los años 70 con el contrabando, y cuando a comienzos de la década de los 80 se involucró en la producción y comercialización de marihuana y cocaína al exterior. Ya para 1985, el narcotráfico estaba en auge, y así mismo los carteles presentes en Colombia, lo que desató la guerra contra el Gobierno. Tras sendos intentos de negociación y múltiples secuestros y asesinatos selectivos de jueces y funcionarios públicos en 1989, el cartel de Medellín, con Escobar al mando, declaró la guerra total contra el Estado.
También el exilio forma parte de la muestra, las transformaciones sociales y políticas. De igual modo la música está presente, se le rinde un homenaje al folclor colombiano que con el paso del tiempo se ha ido contaminando con otras culturas europeas y americanas, y se intenta sensibilizar al visitante para que de alguna manera pueda rescatarse la música tradicional de Medellín.
Efrem Taborda, mediador del museo, al concluir el recorrido recoge en una frase el sentir de lo que viven los visitantes, parafraseando a Picasso: “ El arte es una forma de decir verdades sin tener voz”.
Los artistas ganadores del proyecto
La minorista o el poder de la persistencia: Comerca (Cooperativa de comerciantes de la Plaza Minorista). Realizadores: Ana María Gil y Juan Guillermo Romero. Ayer fue la vida: Cesar Augusto Jaramillo Zuluaga. Oh Libertad: Carolina Calle Vallejo. Exilio, retorno y memoria: Martin David Molina, Camilo Ríos. Residente13s: Corporación Full Producciones. Realizadores: Yessenia Cardona y María Camila Cano. Por la sombrita: Beatriz Marín, Luisa Santamaría. Tallerarte: Corporación Cultural Tallerarte. Tiempos de Guayacán: Dráconis Teatro. Ilícito: Jorge Andrés Quirós, Verónica Valencia. Álbum de calle: historias a vuelta de esquinas: Silvana Giraldo.