Hacía un año que Álvaro no veía a Yésica, de quien se enamoró en la Cárcel de Pedregal cuando ella iba a visitar a un familiar. Por eso se puso la mejor ropa y hasta se perfumó. Cuando bajó del patio hacia la sala de visitas no podía ocultar la sonrisa, esperó un rato hasta que al fin apareció, pero contuvo el impulso de abrazarla. En esta nueva normalidad no es posible el contacto estrecho como abrazos o besos.
“Hace un año no abrazo a esta mujer”, dijo Álvaro, mientras le sostenía la mano a su pareja bajo la pantalla de vinilo que los separaba. “Los días aquí han sido muy duros, de mucha soledad, de extrañar a los seres queridos y saber que todo el mundo al rededor está en las mismas condiciones. Allá adentro hay mucho estrés. Para mí la visita es lo que me da energía para continuar una semana más en este encierro sin enloquecer, escuchar esas palabras de aliento, ver esas sonrisas, mirar a los ojos. Todo eso sirve para que uno siga adelante”.
Álvaro es paciente psiquiátrico y sabe que el estrés cobra factura, por eso trató de invertir su tiempo conversando con sus compañeros de patio, haciendo deporte, meditando, leyendo, e intensificó las llamadas a sus seres queridos, para de alguna manera sentirlos más cerca. “Solo puedo decir que ha sido muy difícil, y que la he extrañado mucho”, dijo refiriéndose a Yésica.
El 16 de marzo de 2020 el Ministerio de Salud prohibió las visitas en establecimientos penales y carcelarios, y el Inpec lo cumplió a rajatabla. Inicialmente ni los abogados podía asistir a las cárceles. Pero independientemente de esta medida los casos de covid-19 fueron creciendo en las celdas y aunque los hechos más sonados fueron los de Villavicencio (Meta) y Leticia (Amazonas), donde los casos superaron el 50 % de los reclusos, en los demás penales las cifras también preocupaban. Hasta el pasado 10 de marzo 22.517 personas privadas de la libertad contrajeron el virus, así como 1.848 funcionarios del Inpec, según esta institución.
Y este 3 de marzo volvieron las visitas a las cárceles del país, luego de que la Corte dijera que no puede cercenarse ese derecho a los privados de la libertad (ya en diciembre había habido un piloto en varias cárceles, pero tres semanas después fue suspendido por el segundo pico de la pandemia).
Ahora las visitas son tipo entrevista: cada privado de la libertad puede escoger a una de las 10 personas que tiene autorizadas para que lo visite, el encuentro es de dos horas y está prohibiendo el contacto físico estrecho; es decir, no se pueden abrazar ni besar y una pantalla de vinilo separa al interno de su visitante. “En cada sala puede haber máximo 50 personas, 25 internos y 25 visitantes, tenemos una sala en la parte de hombres y otra en la parte de mujeres”, explicó Juan Diego Giraldo, director de la Complejo Penitenciario de Pedregal (Coped).
Los momentos más tristes se viven en la despedida. Érika no quería soltar la mano de su madre, luego de tanto tiempo sin verla. Se escuchan sollozos, “te quiero” y “te amo”, “piense en lo que le dije”, “cuando pueda le mando algo de platica”, se gritan unos a otros en el momento de desprenderse.
Y es que quién sabe cuándo esta pandemia los deje volver abrazar. Desde el 3 de marzo solo 400 de los casi 4.000 internos habría podido recibir a un visitante, pero lo cierto es que la mitad de los que se inscriben no llegan al encuentro.