Una pasarela de 500 metros, entre los parques de Bolívar y Berrío, para exhibir el glamour que comenzaba a instalarse en la crema y nata de la sociedad antioqueña.
Se llama Junín y en el meridiano del siglo XX era la milla de oro de la capital antioqueña. Calle con verbo propio, epicentro del centro, corazón del cuerpo y piedra angular de la vida cotidiana de la ciudad.
Ese espacio tan cotizado tenía una esquina predilecta y parada obligada en los paseos dominicales que era el núcleo de la vida cultural: el cruce de la carrera 49 (Junín) con la avenida La Playa.
Allí se estrenó en 1924 el edificio Gonzalo Mejía, homenaje a su mentor y fruto del trabajo de uno de los arquitectos europeos que más dejó su impronta en suelo antioqueño: Agustín Goovaerts.
En ese edificio esquinero, que costó $600.000 según la prensa de la época, funcionaron durante los 43 años en que estuvo en pie dos referentes de la primer mitad del siglo XX: el hotel Europa y el teatro Junín.
También había locales comerciales en el primer piso lo que daba más vida al edificio en medio de la agitada vida que transcurría en la calle.
Referente de ciudad
El arquitecto y urbanista Luis Fernando Arbeláez no tiene dudas en calificar al edificio Gonzalo Mejía como uno de los grandes referentes de la época, en una zona en la que convivía con otros símbolos arquitectónicos como el edificio La Bastilla, el Lucrecio Vélez, la Parisina y el de Fabricato.
“El Gonzalo Mejía tenía un estilo ecléctico que reúne elementos de varias partes sin que uno lo pueda encasillar, pero es obvio que tenía un tipo de arquitectura que florecía en Europa y Goovaerts la traslada a nuestro medio. Desde el punto de vista urbano tiene una connotación especial”, contó.
Más allá de su valor arquitectónico, buena parte de la importancia de la edificación radicaba en la movida cultural que concentraba el teatro Junín, un espacio que podía albergar más de 4.000 personas y donde las familias antioqueñas disfrutaban con proyecciones de cine y presentaciones de lírica y zarzuela.
El periodista y docente Ramón Pineda, quien lleva años caminando el centro con grupos de estudiantes para buscar vestigios de la vieja Medellín, valora que el Junín fuera el espacio por excelencia para ver cine en un momento donde había pocas opciones.
“Medellín solo tenía otros dos lugares donde se podía ver cine: el teatro Bolívar y el Circo España. Luego de unos años coincide con el Lido con el que compartía cartelera. Guardando las proporciones es lo que ahora para los bogotanos es el Teatro Colón”, explica sin dejar pasar de largo que más allá del teatro era importante todo el edificio por su belleza estética y el valor histórico.
“El Junín era un referente para la programación de cine de la ciudad porque llegó a convertirse en el lugar donde llegaban las grandes producciones. Allí se proyectaba cine mexicano, de Estados Unidos y europeo. Aunque era un lugar al que asistían las personas de la alta sociedad y de clase media, también me han contado que los domingos en la mañana había matiné y era cine gratuito para las personas de bajos recursos y eso de algún modo comenzó a generar un gusto por ver cine y le daba sentido a la vida cultural hoy de la ciudad”, explicó Maderley Ceballos, coordinadora general de la Cinemateca.
El principio del cambio
A mediados de los 60, sin embargo, la visión empresarial de Coltejer puso el ojo en la esquina más codiciada para construir uno de los símbolos modernos de la capital antioqueña.
Allí, a partir de 1967, comenzó a construirse durante la gerencia de Rodrigo Uribe Echavarría la nueva sede de la textilera que se iba a identificar por su incomparable altura y por la aguja de cemento en la cúpula. Los diseños estuvieron a cargo de un grupo de arquitectos de prestigio nacional conformado por Raúl Fajardo, Germán Samper, Aníbal Saldarriaga y Jorge Manjarrés.
Cinco años después la obra estaba terminada y los 36 pisos, 42.000 metros cuadrados edificados y 147 metros de altura la convirtieron en símbolo para ubicar el centro desde las laderas de la ciudad.
¿Por qué en ese punto?
Que Fabricato, otra de las grandes textileras antioqueñas, tuviera su icónica sede a menos de 100 metros de Junín con La Playa pudo haber sido una de las principales razones para que Coltejer decidiera ubicar su nueva sede en ese lugar de la ciudad como una muestra de poder y pujanza.
Ramón Pineda recuerda que, como una especie de compensación, la compañía textilera construyó e inauguró dos salas de cine nuevas (Junín 1 y 2) que se convirtieron en su momento en el primer “multiplex” de la ciudad, que aunque parezca muy básico era transgresor para la época y era la posibilidad de escoger qué película ver.
Sin embargo, la desaparición del Gonzalo Mejía fue vista por muchos como un sacrilegio. “Atravesamos después de los años 50 un ciclo de destrucción masiva y sistemática del patrimonio de la ciudad y cometimos muchos errores. El patrimonio nunca puede ser sustituido ni puede ser pagado con otras obras, la destrucción es perenne y no se repara pese a las buenas intenciones”, concluyó Arbeláez.
Hoy Junín sobrevive, pero la agitada vida del centro se atomizó y se trasladó, en su mayoría, lejos de la otrora esquina del movimiento. .