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La historia del acueducto del siglo XIX que descubrieron en el Centro

Hallazgos arqueológicos, de las primeras décadas de la era republicana, tuvieron lugar en el Centro. Vestigios se convertirán en exposición pública.

  • El descubrimiento de los atanores de arcilla (antiguas cañerías), en la calle Boyacá, junto a la iglesia de La Veracruz, se convertirá en un nuevo atractivo turístico del Centro. El hallazgo retrasará, al menos tres meses, las obras en el corredor. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
    El descubrimiento de los atanores de arcilla (antiguas cañerías), en la calle Boyacá, junto a la iglesia de La Veracruz, se convertirá en un nuevo atractivo turístico del Centro. El hallazgo retrasará, al menos tres meses, las obras en el corredor. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
06 de julio de 2018
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Abrir la canilla y esperar el milagro. Hace dos siglos no era tan sencillo. Un reciente descubrimiento, que pasó desapercibido durante las cuatro intervenciones urbanas que se han realizado en el Centro, dio luces al entresijo de cómo calmaban la sed los primeros pobladores de la Medellín republicana.

Resulta que durante las obras de renovación de la calle Boyacá, entre las carreras Carabobo y Tenerife, fue encontrada una red de acueductos que data de mediados del siglo XIX, cuando la Villa era un pequeño caserío erigido alrededor de su plaza fundacional, hoy parque de Berrío.

El hallazgo corresponde a 13 tuberías, de cinco sistemas constructivos, que pertenecen a la primera red que tuvo la ciudad antes de la municipalización de sus servicios públicos (operaron entre 1826 y 1920).

Los elementos arqueológicos son tabletas y atanores (cañerías para conducir agua) de arcilla; además de cajas de piedra cubiertas con lajas.

La red discurría de oriente a occidente, debido a que el agua provenía de la quebrada La Castro y de los acuíferos del cerro Pan de Azúcar. Luego, con la municipalización del acueducto a finales del siglo XIX, el agua era conducida desde la quebrada Santa Elena.

Los vestigios de la Villa

Pablo Aristizábal Espinosa, arqueólogo PhD. de la Universidad de París, contó que las primeras acequias se construyeron en 1790, luego de las instrucciones de Juan Antonio Mon y Velarde, oidor de la Real Audiencia y juez visitador a la provincia de Antioquia.

El agua era conducida por acequias y atanores de barro cocido hasta pilas o fuentes públicas donde era tomada por los pobladores de menos recursos. Este sistema fue el mismo que utilizaron los romanos, desde el año 200 a.C.

El antropólogo Víctor E. Ortiz G., experto en la historia del acueducto municipal, contó que había servidumbres de agua que era la forma como se abastecía a la población. “El real oidor (Mon y Velarde) mandó a poner una fuente pública y las aguadoras llevaban el líquido hasta las casas a cambio de unas monedas de centavo. Las principales familias pagaban el beneficio de tener esa fuente pública, que se asimila hoy a pagar los servicios públicos”, detalló Ortiz.

En efecto, Elvia Inés Correa, encargada del plan de manejo arqueológico de las obras del Centro, contó que además de la red pública que operaba en esa época, existía una distribución privada con la tecnología hidráulica disponible. Especificó que este beneficio era solo de las familias más pudientes, que vivían en las casas cercanas a la plaza mayor.

Fue hasta 1896 cuando operó el desarenadero, al que llegaban las aguas captadas para decantarlas o limpiarlas, antes de que estuvieran disponibles en las fuentes públicas. Este desarenadero fue descubierto en 2013 durante las obras del tranvía de Ayacucho.

Aristizábal destacó el hallazgo en la calle Boyacá porque las redes del acueducto se han ido descubriendo de a poco, ante la ausencia de planos generales.

“Conocer las obras públicas, los orígenes del acueducto, los materiales utilizados y la tecnología de ese entonces, es parte importante para la historia de la ciudad. La arqueología es acumulativa: lo que vamos encontrando va completando el rompecabezas”, detalló.

Un museo al aire libre

Tras encontrar los elementos del antiguo acueducto, fue activado un plan de conservación. El primer paso, ya surtido, según Correa, era recibir la autorización del Instituto Colombiano de Antropología e Historia para que la colección fuera expuesta en el sitio.

Luego de obtener ese aval, vendrá un estudio que detalle las condiciones de la época, el paisaje urbano y el entorno para poder llevar a cabo la restauración. El propósito, después, es generar medios de protección de la red con muros de confinamiento, poner una cubierta de vidrio, con iluminación y ventilación, para exhibir el hallazgo.

“Será un museo al aire libre. También se instalará señalética para que los ciudadanas de a pie, que no visitan museos, puedan conocer la historia”, dijo la arqueóloga.

La intervención, que se entregaría en septiembre, tendrá otro componente: la capacitación de las mujeres que ejercen la prostitución en la zona de influencia (alrededores de la iglesia de La Veracruz y el Museo de Antioquia) para que sean ellas las que cuenten la historia de cómo calmaban la sed los primeros ciudadanos libres de la Bella Villa.

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