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Así se vive la ‘jardinificación’, el dilema del turismo en el pueblo más lindo de Antioquia

El reconocimiento de la ONU como destino rural predilecto acentúa los fenómenos adversos que ha dejado el turismo durante la última década para el municipio.

  • Jardín integra desde 2012 la Red de Pueblos Patrimonio, lo que lo elevó a ser uno de los destinos turísticos más cotizados en Colombia. FOTO julio césar herrera echeverri
    Jardín integra desde 2012 la Red de Pueblos Patrimonio, lo que lo elevó a ser uno de los destinos turísticos más cotizados en Colombia. FOTO julio césar herrera echeverri
  • La tranquilidad en el municipio se ha trastocado por la masiva llegada de turistas y los derivados problemas de convivencia. FOTO julio herrera
    La tranquilidad en el municipio se ha trastocado por la masiva llegada de turistas y los derivados problemas de convivencia. FOTO julio herrera
  • El turismo prevalece entre los renglones turísticos de Jardín. Ha sido fuente de empleo formal pero también ha llevado a una creciente presión inmobiliaria y transformación de la cultura del pueblo.
    El turismo prevalece entre los renglones turísticos de Jardín. Ha sido fuente de empleo formal pero también ha llevado a una creciente presión inmobiliaria y transformación de la cultura del pueblo.
23 de noviembre de 2024
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A mitad de la conversa, Juvenal Jaramillo, el dueño de Artesanías Don Quijote, suelta una frase que sin quererlo resume todo el asunto. “Nuestro negocio depende del turismo, pero el turismo nos está matando la calidad de vida”.

Sin haberse sentado a discutir abiertamente sin ambages ni eufemismos sobre los impactos de la primera ola turística que completó ya doce años, a los habitantes de Jardín les llegó la noticia de que el pueblo acaba de ser declarado como el mejor destino para el turismo rural en 2024, un reconocimiento que entregó el pasado 15 de noviembre la ONU Turismo tras evaluar 117 postulaciones de 19 departamentos, y que en el municipio asumieron como detonante de una venidera segunda ola similar o mayor a la que desencadenó la inclusión en la Red de Pueblos Patrimonio en 2012, cuando lo declararon el municipio más lindo de Antioquia.

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Jardín es uno de esos pueblos que aparentan tenerlo todo: una geometría envidiable de cuadras y calles, hasta el negocio más modesto se antoja como el más acogedor de los tertuliaderos y, por supuesto, esa característica saturación de colores, una belleza casi psicorrígida. Pero hay algo que no tiene: cifras sobre turismo.

Tres administraciones pasaron de largo sin interesarse en ponerle datos a esa actividad y sus impactos, y ahora la actual alcaldía dice necesitar tiempo para conseguirlos y encontrar soluciones. Hoy la administración local no sabe cuántos jardineños han abandonado el pueblo para establecer su residencia en otro municipio ni cómo está la composición demográfica entre nativos y nuevos residentes permanentes o flotantes, nacionales o extranjeros.

A principios de este año, en medio del primer espacio masivo en el que se abordó el tema, un conversatorio llamado Jardinificación, organizado para hablar por fin de frente sobre los estragos del turismo, el secretario de Planeación, Juan Manuel Garcés, dijo que no era tiempo aún para abordar soluciones para lo que “hasta hace meses” era solo un rumor, un sentimiento, unos síntomas.

Síntoma entonces sería el bus que viaja diario al caer la jornada con destino a pueblos vecinos como Hispania, repleto de otrora residentes que no volvieron a encontrar casa en Jardín y que ahora solo van allí a trabajar; síntoma serían las historias que se repiten de residentes que dicen estar hasta el cuello pagando arriendos por más del millón de pesos por apartamentos angostos que por canon solo deberían costar la mitad. Síntomas, también, la parcelación de tierra productiva para ofrecer experiencias turísticas y conversión de grandes caserones en hostales, y de casas y edificios destinados para rentas cortas mientras decenas de familias se apilan en pequeños apartamentos.

Y son igualmente síntomas los insultos sistemáticos que dice recibir Juvenal por el mero hecho de exigir respeto en su negocio o por cerrar temprano cuando el pueblo está a reventar; y los rumbeaderos que se agazapan en cuadras residenciales porque el parque no da abasto; y las cientos de quejas por ruido sin respuesta y los problemas de convivencia cada semana.

La tranquilidad en el municipio se ha trastocado por la masiva llegada de turistas y los derivados problemas de convivencia. <b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> julio herrera</span></b>
La tranquilidad en el municipio se ha trastocado por la masiva llegada de turistas y los derivados problemas de convivencia. FOTO julio herrera

Jardín del encanto y desencanto

Juvenal cumplió este mes de noviembre trece años desde su llegada a Jardín tras dejar su natal Ciudad Bolívar, la tierra a la que le escribió su libro “Memorias de un pueblo suicida”.

Eligió Jardín por un vaticinio que se cumplió. Trece años atrás le apostó a que sería uno de los destinos turísticos más cotizados del país, y por ende una buena plaza para emprender, para conocer gente de todo el mundo con sus historias interesantes y, sobre todo, para vivir hasta el final de sus días.

La primera meta la cumplió con creces con uno de los negocios más emblemáticos del municipio, pero ahora dice no tener claro si logrará lo segundo, que fue lo que realmente lo movilizó para irse a vivir allí. Ya varios amigos suyos, algunos de los que llegaron al pueblo por ese mismo tiempo persiguiendo el sueño de un hogar definitivo, ahora viven en Caramanta, Valparaíso o Támesis porque Jardín dejó de ser para ellos el vividero anhelado.

El turismo prevalece entre los renglones turísticos de Jardín. Ha sido fuente de empleo formal pero también ha llevado a una creciente presión inmobiliaria y transformación de la cultura del pueblo.
El turismo prevalece entre los renglones turísticos de Jardín. Ha sido fuente de empleo formal pero también ha llevado a una creciente presión inmobiliaria y transformación de la cultura del pueblo.

“Jardín extravió el camino cuando el turismo se prostituyó y entregamos la tranquilidad y lo que hacía característico al pueblo a cambio de un beneficio económico. No puede dominar el todo vale; los proveedores vienen a ofrecerme cosas de Pablo Escobar que porque eso es lo que más vende. Si aplicamos esa lógica del lucro a todo, al comportamiento que le toleramos al turista, a las actividades que se ofrecen, hasta dónde estamos dispuestos a ceder lo que somos por miedo a poner en supuesto riesgo la plata que deja el turismo”, dice.

Turismo rural con la ruralidad en riesgo

Ese tipo de contradicciones se encuentra en todas partes. Doña Olivia Marulanda, presidenta de la Corporación Centro Histórico y Cultural Marco A. Jaramillo, que trabaja desde hace tres décadas para custodiar la memoria de Jardín, sostiene que el turismo del municipio es necesario entenderlo en sus múltiples facetas: como dinamizador de una economía altamente formalizada como la de pocos municipios en Colombia. Jardín tiene 320 establecimientos de alojamiento con Registro Nacional de Turismo y 411 operadores debidamente registrados, es una cifra importante de formalización para un municipio de sexta categoría.

También tiene que entenderse el turismo, según Olivia, como impulsor de un reconocimiento mundial a una arquitectura, testimonio vivo de la segunda ola de la colonización antioqueña que se conserva gracias a los esfuerzos heredados durante siglo y medio.

Hubo un tiempo, sobre todo al principio de la ola turística que sobrevino en 2012, cuando se hizo usual encontrar por las calles a pequeños grupos de estudiantes, arquitectos o expertos en urbanismo estudiando, dibujando, retratando esa ventana al pasado recién descubierta llamada Jardín y que se convirtió en ese momento en otro referente indispensable para entender la arquitectura colombiana, como Barichara, Cartagena, Salamina o Mompox.

Pero también resalta que el turismo tiene su faceta como impulsor de una degradación patrimonial y cultural por cuenta de la glotonería de la demanda turística: más habitaciones, más planes, más experiencias. Y, además, como un innegable motor de desarraigo y de pérdida de hábitat y vivienda.

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El propio reconocimiento que recibió hace unos días por parte de la ONU como destino predilecto para el turismo rural también contiene grandes paradojas.

Sebastián Tobón, un joven tecnólogo ambiental que ha hecho parte de la administración pública del municipio, esboza una de ellas. Por un lado, expone, la irrupción de foráneos (nacionales y extranjeros) como grandes propietarios de tierras en Jardín dinamizó los procesos de conservación ecológica. Hoy el municipio tiene el 58% de su territorio cobijado como reservas naturales, esfuerzos de privados por otorgarle algún blindaje a la fauna y flora.

Por otro lado, hablar de la riqueza de la ruralidad en Jardín pareciera ya una preparada exageración.

El proceso frenético de parcelación y cambio de uso de enormes extensiones de tierra antes productivas para ser convertidas en espacios con una vocación principalmente turística, para el ocio y el recreo de visitantes y otra población flotante (los que llegan a conocer, se amañan, compran y vuelven cada tanto), está convirtiendo el campo de Jardín, dominado durante buena parte del siglo XX por el paisaje agrícola y cafetero, en una especie de simulación.

Sebastián y Olivia coinciden en que se ha subestimado la pérdida social y cultural que representa la desaparición progresiva de las fincas y modos de vida campesinos para dar paso a experiencias, el tour de algo: del café, de las abejas, de las flores, de las aves. La recreación, para el goce de los turistas, de algo que se está perdiendo (en cierta medida por el turismo).

En la tierra de las 400 especies de aves, donde venden sus imágenes en imanes, cuadros, empaques de café y de dulces, en camisetas y sombreros, en artesanías baratas y de lujo, cada vez es más difícil encontrarlas a campo abierto, lamenta Juvenal, por el ruido de las cuatrimotos y de las rumbas en las fincas y hostales.

La presión inmobiliaria que está arreando a los campesinos, la parcelación desaforada en el campo, es una verdad a puño en Jardín. Pero lo mismo: no hay cifras.

Desde la administración municipal, según dijo Garcés, tienen claro que este proceso ha sido impulsado en buena medida por prácticas piratas que se mueven en los márgenes de la legalidad y que se apoyan en los derechos de cuota y trámites de notaría para hacerles el quite a los procedimientos que se requieren desde planeación municipal. Todo esto ante la vista de un Plan Básico de Ordenamiento Territorial que data apenas de 2018, pero que a la luz de los cambiantes fenómenos que ha llevado el turismo respecto al uso del suelo urbano y rural parece ya caduco.

El riesgo de quedarse en el problema

Ante la falta de estudios para diagnosticar en qué punto del problema está Jardín, Martín Cruz, un académico puertorriqueño y jardineño por adopción, insiste en la necesidad de seguir las migas de pan que han dejado otras ciudades en procesos similares y que conforman hoy una robusta base teórica de fenómenos como la gentrificación y la turistificación.

Para que exista turistificación, por ejemplo, deben juntarse estos factores: mayor presencia de visitantes en espacios públicos, incremento de actividades vinculadas directamente al consumo turístico, la reorientación de muchos negocios a la clientela turística y la conversión de la vivienda en una mercancía y la transformación cultural en un ámbito turístico.

¿Se cumplen en Jardín estos factores? ¿Empieza a ser el pueblo un lugar inhóspito para sus residentes? ¿Hay una estilización y elitización de sus riquezas, como la flora y fauna, como objetos de consumo privilegiado de los foráneos? Pero más importante que esas preguntas es el interrogante de qué hacer entonces ante esto, porque la respuesta instintiva y primaria, según el académico, tiende a la turismofobia y xenofobia que jamás solucionan nada.

La educación asoma como la primera transformación apremiante. Olivia Marulanda, quien fue docente gran parte de su vida en el municipio, dice que desde el Centro de Historia llevan años planteándoles a las administraciones la necesidad de estructurar una cátedra en todo el sistema educativo del municipio para formar específicamente en todo relacionado con el turismo, en temas como la preservación del patrimonio y modelos de negocio que equilibren el beneficio económico y el bienestar comunitario y del medio ambiente. Primero, porque siendo un municipio en el que el éxodo de jóvenes es bajo al encontrar amplia oferta educativa y de empleo, recae sobre esos jóvenes el tipo de turismo que ofrecerá el pueblo a mediano y largo plazo. Pero además porque sobre los niños, niñas y adolescentes recaen muchos de los riesgos derivados del turismo como la explotación sexual.

Sobre la crisis de vivienda y la gentrificación en marcha, la administración de la alcaldesa Claudia Naranjo propuso una ambiciosa –sobre el papel– política de protección de moradores, que tomó elementos técnicos de la que aprobó Medellín en 2020 específicamente orientada a proteger a la ciudadanía frente a proyectos de infraestructura.

La de Jardín parece una política novedosa en el país en varios elementos en cuanto a intención de proteger a los habitantes de los embates del turismo, que con herramientas como la regulación del uso del suelo y nuevas normativas para los usos de vivienda como las rentas cortas, así como la implementación de estrategias de desarrollo de la cultura campesina, buscan lograr lo que llaman sostenibilidad demográfica, que en pocas palabras significa garantizar que siga existiendo un pueblo de verdad y no un gran centro vacacional.

Pero ya se fue el primer año del actual gobierno y los dientes de esa política de moradores todavía no se ven.

En Jardín no hay cuadra en la que no se ofrezca algo: un paseo o un hospedaje, dulces y cuatrimotos y chivas. Y todo es tan lindo, quizás excesivamente lindo, como puesto con esmero para una foto, como decorado para una fiesta.

Pero cada tanto aparece alguna ventana abierta y, a través de esta, una sala saturada con muebles viejos y decoraciones pomposas, los patiecitos centrales con sus flores y matas y la gente adentro con su conversa íntima. Son ventanas apenas entreabiertas al lado de puertas cerradas en fachadas que no exageran su belleza ni ofrecen nada.

Truman Capote, obsesionado por encontrar lo real a donde iba, lo que se escondía detrás de la parafernalia para entretener a los turistas, les dedicó una crónica a los jardines ocultos de Nueva Orleans, patios internos a los que solo accedían los nativos y donde ocurrían las conversaciones y existían las cosas de verdad, fuera del alcance de la impudicia de los juerguistas bullosos buscadores de fiestas y del Mardi Gras. Esas ventanas que sugieren pero no invitan a entrar son acaso la rebeldía silenciosa de un pueblo que se resiste a entregarse a ser solo la puesta en escena del turismo.

58%
del territorio en Jardín se encuentran bajo cuidado como reserva natural.
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