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Casa de Luz, el lugar que acoge a los hijos de migrantes que trabajan en el Centro de Medellín

Este espacio, ubicado en el Centro de la ciudad, atiende a 100 niños y niñas para que estén lejos de los riesgos que representan las calles, el lugar de trabajo de sus padres.

  • La Casa de Luz atiende a niños con nutrición, estimulación cognitiva, recreación y acompañamiento sicológico (imagen se publica con autorización de los padres). FOTO esneyder gutiérrez
    La Casa de Luz atiende a niños con nutrición, estimulación cognitiva, recreación y acompañamiento sicológico (imagen se publica con autorización de los padres). FOTO esneyder gutiérrez
23 de julio de 2022
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Adrián recuerda que se montó en tres buses para llegar a Colombia desde su natal Venezuela. Salió con parte de su familia en un recorrido en el que “durmió mucho”. Atrás dejó a otros seres queridos y a su perro Lio, que hoy, según cuenta, “está en el cielo”. Adrián tiene 4 años y su hogar ahora es Medellín, el lugar donde también encontró un refugio de protección en Casa de Luz, la última sede abierta por la Fundación Las Golondrinas, en el Centro de la ciudad.

La casa conserva la estructura antigua, pero está renovada. Salas y habitaciones se convirtieron en aulas coloridas donde unos 100 niños y niñas, hijos de migrantes venezolanos y algunos de Ecuador, Perú y Chile, juegan, cantan, bailan, comen y aprenden. Antes de llegar allí, Adrián, como la mayoría de sus compañeritos, vivía una realidad más dura que fue la génesis de la casa que los acogió.

La Casa de Luz nació a principios del año pasado, aún bajo los estragos de una pandemia que agudizó la crisis económica. Integrantes de la fundación que recorrían las calles del Centro, en sectores como La Playa, Carabobo, San Juan, Niquitao o la Avenida de Greiff, pronto vieron lo recurrente que era la realidad de muchos migrantes y refugiados: debían trabajar, bajo el sol y el agua, en compañía de sus pequeños hijos porque no tenían quién los cuidara. Pero en la calle, aún con sus padres, estaban ante el riesgo de la desnutrición, las enfermedades y la ausencia de opciones para estimular un desarrollo sano.

Hacer realidad el lugar no fue fácil, pero la fundación, que es uno de los operadores del programa Buen Comienzo, encontró apoyo en otras entidades públicas y privadas, que contribuyeron con dinero, paquetes de alimentos y dotación lúdica y pedagógica.

Tampoco fue sencillo convencer a los padres que se sumaran a la iniciativa. En una tierra desconocida, con estigmas que deben soportar, temían que les quitaran a los niños y, al principio, daban datos errados en un intento por evadir a personas con chalecos que representaban una amenaza. Fueron necesarios hasta tres acercamientos para convencerlos de llevar a sus pequeños al lugar.

Allí permanecen desde las 8:00 de la mañana hasta las 4:00 de la tarde, tiempo en el que las familias pueden trabajar tranquilas sabiendo que sus hijos reciben alimentación, formación acorde a su edad (se atienden niños hasta los 5 años), estimulación cognitiva y acompañamiento profesional de docentes, auxiliares pedagógicos, nutricionistas y psicólogo.

Reinel Arias Londoño, director de Proyectos Misionales de la Fundación Las Golondrinas, explica que también se brinda formación a las familias, que pueden participar en espacios de intercambio de experiencias. Esto ha sido muy importante porque al ser extranjeros encuentran un grupo con el que se identifican, lo que les permite fortalecer los vínculos y una mejor aceptación y apropiación del proceso que viven sus hijos en la Casa de Luz.

No solo con los padres, sino también con los niños, el lugar se ha convertido en un espacio de intercambio de costumbres y culturas. El reflejo de ello se dio en la pasada Navidad, celebrada con diversidad de platos típicos, cantos y tradiciones propias de los países de origen de las familias.

El impacto de la Casa de Luz ha sido tan bueno que en este momento hay lista de espera para aceptar nuevos beneficiarios. Trabajan para lograr el sueño de tener horarios más flexibles, incluso en fines de semana, y abrir nuevas sedes en sitios estratégicos donde han visto la misma realidad que vivían antes Adrián y los demás niños atendidos.

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