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Teresita Ramírez, un milagro y una Resurrección

Tras seis años de haber visto morir a sus cinco hijos y a su esposo en un accidente, esta mujer no sucumbe.

Tras seis años de haber visto morir a sus cinco hijos y a su esposo en un accidente, esta mujer no sucumbe.

  • Aunque la tildaron de “loca” o de que no amaba a su familia, recordándolos con amor y alegría Teresita siente que les hace el mejor homenaje. FOTO donaldo zuluaga
    Aunque la tildaron de “loca” o de que no amaba a su familia, recordándolos con amor y alegría Teresita siente que les hace el mejor homenaje. FOTO donaldo zuluaga
05 de abril de 2015
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La muerte, viajera inevitable y cruel. E inesperada. Quién lo sabe más que Olga Teresita Ramírez, la mujer dulce y fuerte que un día, de un solo golpe, perdió a toda su prole: cinco hijos y su esposo y si no es por un milagro y toda su fortaleza, seguramente ella misma estaría hoy en ese mismo infinito de los que fallecen...

-Dios quiso que me salvara yo, tal vez porque si hubiera sobrevivido mi esposo él no lo habría soportado-, repite seis años después, sentada en el comedor de su casa.

Se ve serena. Tanto, que me atrevo a preguntarle si no cree que está dopada, como muchos lo pensaron en los días de su tragedia, cuando en todas las entrevistas a la prensa y la televisión mostró la misma sobriedad que ahora. Ella no se enoja. Y aprovecha para aclarar cosas que se dijeron.

-Algunos de la familia aún me dicen que vaya al siquiatra. De Séptimo Día vinieron a grabarme un programa, tocaron la puerta y abrí yo, estaba arreglada, cepillada, quería salir bien, preguntaron por Teresita, les dije que yo era y entonces mejor no grabaron. Querían encontrar a una mujer derrotada, hundida en el dolor. Y no fue así.

****

A veces mira de frente. Eleva su mirada al cielo. A ratos lleva sus manos hasta el rostro. Teresita no parece tocada por la muerte sino invadida de vida. Incluso sonríe. Lo hace cuando recuerda a cada uno de sus hijos y a su esposo, que eran su todo.

-No es que uno reviva ese momento y la tragedia. Es que nunca se ha ido, siempre está ahí y así uno no quiera recordar o vivir en el pasado, este lo persigue. Pero tengo que seguir viviendo, nadie dijo que uno tenía que enterrarse con los muertos. A mis cinco hijos, que adoraba con todo mi corazón, y a mi esposo, yo no los perdí, los gané para Dios...

En las aguas turbulentas

Junio 15 de 2009. Noche fría. Carretera mojada, lisa. Y en una buseta con destino a Buga viajan doce personas: el conductor, Teresita y diez de sus familiares. A la altura de La Pintada, siendo casi las once de la noche, el vehículo se topa con un árbol atravesado en la vía y no hay más opción que esquivarlo. Y la elusión lleva directo al río Cauca, caudaloso, de aguas turbias, crecido porque es invierno, y muy profundo.

La suerte de los viajeros, que habían partido del municipio de La Ceja a Buga a pagar una promesa, parece echada.

-Yo iba junto al conductor, estaba lloviendo y todo era oscuridad, fue cuando vimos el árbol, el conductor lo esquivó, pero nos fuimos por el barranco y caímos al río, yo sabía que no íbamos a salvarnos...

Las escenas con la buseta en el Cauca fueron dramáticas. Teresita desabrochó su cinturón. Le pidió por la vida a María Auxiliadora y vio cómo el vehículo se hundía lentamente hasta el fondo de las aguas. Y con él, el conductor, sus cinco hijos (Paola Andrea, Diego Alejandro, Sara Alexandra, Carlos Mario y Mateo), su esposo Diego Raúl Ortiz; el padre de este, Alfonso Ortiz, y tres de sus tías (Virgelina, Marta y Ana de Dios). De todos, solo Teresita pudo enfrentar al gigante de aguas turbias y salvarse de morir.

-El vidrio del carro se rompió, desabroché mi cinturón y el río empezó a arrastrarme, yo no sabía nadar, pero me llevó hasta unas piedras y de ellas me aferré y empecé a buscar salida. Cuando salí, vi el río tan grande, tanto silencio, oscuridad y lluvia, que ahí entendí que era imposible que otro hubiera sobrevivido. Ese fue el primer milagro que Dios hizo en mí...

El otro fue su fortaleza para enfrentar tan gigantesca tragedia.

***

Lo que vino después fueron gritos desesperados de auxilio. Teresita, de 40 años, sola en medio de uno de los ríos más caudalosos de Colombia y en uno de sus puntos más críticos. Gritos sordos que se los devoraba la oscuridad, porque no había la más mínima señal de vida alrededor. No la hubo hasta las 3:30 de la madrugada, cuando empezaron a llegar obreros a quitar el árbol. Y entonces Teresita salió y contó la tragedia. El rescate de todos duró varios días y solo una persona nunca fue sacada de las aguas, la enfermera María Virgelina Ortiz Gutiérrez.

¿Qué ha cambiado en la Teresita de ese 15 de junio a la de hoy?

-A veces me deprimo. Lloro y es lógico, porque la soledad es muy dura. Y entre más días, más los extraño, me los imagino en las edades que tendrían hoy y sueño con ellos. ¿Qué ha cambiado en mí? Soy más casera, más callada, salgo poco, en esos días salía mucho para distraer la mente y pensar menos, era mi forma de evadir los pensamientos, y mucha gente dijo que a mí no me importó nada lo que pasó, llegaron hasta a decir que yo organicé el accidente para cobrar un seguro que estaba pagando mi esposo. Nada más falso...

La voz se le apaga un instante. Teresita hace una pausa. Junta manos y rostro. Respira hondo. Y me mira de frente.

-Imagínese, yo planear un accidente para que mueran mis hijos y en un carro en el que yo misma voy y también puedo morir...

Si no fuera un roble, a lo mejor esta mujer hecha milagro habría sucumbido a la sociedad crítica y cruel y estaría resentida ante la impiedad de muchos coterráneos. Pero antepuso a Dios a la crueldad humana y su nuevo rumbo fue ir a muchas partes a dar testimonio de su fortaleza y a enseñar su visión de la muerte.

¿Cuál es esa visión que la ayudó a salir de la desgracia y no sucumbir ante la suma de seis muertes una sola noche?

Increíblemente, ella la había aprendido de la mayor de sus hijas, Paola Andrea:

-Paola me decía siempre que la muerte es linda, que cuando alguien muere, en el cielo hay fiesta y la gente debería vestirse de rojo. Ella me enseñó que el que muere va al encuentro de Dios y no deberíamos llorar, porque esa persona ganó la felicidad. Esa niña fue más lo que me enseñó que lo que aprendió de mí-, asegura Teresita, blanca como nube en verano.

Y empieza a evocar a cada uno de sus hijos, que parió en un periodo de siete años, pues su plan antes de casarse era tener cuatro, pero el destino le envió al último, Mateo, que inundó la casa de alegría.

-Mateo: era el niño alegre que reía por toda la casa. Lo que más recuerdo era que cuando yo estaba cosiendo, me llegaba con un tinto que él mismo hacía. Cada hora iba y me preguntaba que cómo iba. Era puro amor...

-Paola Andrea: Era mi niña de amor y con esa palabra la defino. Ella irradiaba, en el esplendor de su juventud, hablaba de la fuerza de Dios, decía que la santidad es estar siempre alegre, estaba tocada por la luz de la vida. Y siempre demostraba lo mucho que nos quería a todos...

-Alejandro: Jm. Era el rebelde, tal vez por su edad (14 años), pero tenía la mejor cualidad, sabía pedir perdón, yo le decía: ‘mi amor, pero si vivo perdonándote’, y él decía: ‘mamita, es que fue un momento de rabia, y le bajaban las lágrimas’. Pedir perdón es una de las cosas más difíciles de la vida y él me lo enseñó...

-Sara: Sarita era todo ternura. Mamita, ¿me regala un abrazo?, me decía, y yo le respondía oíla tan grande y pidiendo abrazos, entonces me decía que es que los abrazos de las mamás son tan ricos que nunca deberían acabar...

-Carlos Mario: ese niño era lo más detallista. Cuando me planchaba el cabello me decía mamita para dónde va tan linda, igual cuando me estrenaba un vestido. Era elegante, con su camisa por dentro, intelectual, el que ordenaba todo lo que desordenaba Mateo...

***

Nunca vi tanta ternura en una mujer al evocar a sus hijos fallecidos. Cuando yo esperaba sus lágrimas al hablar de cada uno, Teresita me sorprendió con sus sonrisas. Con su mirada tranquila, limpia, sin remordimientos.

-Diego Raúl: en los matrimonios siempre hay dificultades y él y yo nos demoramos para acoplarnos, porque a él le gustaba el licor, el baile y yo no conocía eso. Un día le dije a mi hija que oráramos por él para que cambiara. Y de repente él empezó a decirles no a sus amigos que lo invitaban a jugar billar o ajedrez. ¿Y sabe qué me dijo Paola? que ella nunca dejó de orar. Fue el poder de la oración lo que lo hizo cambiar. En mi familia pocos lo aceptaron a él, pero fue mi único novio y lo amé con todo mi corazón...

***

Y entonces emerge el llanto. Teresita parece convertirse en nieve. Dice que va a las casas sacudidas por la muerte y lleva consuelo. Asiste a colegios, donde alumnos y maestros la escuchan y aprenden la lección, a asumir los decesos como triunfos y no como tragedias o derrotas.

Está imbuida de su último sueño: construir una casa, para lo cual añora que sus hijos y Diego Raúl estuvieran vivos y opinando. Cuenta que a veces va hasta el sitio de la tragedia a recordar, mas no al cementerio, pues entiende que allí no están sus muertos.

-Voy allá para recordar el último instante que compartí con ellos, solo por eso...

Como en una canción del cubano Silvio Rodríguez, que habla de mujeres de nieve y de fuego, Teresita Ramírez estremece. Por su valentía sin par. Por su forma de asumir la muerte no como una tragedia sino como resurrección.

Y estremece porque después de seis años de aparentemente haberlo perdido todo, asume que ese día ganó. Ganó porque sus hijos y su esposo alcanzaron la libertad, la que solo se logra cuando se llega a la cita con Dios. Es lo que ella ve y siente.

A los seis amados los lleva atados a su corazón y por eso sueña más y llora menos, así pocos en la Ceja o en La Unión, donde vive ahora, lo entiendan o alcancen siquiera a imaginarlo....

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