En la pequeña villa que era Medellín en la mitad del siglo XX los hombres, hasta los de menos recursos económicos, usaban “cachaco”, nos les faltaba el saco y el pantalón oscuro, más la camisa blanca y la corbata.
Los más ostentosos le apostaban al chaleco y la chaqueta cruzada, y para las mejores ocasiones utilizaban bastón, guantes y sombrero.
Era una época en la que la vida de la ciudad transcurría alrededor del parque de Berrío, como el gran polo de comercio y desarrollo. Ahí mismo, a tanto solo 100 metros de la catedral de La Candelaria, donde hoy está el edificio del Banco de la República, nació hace 90 años la Sastrería Lord.
De ahí se mudó a Junín y luego a la calle Colombia, en una época boyante donde habían dos sedes, hasta que en 1966 llegó al local que hoy ocupa, en el pasaje Astoria, entre Junín y Palacé.
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“Fue la primera experiencia de un pasaje comercial en Medellín, casi que en Colombia”, relata Hernando Castro, quien llegó hace 40 años a Lord como mensajero y hoy es el propietario.
Tras ser empleado por muchos años y luego socio de Roberto Valencia Jaramillo, tras la muerte de este asumió de lleno el manejo de la sastrería.
Escuela y tradición
Hernando, que siempre luce traje, con pañuelo en el bolsillo del saco, dice que Medellín en ese entonces era referente de escuelas de sastrería, almacenes de telas y moda masculina.
Recuerda que hasta Lord, que en sus mejores épocas empleaba 15 sastres, llegaban todo los ejecutivos del Club Unión, que estaba conectado por un pasillo con el Astoria, a hacerse sus vestidos no solo para lucir en las fiestas, sino para ir a sus oficinas. En ese entonces regía un estricto protocolo de vestuario no solo para laborar, sino para ingresar a restaurantes y clubes.
Uno de los grandes clientes de ese entonces era el fallecido Carlos Gaviria Díaz, exmagistrado de la Corte y excandidato presidencial, “además de casi todos los gerentes de EPM, abogados, contadores y médicos de Medellín”.
Medellín se volvió sport
Los cambios y la transformación no solo afectaron al Parque de Berrío y en general al centro de Medellín, sino que también se vieron reflejados en la forma de vestir de las personas, en especial después de los años 80, cuando la ciudad se volvió “más sport”, expresa Danilo Vasco, el sastre de planta que queda en la sede.
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“La informalidad llegó con Sergio Fajardo que cuando fue alcalde en 2003 impuso el bluyín, hasta ese entonces nuestros principales clientes eran los de La Alpujarra”, anota Hernando.
Esos cambios culturales llevaron a los propietarios de Lord, que pasó de 15 sastres a solo uno de planta y tres externos, a apostarle a ampliar su oferta más allá de la confección.
Hoy, la sastrería ocupa el segundo piso del local del Pasaje Astoria, mientras que el primero se convirtió en una zona de compra venta de arte y de una amplia variedad de productos que van desde paraguas hasta habanos.
El administrador y propietario cuenta que desde los 90 comenzó a llevar pequeñas obras de arte de colección para venderlas, la primera de ellos fue un Napoléon de porcelana. “Actualmente hay un equilibrio, 50-50, entre la sastrería y el almacén”.
¿Cuánto vale?
Hoy la mayoría de los clientes que llegan hasta Lord lo hacen por referencias y por recomendaciones o porque son clientes habituales. La mano de obra de un saco cuesta 890.000 pesos, mientras que la de un pantalón 190.000 pesos.
En el gabinete de la sastrería hay más 100 diferentes clases de paños para vestidos, todos importados desde Inglaterra, Italia, Australia, Perú y Chile, y mínimo 100 diferentes telas para camisa.
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Allí casi todo se confecciona a mano, en especial los cuellos, mangas y ojales. La única tecnología es una máquina de coser Pfaff, que según cálculos del sastre Danilo tiene los mismos 90 años que la sastrería, además de una plancha de hierro, que fácilmente pesa más de 20 kilos.
Por clientes no se quejan, es más, notan que las nuevas generaciones están llegando cada día más a mandar a hacer sus vestidos. Eso sí, ya no son clásicos, sino que son “fitness”, ropa más ajustada.
La preocupación es porque no hay sastres. “No hay renovación”, se queja Danilo, al señalar que los jóvenes no tienen paciencia y no les interesa el trabajo manual, todo lo quieren hacer de manera industrial.
Esta sastrería tiene todo un mito alrededor de Gardel: se dice que la vez que vino a Medellín pasó por allí a que le confeccionaran un traje. Sin embargo, en esa época no estaba Hernando ni Danilo, y no hay registros que lo confirmen.