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Desde Antioquia buscan salvar de la muerte a los frailejones

Los páramos están en riesgo porque están muriendo los frailejones. Este proyecto busca crear un protocolo para conservarlos con éxito.

  • En el invernadero hacen la segunda fase del proyecto y cuidan a los frailejones ya en tierra. En el laboratorio, la parte inicial, el proceso in vitro y en medios acuáticos. FOTos Edwin bustamante
    En el invernadero hacen la segunda fase del proyecto y cuidan a los frailejones ya en tierra. En el laboratorio, la parte inicial, el proceso in vitro y en medios acuáticos. FOTos Edwin bustamante
26 de junio de 2022
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En un vivero cerca al páramo de Santa Inés, en Belmira, viven los frailejones que están, tal vez, mejor custodiados: los riegan con cuidado, ni muy húmedos ni muy secos, les ponen tierra y nutrientes elegidos con precisión, los visitan todos los días y los protegen de las inclemencias del sol y las altas temperaturas.

Esos frailejones, de la especie endémica de Antioquia espeletia occidentalis var. antioquensis, hacen parte de un proyecto pionero en el departamento y muy poco explorado en el mundo que busca la propagación in vitro de la especie y, posteriormente, en condiciones de invernadero.

El objetivo es claro y obedece a una problemática. En el páramo de Santa Inés, por ejemplo, la zona alta, que antes se utilizaba para la ganadería y la minería, está despojada de los frailejones endémicos y propios de los páramos. El objetivo es introducir el material obtenido en laboratorio y germinado en invernadero para repoblar el área.

Para esto será necesario crear un protocolo que, luego de prueba y error, determine cuáles son las condiciones exactas en las que esa propagación se da con mayores tasas de éxito. Esto es lo que busca el profesor Róbinson Salazar Díaz, estudiante de doctorado en Biotecnología, con su proyecto.

Y es importante porque Colombia es un país de páramos, el ecosistema donde habitan los frailejones, al punto de que 60 % de todos los del mundo están en el país con 90 de las 145 especies de frailejones existentes. La mala noticia: de esas, 55 especies se encuentran en alguna categoría de amenaza, según el Instituto Von Humboldt. Entonces sí, hay que recuperar las especies y sus ecosistemas.

Un proyecto pionero

La propagación de especies amenazadas no es cosa nueva. Muchas personas alrededor del mundo conservan y propagan frailejones porque son una de las especies más importantes en la producción de agua, como máquinas naturales que toman del aire la humedad y la transforman en este líquido preciado.

En Colombia, cuenta Salazar, los soldados del páramo de Sumapaz tienen un proyecto de acompañamiento y conservación hace varios años; en Monguí, en Boyacá, en el páramo de Ocetá, tienen la iniciativa de Adopta un frailejón con los turistas que suben y hacen la siempre; en Valledupar también en el batallón siembran; y así, en varias partes del país, se ha creado conciencia y se protegen las especies endémicas de cada zona.

Lo que es innovador del proyecto del profesor Salazar es la propagación desde condiciones in vitro, que podría hacer el proceso más eficiente y numeroso. Cuenta él que hay otro proyecto similar en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, en Boyacá, “con una especie de la región que está en vía de extinción, la espeletia paipana”, y otro en el Jardín Botánico de Bogotá, con la espeletia grandiflora; pero son pocos y Salazar es el único de Antioquia intentando recuperar, en laboratorios, la espeletia occidentalis var. antioquensis.

Sería un empujón a la recuperación de los páramos, porque en un proceso en condiciones naturales son pocas las semillas que germinan, cerca del 15 %, mientras que con el proyecto de Salazar ya lograron una tasa de éxito de casi 80 %. Además, es un ciclo más rápido el que le toma a la planta convertirse en un frailejón viable.

Fases de laboratorio

El componente in vitro es clave y distintivo. Todo inicia subiendo al páramo entre los meses de junio y septiembre para recolectar las flores de los frailejones y, posteriormente, ponerlas a secar. Se extraen los aquenios y desde ahí se obtiene el embrión, la semilla como tal, a la que se le hace un proceso cuidadoso de desinfección.

Este producto con todo el potencial se siembra en laboratorios en unas cajas PET con algodón y se mantiene en las condiciones de humedad y temperatura precisas durante cerca de cuatro semanas mientras ocurre todo el ciclo y el material obtenido es el que luego se siembra en bandejas para la propagación en condiciones de vivero.

“En el laboratorio partimos de semillas y buscamos diferentes técnicas de cultivos vegetales para propagarlas en condiciones in vitro”. A pesar de los cuidados y de que sean varios los explantes con los que se trabaja, no todas son exitosas porque se puede contaminar fácilmente. Además, no en todas las semillas hay embriones sino que varias están vacías.

Aún así, resulta mejor que la propagación natural porque “de una plantica yo puedo obtener varios brotes, que es lo característico del cultivo de tejidos vegetales, que yo pueda, a partir de un solo explante, generar muchísimos más”.

Todo lo anterior hace parte de una primera fase, llamada de inducción, que es la que busca que se forme el brote. Luego sigue la fase de multiplicación, para que de uno se formen varios y, finalmente, la individualización, un proceso que se hace cada dos meses y que consiste en un proceso de endurecimiento en vivero, “que es el punto crítico, realmente, pues es donde se define si quedan vivas o no, si se logran adaptar fuera de las condiciones de laboratorio”.

Fase de invernadero

En el laboratorio, los pequeños frailejones estaban en las condiciones perfectas, ideales, protegidos. Ahora, al salir de allí, se deben ir adaptando poco a poco, por lo que se mantienen cubiertos durante unas semanas para hacer la transición más fácil, pues “en condiciones in vitro no han abierto estomas, están más frágiles, las raíces no han sacado raíces secundarias o pelos absorbentes, por lo que se busca un endurecimiento en el sustrato para que se adapten”.

Luego, a esa cubierta se le hacen perforaciones para ir regulando la humedad y, finalmente, se destapan. Desde entonces, es otro proceso de prueba y error: aprender qué tierra prefieren, con qué humedad, qué tanta agua, cuáles nutrientes...

Lo que Salazar ha encontrado es que prefieren el sustrato de coco y los suelos más ácidos, no tan orgánicos, sino compactos y arcillosos. La fase del vivero es la más difícil, rigurosa, que podría mejorarse con un vivero con más recursos y facilidades. (Ver recuadro).

Después, ¿qué?

Una vez Salazar perfeccione su proyecto en todas las fases, encuentre las mejores condiciones, sustratos, técnicas y demás, busca desarrollar un protocolo que pueda ser replicable tanto para condiciones in vitro como de vivero.

La idea es compartir ese conocimiento con la comunidad científica y con los habitantes de las zonas de páramos para que ellos mismos puedan crear sus programas de propagación.

Además, se busca poder llevar el material creado y plantarlo, con la comunidad, en las zonas de los páramos más despobladas, comenzando con el de Santa Inés, aunque esto representa otros desafíos en los que está trabajando: que se adapten al nuevo suelo, al sol inclemente y su intensidad lumínica, a los cambios bruscos de temperatura, entre otros. “El ideal es encontrar las condiciones perfectas para aumentar el 80 % de la tasa de éxito y poderlo transportar desde que está en etapas pequeñas, para sembrarlo con la comunidad”.

Salazar no tiene interés económico con su proyecto, no quiere guardarse la información, quiere en cambio crear una cartilla que las personas puedan apropiar y que ellos mismos aprendan a identificar las semillas, a hacer colectas, a limpiarlas y sembrarlas en condiciones de vivero y, aunque es más difícil y requiere más recursos, que aprendan a hacerlo en condiciones de laboratorio.

Por eso, ha divulgado su proyecto, en redes aparece como @savethefrailejones, y ha conversado con entes gubernamentales y privados para dar a conocer la iniciativa y obtener apoyo. “La intención es seguir con el proceso de divulgación para los que quieran se puedan sumar, e involucrar a las escuelas, a los chicos y chicas, pues hay muchos que no conocen el páramo. Quiero que mi proyecto vaya de la mano de la pedagogía ambiental”.

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