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Una colección de rocas que cuenta los secretos del universo y los volcanes

Un profesor de la Universidad Nacional, sede Medellín, es el responsable de reunir una nutrida muestra de piedras volcánicas y del espacio exterior.

  • El profesor John Jairo Sánchez Aguilar es uno de los volcanólogos de mayor prestigio académico en Colombia. FOTO Carlos Velásquez.
    El profesor John Jairo Sánchez Aguilar es uno de los volcanólogos de mayor prestigio académico en Colombia. FOTO Carlos Velásquez.
06 de abril de 2024

La ciencia no necesita metáforas. Así a primera vista no lo parezcan, las investigaciones científicas son líricas. Esto resulta evidente en la oficina 316, del Bloque M1, de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, sede Medellín. En ese cuarto pequeño, el profesor John Jairo Sánchez Aguilar custodia una colección de piedras volcánicas provenientes de diversos rincones del mundo. Además, tiene a su cargo piezas de los diferentes tipos de meteoritos que la geología ha identificado a lo largo de los años. En pocos metros cuadrados hay vestigios de lo hondo de la Tierra y de los astros del firmamento.

Dichas piedras le ofrecen a los geólogos datos sobre la formación de las montañas, el trazado de los ríos, los minerales que hacen parte de los ecosistemas. Ellas tienen las respuestas a muchas de las inquietudes milenarias de la humanidad. Enfocadas con la lupa de un microscopio, estas piezas dan pistas para entender el origen del Sistema Solar, el nacimiento de los planetas y de las luces que brillan en lo alto de la noche. En este punto, es imposible evitar la idea de que la geología hace hablar a las piedras: esta disciplina extrae de los minerales los secretos del cosmos.

A un lado de sus discos de Metallica y Apocalyptica, John Jairo ha dispuesto las piedras para que sean de fácil consulta durante la entrevista. Lo primero que dice el docente es que la colección, integrada por más de 422 muestras, comenzó a formarse en el 2010 gracias a unos fragmentos de pómez traídos del Volcán Nevado del Ruiz, muy presumiblemente expulsados del fondo de la tierra durante la erupción de 1985. Al poco tiempo llegaron unos fragmentos del Volcán Galeras. “Posteriormente, se trajeron piezas recogidas durante salidas académicas de asignaturas de pregrado y posgrado. Visitábamos diferentes zonas del país y recolectábamos ese material”, dice. En un cálculo rápido el profesor dice que el 95% de la colección ha sido recolectada por él. El resto ha sido donado por colegas que han visitado volcanes en Islandia o el ártico. La parte de los meteoritos ha sido comprada a expertos extranjeros que recogen y clasifican estos materiales del espacio.

De entrada, la parte de los meteoritos es la que despierta la curiosidad del visitante ocasional o del curioso que no tiene el rango de experto. A fin de cuentas no todos los días se tiene el chance de sostener en las manos un fragmento mineral más antiguo que el planeta Tierra. Mientras se pone unos guantes de látex negros para tomar las piedras espaciales, el profesor explica la diferencia entre asteroide y meteorito. A riesgo de simplificar el asunto, se puede decir que la primera palabra designa el material que está en el espacio exterior mientras la segunda se usa para hablar de ese mismo material, pero una vez ha pasado por la prueba de fuego de la atmósfera y se ha estrellado contra la superficie del planeta.

En este punto de la charla, John Jairo habla de los tipos de meteoritos. Unos son los rocosos, que a su vez se dividen en los condritos —los más numerosos— y los acondritos. También existen los meteoritos metálicos, que tienen una aleación de hierro y níquel. La última categoría está conformada por los meteoritos en cuya composición hay metales exóticos y características de rocas. A estos últimos se les conoce con el rótulo de siderolitos.

Una vez la mirada ha pasado por todas las piezas de la colección es frecuente que se devuelva al fragmento del meteorito Campo del Cielo. Y es así porque ese trozo brilla con la intensidad de los metales. El meteorito impactó hace millones de años en la fronteras de las actuales provincias argentinas de Santiago del Estero y del Chaco. Este dato le sirve al profesor para aclarar que los nombres de los meteoritos proceden de los sitios en los que fueron encontrados.

Por ejemplo, el meteorito más famoso de los pocos encontrados en Colombia se llama Santa Rosa, porque fue hallado en Santa Rosa de Viterbo, Boyacá. Un fragmento de esta roca espacial es exhibido en el Museo Nacional, de Bogotá. Aunque ha tratado de comprar una parte de este meteorito, John Jairo no ha encontrado una pieza con el valor indicado para traerla a la colección. Todas son muy costosas.

La historia del meteorito Santa Rosa reúne todas las características para cargar con el adjetivo de macondiana. “El aerolito de Santa Rosa de Viterbo, que cayó en este municipio de Boyacá en 1810, fue ignorado, admirado, robado, recuperado y, finalmente, estudiado por la UNAL a inicios del siglo XX. Su particular historia es tan colombiana como el desdén que ha habido por la ciencia en nuestro país”, se lee en una publicación de la Universidad Nacional.

Historias y metáforas aparte, el profesor ha donado su colección a la Universidad Nacional. El conjunto de piedras volcánicas y espaciales hace parte del Museo de Geociencias de la Facultad de Mines. Además, ha sido declarado Patrimonio de la Nación, por su interés científico y cultural, cuenta John Jairo. De momento, el interés del docente es que la colección esté en el radar de los ciudadanía y no solo en el de los expertos y de los estudiosos. De esa forma espera alimentar la curiosidad sobre los asuntos del espacio en las próximas generaciones de colombianos. Al fin de cuentas, la ciencia se hace a partir de las preguntas de siempre, tal vez enfocadas con la luz de las distintas épocas. Esas preguntas, que han sido las paredes del laberinto de la teología, la filosofía y la ciencia, pueden ser resueltas por las piedras. Lo dicho: la ciencia es más lírica que la poesía.

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