Hace 94 años Medellín le abrió sus puertas a Enrique Baer, un repostero suizo que trajo consigo el arte de crear exquisitas delicias, y cuyo legado perdura hasta hoy, manteniendo viva la tradición de elaborar moros, chocolates, turrones y los “arrancamuelas”, que con el pasar de los años se hicieron tan famosos en la ciudad.
Pues además de su ya mítica sede en Junín, el Salón de Té Astor, donde don Enrique y su esposa Anny Gippert se encargaban de supervisar la precisión de los procesos y la calidad de los productos que ofrecían en ese pequeño local ubicado en el epicentro social y comercial de la época, con el pasar del tiempo la marca se instaló en distintos puntos, en Los Molinos, San Lucas, Unicentro, Viva Envigado y El Poblado.