”Nos enfrentamos a una era de sobreabundancia donde tenemos más acceso que nunca a fuentes de placer, pero eso no nos hace más felices”, explica la psiquiatra Anna Lembke, experta en adicciones y profesora en la Universidad de Stanford, que conversó con The New York Times Magazine sobre la facilidad con que las personas pueden acceder a “drogas digitales”, como redes sociales, apuestas en línea y compras compulsivas, y la forma como eso está afectando el bienestar emocional de millones de personas en el mundo.
Lembke, autora del libro Dopamine Nation, explicó que la dopamina, neurotransmisor clave en la sensación de placer y recompensa, está siendo sobreestimulada constantemente por la inmediatez y el acceso ilimitado a contenido digital. “Lo que antes eran comportamientos controlables, hoy se convierten en hábitos difíciles de detener”, sostuvo en la entrevista.
Lembke ofreció una perspectiva histórica sobre la evolución de las adicciones digitales. Desde el incremento de la adicción a la pornografía en línea en los primeros años del 2000, hasta el auge de los trastornos relacionados con redes sociales y compras en línea desde 2015, advirtiendo que el problema no es solo individual, sino social. “Cada vez veo más personas que no tienen una sola adicción digital, sino que saltan de una a otra”, señaló.
Para Lembke, la línea entre un hábito cotidiano y una adicción es delgada. “Defino la adicción como el uso compulsivo de una sustancia o comportamiento a pesar de las consecuencias negativas para la persona y su entorno”, explicó. Aunque no todos los consumidores de contenido digital pueden considerarse adictos, la disponibilidad ilimitada de estímulos ha llevado a muchas personas a desarrollar patrones de comportamiento difíciles de controlar.
Uno de los aspectos más preocupantes, según la psiquiatra, es la creciente dependencia de la tecnología en la vida cotidiana. “Los teléfonos inteligentes se han convertido en la puerta de entrada a muchas de estas adicciones”, advirtió. “Hoy en día, las personas pueden apostar en deportes, comprar compulsivamente o ver pornografía sin ningún esfuerzo, lo que hace que sea muy difícil resistirse a la tentación”.
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Además, Lembke destacó el aumento del uso de inteligencia artificial y asistentes virtuales, lo que podría intensificar aún más la desconexión social.
“Cada vez más personas recurren a la inteligencia artificial para suplir necesidades emocionales y sociales, lo cual es preocupante”, explicó. “Estamos viendo casos de individuos que prefieren interactuar con chatbots en lugar de con personas reales, lo que podría agravar problemas de aislamiento y salud mental”.
Sobre el impacto a largo plazo de esta hiperconectividad, Lembke reflexionó: “Nos estamos retirando de las experiencias reales para sumergirnos en un mundo digital que nos da gratificación instantánea, pero nos priva de conexiones significativas. Es el ‘paradigma de la abundancia’: cuanto más acceso tenemos a placeres inmediatos, menos satisfechos nos sentimos a largo plazo”.
En la entrevista, Lembke también compartió su experiencia personal con la tecnología en el hogar. “Mi familia lucha con esto tanto como cualquier otra”, reconoció. Explicó que decidió criar a sus hijos en un ambiente sin dispositivos hasta que el mayor ingresó a la escuela secundaria. “Cuando nuestra hija comenzó la escuela secundaria, nos dijo: ‘No puedo funcionar como estudiante sin conexión a internet’. Y nos dimos cuenta de que tenía razón: los horarios cambiaban constantemente, las tareas se asignaban en línea, no había forma de participar sin acceso a la red”.
Hasta ese momento, la familia de Lembke vivía sin conexión a internet en casa, y la psiquiatra no tuvo un teléfono inteligente hasta 2019, cuando su trabajo la obligó a adquirir uno para poder prescribir medicamentos controlados. “No juzgo a nadie, pero esto fue posible en mi caso por el tipo de trabajo que tengo. La mayoría de las personas no pueden hacerlo”, explicó.
Con el tiempo, sin embargo, la tecnología se volvió inevitable en su hogar. “Desde que conectamos nuestra casa a internet, todo fue cuesta abajo”, admitió. Para contrarrestar la constante presencia de dispositivos, la familia ha implementado estrategias como las vacaciones sin tecnología. “Estas experiencias han sido transformadoras”, dijo. “Este invierno decidimos ir al Valle de Yosemite sin dispositivos. Desde el momento en que entramos en el auto, sentí una diferencia en la calidad de nuestra vida”.
Durante esos días, la familia jugó juegos de mesa, disfrutó de comidas prolongadas y caminatas bajo las estrellas sin la distracción de los teléfonos. “Nadie se levantaba al final de la cena para revisar su dispositivo porque simplemente no había dispositivo que revisar. Nos quedábamos más tiempo, extendíamos las conversaciones, realmente estábamos juntos”.
Para Lembke, este tipo de experiencias confirman la necesidad de crear espacios libres de internet. “Necesitamos lugares donde podamos reunirnos sin conexión, aunque sea de vez en cuando”, concluyó. “Cuando eliminamos la opción de conectarnos, el deseo compulsivo de hacerlo cambia completamente”.
