La vida de Yesid Moreno cambió tras un accidente en paracaídas. Salió vivo, pero por poco. Cayó de una altura de 3 a 4 kilómetros, o sea como 9 mil a 14 mil pies. Al caer en la tierra dejó un hueco por la fuerza con la que lo recibió el pasto de elefante. No sabía, pero tenía desplazamiento de cinco vértebras, un trauma craneoencefálico, su mano izquierda fracturada, los dientes quebrados y más golpes, de los cuales los médicos —y él mismo— no se explican cómo sobrevivió.
Después de ese momento de choque, Yesid logró sobrevivir pero el accidente le dejó secuelas emocionales. Una depresión profunda y un estrés postraumático que le causaban agorafobia, ansiedad social, entregaba todo su dinero si alguien se lo pedía en los semáforos y entró en un bucle del que fue difícil salir.
Lo intentó todo. Durante 13 años estuvo con terapia convencional, es decir, visitando psicólogos y psiquiatras y tomando antidepresivos. Haciendo la suma, Yesid contó que al día eran entre 60 y 70 pastillas para todo lo que debía sanar. “La vida era un completo desastre. Tenía problemas económicos, mi esposa me había dejado, no quería hablar ni comer, pensaba en las personas que me habían hecho daño... esos medicamentos no me servían y pasé así varios años, cambiando los antidepresivos por otros que me enviaban los psiquiatras, hasta que un día les reconocí que esto no me estaba sirviendo y ellos me dijeron que tenía razón”.
Estuvo alrededor de ocho años dependiente a la oxicodona, una droga que le habían recetado para sus dolores. Fue una de las etapas más oscuras de su vida. Se hospitalizó en un centro psiquiátrico. Tampoco le funcionó. Buscó ayuda en otras terapias como el reiki, la hipnosis, tomas de yagé o ayahuasca —que lo ayudaron a conectarse con la naturaleza y sus ancestros pero no a sanar su enfermedad—, una terapia de neurofeedback, apicultura, auriculoterapia y electroacupuntura, pero seguía sintiéndose igual; hasta que llegó a los hongos mágicos o psilocybes que contienen una sustancia alucinógena conocida como la psilocibina y nombrada así por estas especies de hongos, que son alrededor de 200.
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En julio de este año, Australia se convirtió en el primer país en aprobar sustancias psicodélicas como tratamiento para enfermedades mentales. A pesar de una base de investigación amplia en este tipo de trabajos, la mayoría de países las prohíben. Ese país aprobó los hongos mágicos para la depresión y el uso de Mdma, conocido como éxtasis, para tratar el trastorno de estrés postraumático (Tept). Su consumo es en tableta.
La psilocibina produce afinidad en los receptores de serotonina instalados en el cerebro. Modifica su función, generando un estado alterado de la conciencia. Sus facultades han sido exploradas durante siglos por la población indígena. De hecho, en México es recordada María Sabina, una chamana conocida como “la abuela de los hongos mágicos”, que le presentó esta sustancia al escritor estadounidense Robert Gordon Wasson en una ceremonia en Oaxaca en 1967. Él se convirtió en promotor de los hongos mágicos en su país, al describir su experiencia para la revista Life.
Por esos años, en Estados Unidos se comenzó a investigar la psilocibina en pacientes con cáncer terminal que le tenían miedo a la muerte. Hubo resultados positivos, pues con sus experiencias espirituales no le tenían miedo a la muerte. Estas investigaciones se frenaron con el gobierno de Richard Nixon, quien declaró la guerra contra las drogas en 1971. Sin embargo, durante décadas, se ha seguido estudiando el papel de las drogas psicodélicas en la salud.
Luisa Fernanda Díaz Vélez, médica especialista en Toxicología Clínica de Lime y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, explicó que sustancias como la psilocibina, psilocina y baeocistina que contienen estos hongos, producen en el sistema nervioso un efecto sobre los receptores de serotonina y la modulación de otros neurotransmisores.
“Hay cambios profundos en los dominios perceptuales, afectivos y cognitivos, sin suprimir el estado de conciencia. Se ha estudiado la psilocibina en macrodosis y microdosis, para personas con depresión. Con dosis altas se conoce un efecto adicional a los antidepresivos, que describen como una experiencia psico-espiritual, mística, que permite un mejor procesamiento emocional y que puede inducir a una desestructuración de patrones de pensamiento que se tienen interiorizados durante toda la vida. Como resultado se pueden gestionar traumas del pasado y comenzar un proceso de sanación”.
Para el tratamiento, existen macrodosis y microdosis. En la primera es donde más evidencia científica se ha encontrado, relacionada a la experiencia espiritual que brinda la sustancia psicodélica. Mientras que las microdosis, no generan esta experiencia psicodélica. Pero ayudan a equilibrar el desbalance químico que puede tener el cerebro. Aunque se siguen investigando sus resultados.
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La primera vez que Yesid comió hongos fue en la universidad y se sintió bien. En su búsqueda para tratar su estrés postraumático y depresión, que le causaron el accidente, recordó esa experiencia. Ingresó a grupos de personas que sabían de hongos psilocibos, investigó y aprendió cosas esenciales que se deben saber antes de consumir hongos: las personas deben estar acompañadas, deben preparar su estado mental (set) y el lugar donde tendrán la experiencia (setting) y saber qué dosis ingerir.
La primera vez para averiguar si funcionaban como tratamiento para su enfermedad, se los comió en su finca en Cundinamarca, acompañado de su esposa y un amigo para que lo cuidara. Cuenta Yesid que se metió en otra dimensión, comenzó a sentir que la naturaleza le hablaba.
“Empecé a ver todo colorido y a sentir que estaba conectado con la naturaleza. En mi finca hay un árbol grande que comenzó a llamarme... me dijo ‘menos mal usted está aquí, yo lo estaba esperando’ y siguió diciéndome ‘usted está aquí porque necesita entender muchas cosas’ y todo eso lo acompañaban sonidos instrumentales de los pueblos indígenas, olores especiales de algunas plantas y esto apenas era el preámbulo de todo lo que se venía”.
—¿Y qué era lo que se venía?
—La compenetración total con la naturaleza.
Yesid sentía que los árboles y cada planta le entregaban un amor que no había sentido durante años a causa de su enfermedad. (La experiencia mística de la que habló la toxicóloga). Comenzaron a sacarle los sentimientos tristes que le pesaban. Se sentía liviano. “Las plantas me limpiaban el corazón, me quitaban el dolor que cargaba y todos los traumas que vinieron con el accidente”.
Y el árbol siguió hablando...
“La naturaleza me reprendió. El árbol me decía que no tenía un carácter fuerte para enfrentar las adversidades de la vida, que por haber sido tan laxo y débil era que había pasado por tantas dificultades emocionales. A partir de ese momento me entregaron un escudo con ‘armadura integrada’ para ser una persona fuerte. Sentí algo hermoso, me sentía bien. Lo que había buscado en tantas otras terapias”.
Al pasar el efecto de las alucinaciones ocurrió el milagro. Yesid se sentía bien, aunque pensó que como con otras terapias, volvería su sufrimiento. Se sentiría deprimido y con ganas de llorar. Se acostó a dormir y duró así durante tres días, esperando a que regresara el sentimiento de angustia pero pasó un día, dos, tres... una semana, un mes y seguía estable.
“Se acabó mi pesadilla. No volví a tener depresión. A veces sí ansiedad, pero la manejo y no es como antes. Trato de hacer sesiones de hongos regulares”.
—¿Cada cuánto lo hace?
—Cada seis o cinco meses... pero hay gente que necesita solo una conexión de estas para curarse. Yo lo hago porque tras el accidente mi cerebro dejó de producir unas sustancias químicas que necesito para estar bien y los hongos me las dan. Pero una vez acompañé a una señora con una historia triste. La mamá se había suicidado y a su hija la habían violado. Ella quería suicidarse también, entonces la acompañé en su proceso con los hongos y solo bastó una vez para que se le quitara esa emoción.
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Luisa Fernanda desde su conocimiento mencionó que la evidencia científica de las sustancias psicodélicas apuntan a la depresión en pacientes resistentes a los antidepresivos, pero hay otros estudios que investigan su impacto en otras enfermedades.
“Se están evaluando estas sustancias en trastornos de ansiedad generalizados, trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos de la conducta alimentaria. También, como tratamiento de adicción a los opioides, al cigarrillo y al alcohol y para dolores crónicos y pacientes con cáncer terminal que le tienen miedo a la muerte”.
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Tanto Luisa Fernanda desde su profesión y Yesid con su experiencia, hicieron énfasis en la importancia de ser cautos con estas sustancias. Si bien los estudios muestran beneficios, si se da un mal manejo o sin supervisión de expertos, puede desencadenar problemas físicos y mentales.
La médica advierte que estas sustancias no son recomendadas para personas con enfermedades relacionadas al pensamiento como la esquizofrenia o el trastorno de bipolaridad o personas con familiares que tengan antecedentes de estas enfermedades. Tampoco es apto para personas con enfermedades cardiovasculares como hipertensión arterial o antecedentes de infartos y hay evidencia de riesgo de ataques psicóticos y pueden aumentar síntomas de enfermedades mentales como la ansiedad o depresión.
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Ahora Yesid cultiva sus propios hongos que cultiva en su casa en condiciones de laboratorio. Prefiere hacerlo así porque es más seguro. Tiene su propio laboratorio para diseñar su medicina. En Colombia no están aprobadas las terapias con sustancias psicodélicas, sin embargo, hay vacíos legales. Algunos médicos y personas resistentes a los antidepresivos como Yesid recurren a la alegalidad, al no estar aprobados estos tratamientos pero tampoco prohibidos.
Por ejemplo, el yagé o la ayahuasca tiene vacíos legales pero está principalmente amparado y en control de las comunidades indígenas. Desde el 2010 es considerado patrimonio inmaterial de la humanidad por el Ministerio de Cultura, decisión apoyada la Unesco en 2010. Pero no hay ninguna ley explícita que lo legalice.
Yesid quiso compartir su experiencia con los hongos mágicos porque como lo decía el micólogo Paul Stamets: “Los hongos son el internet de la naturaleza”.