Desde pequeño, Felipe Betancur disfrutaba desarmar objetos y juguetes, los desbarataba y, a veces, creaba unos nuevos. Lo hacía para la feria de ciencia de su colegio o para vendérselos a sus compañeros. Era una especie de MacGyver, ese personaje ficticio de TV que construía artilugios casi que con cualquier cosa.
Por esa época a Felipe también le gustaban los videojuegos y, en general, la tecnología; tal vez por eso terminó trabajando en comercio electrónico desde que era muy joven. Un camino que hoy seguiría de no ser por un incendio en el barrio Moravia que lo cambió todo.
Esa tragedia fue como su polo a tierra, asegura. Cuando sucedió quiso ayudar, y lo hizo. Fue desde ese momento que decidió dejar el comercio electrónico y centrarse en asistir a la gente. Para el 2009 ya había creado la fundación Todos podemos ayudar.
Tenía algo claro: no quería brindar asistencialismo. Entonces pensó en que muchas personas con discapacidad no podían acceder a la tecnología como él, que estudió, jugó videojuegos y hasta consiguió novia gracias a ella.
Desde eso comenzó a evaluar cómo crear soluciones y, sobre todo, cómo enseñarle a la gente a hacer las cosas por sí mismas. Sacó su ingenio de pequeño y con lapiceros, gafas, cucharas y palos empezó a crear objetos que le cambiarían la vida a muchos.
Lo que hace, dice, es innovación social. Es la gente la que le pone los retos, la que dice qué le falta, qué no puede hacer. Felipe se toma días para pensar cómo cambiar esa situación y, de esa forma, tal vez, la de otras personas que pasan por lo mismo.
Pero no se trata únicamente acceder a la tecnología, según Felipe, busca que la gente pueda realizar actividades cotidianas con productos de bajo costo. Estas son algunas de sus invenciones .