Federico Gutiérrez se impuso en la consulta de Equipo por Colombia, imponiéndose sobre los exalcaldes Alejandro Char y Enrique Peñalosa, el senador conservador David Barguil y la líder del Partido Mira, Aydeé Lizarazo Desde ese momento aglutinó las bases del Conservador, La U, Cambio Radical y buena parte de los votantes cristianos.
En la avenida El Ferrocarril, en la Oriental, en San Juan con la 65, en Parques del Río, donde sea que Federico Gutiérrez se ubique está saludando; es espontáneo, estrepitoso: “¿Qué más? ¿Bien o no?”. La frase se ha vuelto chiste, cliché de videos y memes. Desde pequeño ha sido carismático. Sus compañeros en la Universidad de Medellín —donde estudió Ingeniería Civil— lo recuerdan como a un muchacho popular que tenía una capacidad de trabajo inusual; desde que cursaba el pregrado hacía ya trabajos en obras de infraestructura que le permitían agarrar experiencia. “Le gustaba mucho divertirse y hacer sentir bien a los amigos”.
Ese carisma ha sido vital en la campaña presidencial; lo puso por encima de David Barguil, Alejandro Char, Enrique Peñalosa y los otros compañeros del Equipo por Colombia que contaban ya con amplia trayectora en elecciones. Hoy llega casi al 30 por ciento en intención de voto —según las encuestas que más lo benefician—, y se ha convertido en el contendor más opcionado para disputar la Presidencia con Gustavo Petro en segunda vuelta.
En caso de que gane las elecciones, a la Casa de Nariño llegaría un hombre que no estuvo en las fiestas de pompa de los clubes bogotanos, ni se matriculó en los colegios a los que han acudido la mayoría de expresidentes; llegaría un muchacho de barrio de origen obrero de Medellín. Una vez más otro antioqueño dirigiría el destino del país.
Federico Andrés Gutiérrez Zuluaga nació el 28 de noviembre de 1974 en Medellín. Estudiar ingeniería fue una vocación que le llegó por herencia. Hernán Gutiérrez Isaza —el padre— un exitoso ingeniero civil de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional y Amparo Zuluaga Gómez —la madre— fue delineante de arquitectura y experta en decoración. La familia —los padres y tres hijos, Federico entre dos mujeres: Catalina María y Juliana— se forjó en Belén Alameda, un barrio de estrato 4, lo que podría explicar el éxito que tuvo Gutiérrez durante su Alcaldía con la clase media de Medellín. Como dirían en la calle: es un muchacho de barrio que cuando era niño se la pasaba con los guayos de fútbol en una tula: recorría la comuna de Belén de cancha en cancha.
En su infancia fue el chistorete del colegio —estudió en el Gimnasio Los Alcázares—. Él mismo ha reconocido que era “relajadito”. Su fortaleza eran las matemáticas, por lo que su destino ya estaba decidido: sería ingeniero. En una entrevista publicada por la Revista Bocas dijo: “Los Alcázares es un colegio del Opus Dei, con formación católica, pero ni mi familia ni yo pertenecemos al Opus Dei. A mí me podían regañar los profesores, sacar de clase por contar un chiste, pero nunca fui grosero ni irreverente”. Nunca pensó en una vida pública, mucho menos en ser Concejal, Alcalde o Presidente de la República. No sufrió los delirios de deseo por el poder. No tuvo anhelos de caudillo. Las aspiraciones políticas le llegaron como una vocación, como llamado.
Desde la campaña para las consultas los militantes del Centro Democrático estaban pidiendo libertad para apoyar a precandidatos de Equipo Por Colombia. Óscar Iván Zuluaga se bajó de su aspiración presidencial el día después de las votaciones, respaldó a Gutiérrez y luego llegó el visto bueno de todo el partido para sumarse a esa aspiración.
Pero esa vocación casi se trunca cuando tenía quince años. Se enfermó gravemente de una apendicitis que terminó en una oclusión intestinal. Estuvo tan mal que un sacerdote le aplicó los santos óleos. Todos creyeron que irremediablemente moriría, pero no sucedió. Esa experiencia le ayudó a entender que debía disfrutar la vida: “Quizá por eso soy tan terco y persistente”, ha dicho.
Después de que superó la muerte, lo que alarmó a todos sus compañeros de clase, secuestraron a un amigo del colegio. Eran finales de los años ochenta, cuando Medellín era la ciudad más violenta del mundo y estallaban bombas por todas partes. Los carteles vivían en una guerra que iba desde secuestros hasta actos sicariales en los que caían vidas inocentes. Ese hecho lo marcó, quizá de allí vino uno de sus pilares políticos: su lucha contra el crimen organizado, un rasgo definitorio de su Alcaldía.
Ahora los colombianos lo han conocido de saco y pantalón, sin embargo sus maneras son las de un ingeniero que va a campo, que pide que sus planes se cumplan, que conoce bien cada detalle de la empresa que saca adelante y trata con cercanía a sus compañeros. Siempre viste de camisa blanca de manga larga —que se dobla sobre los codos— y la lleva por dentro; además usa blue jeans y tenis. Desde que llegó al Concejo de Medellín en 2004 quiso mostrarse fresco, descomplicado y sus allegados dicen: “No es una pose, le sale natural”.
En 2003 salió elegido como concejal por el Nuevo Partido; su gestión fue vital en el bloque que apoyó al entonces alcalde Sergio Fajardo. Esa Administración Municipal fue un punto de inflexión en la ciudad, que vivía los coletazos del conflicto armado urbano después de que se impusiera la ley del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) tras la Operación Orión en la Comuna 13. Fajardo impulsó políticas públicas que transformaron a Medellín: puso la cultura y la educación en el centro del gasto público, creando un modelo que es celebrado hasta el día de hoy. Federico Gutiérrez apoyó ese cambio desde el Concejo. Luego hizo lo mismo cuando Alonso Salazar —que creó programas tan aplaudidos como Buen Comienzo— llegó a la Alcaldía.
En esa segunda oportunidad, Federico Gutiérrrez se salió de los movimientos independientes y aterrizó en el Partido de La U, que por entonces izaba las banderas de Álvaro Uribe Vélez —aunque su creador era quien se convertiría en némesis: Juan Manuel Santos—. En algunas ocasiones Gutiérrez ha dicho que se trató de una apuesta por la institucionalidad. Su vida política desde entonces fue una mezcla de carisma, apuestas progresistas y mano dura en contra de la delincuencia y los grupos criminales.
Ese cambio de partidos se convirtió en una bandera —la misma que usaron todos los candidatos a la Alcaldía después de Fajardo—: siempre ha dicho que no pertenece a ningún partido, que es independiente. Justo se hizo alcalde en 2015 por cuenta del apoyo ciudadano —recogió firmas—, era el único que parecía recibir las banderas de crecimiento cultural y educativo que han signado a Medellín. Sin embargo, siempre fue querido por el expresidente Álvaro Uribe Vélez, a quien agradeció su apoyo —y le pidió consejo— el día en que salió electo.
El 26 de marzo Gutiérrez sorprendió al revelar como fórmula vicepresidencial a Rodrigo Lara Sánchez, exmilitante del Partido Verde, exalcalde de Neiva e hijo del asesinado exministro Rodrigo Lara Bonilla, quien fue una de las figuras más reconocidas de la política durante la época del narcotráfico. El fichaje de Lara Sánchez lo acercó a los votantes de centro.
Sus compañeros del Concejo lo recuerdan como un trabajador que “tiene principios y defiende a su gente, es leal y comprometido; además se deja aconsejar”. Quienes lo han acompañado desde entonces, siguen montados en ese barco político. En un artículo de análisis, La Silla Vacía publicó que tiene un círculo cerrado y pequeño de amigos “sin mucha trayectoria política, con un perfil técnico y a los que les tiene mucha confianza, como el (ex) secretario de Hacienda Orlando Uribe”. Uribe lo acompaña hasta el día de hoy. También allí está Verónica De Vivero Acevedo, una abogada muy preparada quien fue secretaria General de la Alcaldía y amiga desde los inicios en la política, cuando Federico tenía el pelo más largo y parecía un muchacho inexperto.
¿Pero cómo fue la Alcaldía de Federico Gutiérrez? En ella salieron a flote esos dos rasgos de su carácter: el carisma y la mano dura en contra de la criminalidad. Durante el primero de enero de 2016 y el 31 de diciembre de 2019, la ciudad asistió a una persecución de criminales sin precedentes en las alcaldías modernas. Se trató de una estrategia que parecía sacada de la telerrealidad. Federico publicaba carteles de los más buscados y fue tachando uno a uno a los capturados o dados de baja. En redes sociales aparecía participando de persecuciones policiales, salía al lado de generales y coroneles, exponía delincuentes y regañaba a fiscales y jueces por no “cumplir con su tarea”, por lo que tuvo muchísimos comentarios desfavorables.
El punto más crítico de su Alcaldía vino por cuenta del secretario de Seguridad, Gustavo Villegas, uno de los pocos hombres con experiencia política en el gabinete: venía de organizar la desmovilización de los paramilitares en la ciudad. Villegas fue capturado una mañana de julio por nexos con la banda La Oficina de Envigado; en las primeras pruebas, la Fiscalía mostró varios cruces de mensajes y llamadas con Julio Perdomo, un exOficina que fungía como enlace criminal, así se concretaban rendiciones y entregas; en una oportunidad, Villegas concertó que criminales liberaran un carro de una empresa de su propiedad al cual le estaban cobrando extorsión en las comunas del nororiente de la ciudad.
El caso fue de escándalo nacional, pues Villegas era el hombre fuerte de la Alcaldía, le daba al gabinete una cara de experiencia que le hacía falta. Meses después de la captura hizo un arreglo con la Fiscalía y fue condenado a poco menos de dos años de cárcel por omisión de denuncia y abuso de autoridad, en una arregló que fue criticado por la oposición.
Federico se alejó de Villegas, y este a su vez se hizo a un lado de la vida política. Y, contrario a lo que se podía pensar, el entonces alcalde redobló sus esfuerzos en contra de la criminalidad con más capturas, mientras líderes sociales de los barrios le recriminaban porque esa política de pie de fuerza no estaba acompañada de apoyos a la cultura, de incentivos a no caer en la criminalidad. Pese a eso, su imagen favorable siempre estuvo por encima del 80 por ciento.
El equipo de Gutiérrez denunció ante la Fiscalía una presunta campaña sucia en su contra, desde las bases del Pacto Histórico, que estaría buscando dañar su imagen. A dos semanas de la contienda, encontró un micrófono en su sede de Medellín, justamente, después de que Gustavo Petro reconociera que el Pacto había infiltrado a sus contrincantes.
Cada tanto, Federico daba golpes de opinión: peleó con alias Popeye por la exaltación que hacía de Pablo Escobar, lo mismo hizo con reguetoneros y raperos como J Alvarez y Wiz Khalifa, a quienes regañó porque aparecían con camisetas del capo del Cartel de Medellín. Esa obsesión por borrar ese imaginario lo llevó a uno de sus grandes proyectos: la implosión del Edificio Mónaco, que fue la vivienda de Escobar. El hecho fue criticado por curadores de museos de memoria histórica y académicos.
En su momento en una entrevista que dio al periodista Alfonso Buitrago, dijo: “Hemos cometido un error, si uno no cuenta la historia, la cuentan por uno. No es dejar de hablar de Pablo Escobar y de nuestra historia, eso no se nos puede olvidar. Lo que no puedo permitir como alcalde es que venga un cantante de reguetón y le parezca muy gracioso llevar una camiseta de Escobar y lo muestre como un símbolo. Le di la instrucción a la directora del Museo Casa de la Memoria para que haya una sala especial sobre esa época de violencia de Medellín como un homenaje a las víctimas. Si no lo hacemos como Estado, habrá quien venda los narcotours, quien vaya a la tumba de Escobar a consumir droga o a ver el edificio Mónaco”.
Pese a las críticas, Federico mantuvo la unidad en la ciudad, conversaba con todos los sectores. Su alcaldía fue una de las más populares de los últimos años y logró hitos tan importantes como llevar agua potable a los barrios que aún no la tenían; además, sorteó como pocos la crisis de Hidroituango, lo que demostró su templo para gestionar las crisis. Hoy ya la suerte está echada, solo queda la cita con la democracia.
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