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El confinamiento agrava la crisis de los adultos mayores porque la imagen social que se ha desarrollado sobre ellos es que se trata de viejos decrépitos y casi un estorbo familiar, lo que lleva a tratarlos así, o brindándoles sobreprotección, cuando se va al otro extremo.
Hemos observado en la pandemia dos situaciones importantes: familias en las que la persona mayor ya venía siendo maltratada, pero esto se maquillaba por el contexto, porque había interacción social, el adulto asistía a distintos programas y podía distraerse. Tal violencia estaba un poco invisibilizada y no se había confrontado.
Por el otro lado, encontramos grupos en los que las relaciones familiares parecían estar bien, pero con el aislamiento esto se rompe y los grupos familiares se ven obligados a enfrentar una situación que no saben cómo resolverla. Esto nos lleva a mirar de manera prospectiva para ver de qué forma puede acompañarse a las familias a fin de generar nuevas miradas, relaciones y escenarios del envejecimiento desde lo educativo, lo comunicativo y también generar rutas de atención claras para esta población. Invitamos a instituciones, organizaciones sociales, académicas a impulsar proyectos en pro de una vejez digna, activa, participativa, que ayude a construir una sociedad con mayor equidad.