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El Covid–19 desató para todas las sociedades una pandemia silenciosa de salud mental, derivada del doble riesgo paradójico: temor al contagio externo y desgaste emocional del confinamiento, lo que produjo un aumento de hasta un 30 % de síntomas de deterioro de la salud mental, tales como los trastornos de ansiedad, depresión y pánico, incluso suicidio.
Como si no fuera suficiente, la sociedad colombiana enfrenta ahora una doble elipse traumática, al sumar el estallido social de casi un mes de oleada de protestas. Así, la salud metal vuelve a salir mal librada; nuestro equilibrio emocional es sensible a factores de riesgo contextuales como la pobreza, el desempleo y la violencia, y lamentablemente dicho estallido y la pandemia de covid-19 combinados profundizan tales riesgos.
Esos factores de riesgo nos llevan a entrar en una cierta anomia, que incrementa el nivel de malestar, preocupación y estrés que deriva también de una protesta social que ha sido criminalizada y empañada con expresiones de violencia vandálica y policial.
Esta afectación de nuestra salud emocional, nos hace nublar la visión de futuro y sintonizar con una onda de pesimismo, compresible pero nefasto, pues obstaculiza nuestra percepción de bienestar subjetivo y nos impide colorear con esperanza el porvenir