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Tanta gente buena

Nuestra resistencia civil consiste en evitar a toda costa que nos quiten el derecho a identificar la generosidad y la bondad que habita en la mayoría de los colombianos.

27 de marzo de 2025
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  • Tanta gente buena

Enfrascados como estamos en las redes sociales, y sobre todo en X que es un ring de lucha libre donde la gente suele sacar lo peor de sí, nos estamos perdiendo de darnos cuenta de la cantidad de gente buena y honesta, y de sus maravillosas historias que muestran como todos los días están construyendo un mejor país.

Nos llamó la atención el caso de un taxista de Medellín que este domingo devolvió el teléfono celular de una pasajera que sin darse cuenta lo dejó en su vehículo. Cuando la usuaria lo llamó, el taxista le dijo que ya lo había visto, y que iba en camino para devolvérselo. Ella intentó darle una propina de agradecimiento, pero el taxista le dijo que no era necesario: “eso es lo que hay que hacer”.

Seguramente como ese taxista, honrado y generoso con su tiempo, hay decenas, cientos o miles en el país.

Puede parecer una anécdota, pero es algo mucho más profundo: cada una de estas personas ayudan a construir confianza, que es uno de los valores más preciados –y por estos días más escasos– de una sociedad.

En este mismo periódico, el lunes, publicamos la historia del “milagro” del cual son artífices Carmen Pérez y Davidson Hidalgo, una pareja que decidió dar de comer todos los días a 100 niños, adolescentes, y adultos mayores que viven en la parte baja del barrio La Sierra, en Medellín. Y lo han hecho, sin descanso, durante cuatro años. Carmen y Davidson abrieron su casa como comedor, y después, cuando no daban abasto por el número de comensales, se inventaron un terreno en el vecindario y construyeron. A tal punto llega el desprendimiento que cuando se necesitó una ventana, Davidson decidió quitar la de su propia casa.

Son historias sin duda conmovedoras. Y como las de ellos a menudo documentamos en estas páginas tantas otras: desde las de “Un Viejo Favor”, que bajo la batuta de Santiago Jaramillo se ha dedicado a resolver necesidades de todo tipo que agobian a la gente; hasta, por qué no, ese esfuerzo de los empresarios de un profundo contenido social que acaba de cumplir 50 años y que se llama, Proantioquia.

Pero lo que más llama la atención no es que exista en Colombia gente buena como ellos, sino el extremo al que hemos llegado de que tantos otros se sorprendan de que así sea. Luego de la publicación de la historia del taxista en X se leían muchos comentarios de personas que se declaraban entre sorprendidas y maravilladas.

Y es que por estos días es fácil caer en el pesimismo y la desconfianza cuando todos los días estamos viendo al jefe de Estado lanzando diatribas a diestra y siniestra. Con esa manía cada vez más repetida del presidente Gustavo Petro de calificar a todo tipo de colombianos como “nazis”, “homicidas”, “corruptos”, “ladrones”, “vampiros” o “golpistas”, terminamos todos por creer que vivimos en algo parecido a la antesala del infierno.

El gobernante, lamentablemente, aplica una estrategia elemental de la propaganda política, que consiste en construir unos “malos” para poder él presentarse como “el salvador”. Sin embargo, esa propaganda es válida cuando se trata de movilizar contra grupos que atentan contra la sociedad toda o cuando se trata de verdaderos nazis. Pero cuando, como lo hace Petro, el estigma lo dirige contra ciudadanos y sectores que han dedicado su vida al servicio público, al emprendimiento o a causas sociales, no solo se trata de un agravio innecesario, sino que destruye uno de los valores más preciados de la sociedad: la confianza.

¿Qué gana Petro con poner a la sociedad toda en estado de zozobra? No se da cuenta, que con esa estrategia le clava él mismo un cuchillo a su propio gobierno: porque genera en la población la sensación de que en el país hay que desconfiar de todo y de todos.

La convivencia no solo consiste en emprender políticas públicas improvisadas en busca de una paz total: para que una democracia funcione y la sociedad viva en armonía se requiere de un lenguaje responsable. Quienes lideran el Estado también modelan la forma en que la sociedad se habla a sí misma. Cuando el lenguaje del presidente se torna hostil, cuando convierte en enemigos a quienes ejercen la crítica o simplemente no comparten su visión, se fractura lo más sagrado de una sociedad: sus valores comunes, el respeto por el otro y la posibilidad de construir juntos.

Colombia necesita un liderazgo que una, no que divida. Que escuche, no que imponga. Que corrija donde haya errores, pero sin sacrificar la dignidad ni el honor de quienes han aportado desde otras orillas al bien común. Lo contrario conduce a una espiral de desconfianza que termina debilitando aún más la frágil credibilidad en lo público.

Ninguna transformación verdadera se logra desde la descalificación. La justicia social, la equidad y la paz —causas que el mismo presidente dice defender— no se construyen con odio ni con señalamientos vacíos. Cuando se pierde el respeto por el otro, también se pierde el rumbo de la nación.

Empecemos por reivindicar el derecho a reconocer que detrás de las instituciones de este país han pasado colombianos y colombianas muy valiosos. Y no aflojemos en la defensa de ese derecho. Nuestra resistencia civil consiste en evitar a toda costa que nos quiten el derecho a identificar la generosidad y la bondad que habita en la mayoría de los colombianos.

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