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El mejor homenaje que podría hacérsele a la escuela de Pitalito es replicar su proyecto educativo en distintas zonas del país, de manera que la observación, la creatividad y la constancia se conjuguen para formar ciudadanos que aprendan a convivir con su entorno de forma respetuosa, que desarrollen su capacidad emprendedora y que en definitiva sumen.
Una escuela de Pitalito, Huila, la Institución Educativa Montessori, se ganó el premio como mejor escuela del mundo en acción ambiental. Sí, ¡Una escuela de Colombia es la mejor del mundo! Pero no solo ganó, superando a colegios de países como Emiratos Árabes, Filipinas, China, Argentina y Canadá, si no que lo hizo sin contar con herramientas básicas como estar conectada a internet o tener instalada una biblioteca.
A pesar de los escasos recursos, la escuela ha acumulado 30 premios nacionales e internacionales. ¿Cómo ha sido posible esta gesta? No ha sido precisamente la suerte lo que los ha llevado hasta aquí, sino el esfuerzo y la creatividad. Y, tal vez lo más importante, es que deja una lección significativa sobre lo que podría ser el futuro de la educación en Colombia: si queremos un cambio, busquémoslo en experiencias exitosas como esta.
Los 3.268 estudiantes de la escuela han crecido en fincas cafeteras, pertenecen a familias dedicadas a la recolección del café o tienen vínculos con alguna actividad basada en el grano. La región de Pitalito donde se encuentra la escuela es la mayor productora de café según la Federación de Cafeteros.
Todo ese contexto es importante para entender el panorama con el que se encontró Ramón Majé Floriano, el profe Ramón, cuando llegó a trabajar como docente de matemáticas y física en esa institución. Comenzó con 380 estudiantes que pertenecen a los cursos superiores y junto a otros seis maestros se dio a la tarea de entender el entorno. Su idea era crear una relación directa entre la escuela y la comunidad, y entre la comunidad y el territorio. Y así surgió hace siete años Cafélab, una iniciativa que trabaja en la construcción de ideas sustentables a partir de los residuos generados por el café.
Hicieron visitas a los cafetales, tomaron medidas, generaron estadísticas y se dieron cuenta del grado de contaminación que podía dejar cierta materia orgánica que iba quedando. Se pusieron entonces a pensar en diferentes ideas y así surgieron proyectos para hacer con la cáscara bebidas aromáticas, vinos, dulces y harinas. Con el mucílago lograron generar la energía suficiente para encender una bombilla. Y con el tallo de la planta, por su alta densidad y resistencia, elaboraron muebles.
Empezaron a presentarse a distintos concursos y los premios y viajes les comenzaron a llover. El más reciente, el ambiental, vino de la plataforma educativa Global T4: recibieron 50.000 dólares con los que van a emprender la construcción de nuevos laboratorios y salones para ampliar el modelo educativo a toda la institución, para que desde los primeros cursos se trabaje pensando en proyectos.
La escuela de Pitalito ha roto un paradigma de educación tradicional. Y ha demostrado que la precariedad no debe ser limitante. No hay que olvidar que la educación del campo en Colombia se enfrenta a retos inmensos. De acuerdo con estudios recientes, casi el 80% de las sedes educativas en las zonas rurales no cuentan con internet, el 18% no tienen energía eléctrica y el 61% de los estudiantes deben desplazarse a sus colegios a pie en medio de territorios que suelen ser muy extensos.
Por eso, más allá de quedarnos a aplaudir los premios –que bien merecidos los tienen– el fenómeno en el que se ha convertido la escuela debe hacernos reflexionar sobre qué le está diciendo ese modelo de escuela a la educación en Colombia en general.
¿Qué tal si el esfuerzo de los docentes y de las escuelas públicas se enfoca cada día más en construir pedagogía a partir de proyectos que lean e interpreten el contexto social y territorial en el que se mueven sus alumnos?
En estas páginas hemos registrado los ejemplos de otros colegios, o de alumnos destacados, en los que su planta de profesores también trabaja alrededor de proyectos. Como la historia de Mariana Pérez, que publicamos hace unos meses, una joven de 25 años a la que la Fundación Bill Gates le quiere comprar el proyecto que comenzó a desarrollar en su colegio y lo perfeccionó fuera de él.
Como el ejemplo de Mariana y el de la escuela de Pitalito son varios los que hay en el país; sin embargo la institucionalidad educativa parece ir a paso de tortuga en el progreso de este tipo de ideas innovadoras para hacer más pertinente y efectiva la educación en Colombia.
Países como Finlandia, a pesar de tener el mejor sistema educativo del mundo, desde 2016 decidió cambiarlo, aplicar un método similar al de la escuela de Pitalito que se llama “phenomenon learning”, sistema bajo el cual las clases tradicionales son desplazadas por proyectos temáticos en los que los alumnos se apropian del proceso de aprendizaje, como en nuestro caso el del café.
Tal vez el mejor homenaje que podría hacérsele a la escuela de Pitalito, a sus profesores y a sus alumnos es replicar su proyecto educativo en distintas zonas del país, de manera que la observación, la creatividad y la constancia se conjuguen para formar ciudadanos que aprendan a convivir con su entorno de forma respetuosa, que desarrollen su capacidad emprendedora y que en definitiva sumen.
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