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Irán, que durante años consolidó su influencia a través de gobiernos aliados como el de Assad, se encuentra perdiendo terreno de forma acelerada.
La abrupta caída del régimen de Bashar al-Assad marca el fin de una era para Siria, un país que durante más de medio siglo estuvo bajo el dominio de su familia: su padre gobernó 29 años y Bashar “heredó” el poder en 2000 hasta este domingo 8 de diciembre.
Assad, quien hasta el último momento confió en el respaldo de sus fuerzas armadas, vio su gobierno desmoronarse en cuestión de días. Aunque su ejército había logrado sostenerlo en el poder durante una de las guerras civiles más brutales de la era moderna, que alcanzó a durar 13 años, la corrupción, las deserciones masivas y una crisis económica terminal lo dejaron sin margen de maniobra. Cuando a principios de la semana pasada los rebeldes avanzaron hacia Damasco, Assad pretendió defender la capital, pero para la noche del sábado ya había huido del país, dejando tras de sí un vacío político que rápidamente han proclamado las fuerzas rebeldes.
El colapso relámpago de Assad expuso la fragilidad de un régimen sostenido casi exclusivamente por sus alianzas internacionales. Durante más de una década, su supervivencia dependió del apoyo de milicias extranjeras provenientes de Irán, Líbano y Afganistán, así como del respaldo militar de Rusia. Sin embargo, en sus horas finales, esos aliados se distanciaron, incapaces o poco dispuestos a intervenir. Los rebeldes, liderados por grupos fundamentalistas islámicos, aprovecharon esta situación para lanzar un avance vertiginoso, tomando ciudades estratégicas como Alepo, Hamas y Homs, llevándolos a rodear Damasco en poco más de 10 días de ofensiva militar.
La caída de Assad simboliza también el colapso de uno de los últimos bastiones de los árabes laicos, un movimiento que en el siglo XX prometió modernizar y unificar a las naciones árabes bajo un ideal secular, pero que terminó consumido por el autoritarismo y las divisiones sectarias. Así como ocurrió con el régimen de Sadam Hussein en Irak, el gobierno de Assad se desmoronó, dejando tras de sí un legado de represión, guerra y fragmentación. El fin del régimen de Assad no solo marca el cierre de un capítulo en Siria, sino también el ocaso definitivo de una ideología que alguna vez definió la política regional y que ahora yace irrelevante frente al caos que ayudó a engendrar.
Sin embargo, este desenlace va más allá de Siria. En una perspectiva más amplia, refleja una profunda realineación de poder en Oriente Medio, donde Irán, que durante años consolidó su influencia a través de gobiernos aliados como el de Assad, se encuentra perdiendo terreno de forma acelerada, y quién sabe si irreversible. La foto de la región ha cambiado radicalmente en apenas un par de años. Aunque el régimen iraní mantiene un discurso triunfalista, los hechos cuentan otra historia: la caída de Assad debilita severamente su red de aliados y socava su posición estratégica. Desde la desintegración del régimen sirio hasta los golpes recibidos por Hezbollah, su principal brazo armado en el Líbano, Irán ve cómo se desmorona el entramado que sostenía su influencia regional. La pérdida de Siria como pieza clave en el “Eje de la Resistencia” –que incluye a países aliados como Yemen, Líbano y Venezuela– no solo afecta su capacidad logística, sino que también golpea su narrativa ideológica. Sin Assad en el poder, Irán pierde un vínculo crucial que le permitía proyectar poder y desafiar a sus adversarios en la región, principalmente a Israel y Arabia Saudita, lo que deja al régimen de Teherán enfrentando un panorama cada vez más hostil y fragmentado. Al mismo tiempo, Rusia, otro pilar del apoyo a Assad, ha disminuido su compromiso militar en la región, en gran medida debido a su involucramiento en Ucrania. Este repliegue ruso ha abierto un vacío que potencias regionales como Turquía y Arabia Saudita intentarán llenar, cada una con su propia agenda y rivalidades.
El conflicto entre Israel y grupos como Hamas y Hezbollah también ha reconfigurado las alianzas y prioridades en la región. Tras los ataques masivos de octubre de 2023, Israel intensificó su ofensiva militar contra las redes iraníes, debilitando significativamente a Hezbollah y reduciendo su capacidad de operar. El caos inherente a este nuevo equilibrio de fuerzas plantea riesgos considerables. Un Medio Oriente fragmentado y en constante lucha no solo amenaza con prolongar la violencia en Siria, sino también con desestabilizar a países vecinos como Jordania, Líbano e Irak. La proliferación de actores no estatales y la ausencia de un poder centralizado en Siria podrían convertir al país en un terreno fértil para nuevos grupos extremistas, replicando el vacío dejado tras la caída de Saddam Hussein en Irak.
El futuro del Medio Oriente también dependerá de cómo reaccionen las grandes potencias. Durante su campaña, Donald Trump dejó en claro su intención de evitar nuevas intervenciones militares en la región. Este enfoque aislacionista puede parecer atractivo tras años de costosos conflictos, pero también conlleva riesgos. Un Medio Oriente sin la mediación activa de Estados Unidos podría empujar a los actores regionales a resolver sus disputas a través de la fuerza, intensificando las tensiones existentes. Los próximos años serán críticos para determinar si la región logra encontrar un equilibrio o si cae en una nueva espiral de violencia. Mientras tanto, el resto del mundo observa, consciente de que un movimiento en esta parte del globo suele provocar sacudidas más allá de sus fronteras. .