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Felicidad en fuera de lugar

Tal vez el problema no es que Juárez haya celebrado.... es que lo hizo en un lugar acostumbrado a esconder la emoción. Porque los estadios, al igual que el país, parecen estar diseñados para contener la rabia, no para liberar la felicidad.

22 de noviembre de 2024
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  • Felicidad en fuera de lugar

Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas

En un país donde las derrotas se celebran con discursos vacíos y las victorias se castigan con sanciones absurdas, uno se pregunta si la verdadera hazaña es seguir creyendo en los triunfos.

La decisión en primera instancia contra el Director Técnico de Atlético Nacional, Efraín Juárez, que propone una sanción de tres años sin poder ingresar al estadio, sirve como un espejo doloroso: vivimos en un lugar donde la emoción genuina es vista como una amenaza.El fútbol, eso que nos une en medio de tantas fracturas, también refleja nuestras contradicciones más profundas.

El Director Técnico no insultó, no agredió ni quebrantó ninguna regla del deporte, simplemente dejó que la pasión y la felicidad lo invadieran por un momento... algo que, al parecer, en Colombia es más reprochable que los escándalos de corrupción, las injusticias o el incumplimiento de promesas de campaña. Aquí celebrar es un delito y la felicidad es un acto de rebelión.

No podemos pretender que la tristeza se siga convirtiendo en rutina, que se sigan aplaudiendo las derrotas maquilladas como éxitos, mientras que las pequeñas victorias son ignoradas o castigadas.

Juárez celebró en un país que rara vez encuentra razones para hacerlo, y por eso fue condenado... porque en Colombia, hasta la felicidad honesta es sospechosa, no vaya a ser que desencadene violencia.

Castigamos a quienes se atreven a mostrar pasión, a quienes luchan por cambiar las narrativas grises que nos rodean. Celebrar la vida, el esfuerzo o la posibilidad de un futuro mejor parece ir en contra de la inercia de un país acostumbrado a las emociones tristes.

Tal vez el problema no es que Juárez haya celebrado.... es que lo hizo en un lugar acostumbrado a esconder la emoción. Porque los estadios, al igual que el país, parecen estar diseñados para contener la rabia, no para liberar la felicidad. En Colombia, necesitando más motivos para celebrar, castigamos lo poco que nos da alegría.

No es el fútbol, es nuestra incapacidad colectiva para abrazar los momentos que nos reconcilian con la vida, que nos unen. La verdadera sanción no debería ser contra quien celebra una victoria, sino contra quienes nos han condenado a una vida sin motivos para festejar.

A los corruptos que bien conocemos en Medellín que la sanción no les llega tan rápido como a Juárez, a un presidente que engañó a sus votantes y sus promesas incumplidas llenan estadios... la falta de felicidad debería ser la mayor infracción.

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