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La gran ironía es que Petro, obsesionado con Cien Años de Soledad, terminó atrapado en su propia versión de Macondo: un lugar donde el tiempo no avanza, los errores se repiten y, como en la casa de los Buendía, todo parece condenado a la ruina.
Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas
“De 196 compromisos, se han incumplido 146”.
En cualquier empresa, este sería el informe de un desastre. En el gobierno de Gustavo Petro, fue una confesión en vivo, un acto de autoflagelación transmitido en horario estelar. El presidente, en su obsesión con la transparencia performática, decidió exponer en público el delirio de Aureliano y la ruina de Macondo.
“Me duele ver que en este gobierno que ayudé a elegir se presenten tantos actos de corrupción”.
Suspira la misma que celebró Año Nuevo con la misma corrupción de siempre: Daniel Quintero y Carlos Caicedo. Descubrió, tres años después, que el sueño por el que luchó es un fraude y ahora le gente le dice que estaba mejor cuando ella no era parte del gobierno.
“Yo no me puedo sentar en la misma mesa con Armando Benedetti”.
Dijo Susana Muhamad, pero ahí se quedó seis horas más. Curioso, porque en campaña no le molestaba compartir mesa con él cuando no había cámaras ni micrófonos, pero sí votos de por medio. Y es que cuando los principios dependen de la conveniencia, la dignidad se vuelve una moneda de cambio.
“Armando Benedetti fue el único que me apoyó cuando nadie más lo hizo”.
Con esta frase, Gustavo Petro defendió al Jefe de Despacho que irá a juicio por presunto tráfico de influencias. El presidente ignora sus denuncias por violencia de género y sus traiciones políticas... la gratitud personal (o los secretos que Benedetti pueda guardar) está por encima de la ética pública.
“Daniel Quintero es una figura destacada que logra impactar positivamente a las masas por fuera de la capital antioqueña”.
Es necesario entender la confusión del presidente. Él nunca se ha interesado por Medellín, así que no es raro que no entienda que aquí se desapareció el presupuesto. Medellín no le importa, nunca le ha importado. Solo la usa cuando necesita un discurso o una excusa.
La gran ironía es que Petro, obsesionado con Cien Años de Soledad, terminó atrapado en su propia versión de Macondo: un lugar donde el tiempo no avanza, los errores se repiten y, como en la casa de los Buendía, todo parece condenado a la ruina. Mientras tanto, Colombia sigue esperando atrapada en un realismo mágico que cada vez se parece más a una pesadilla.
García Márquez escribió sobre la soledad del poder, y Petro, fascinado por su obra, decidió vivirla en carne propia. Lo que vimos no fue un acro de transparencia, sino la confesión de un fracaso, una ruina en micrófonos, un desastre televisado y el epitafio de un gobierno que prometió cambio y entregó caos.
El gabinete no es un equipo, es un cementerio de ilusiones en el que Aureliano se quedó solo y el país está pagando el precio.