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La inspiración nunca llega fortuitamente sólo aparece cuando uno tiene, aunque sea, una vaga idea de lo que está buscando o cuando necesita resolver algún escollo específico.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
En estas vacaciones me dio por ponerme a pintar. Como estaba en un lugar sin señal ni wifi le encargamos al artesano del pueblo unos pescaditos de madera para que los invitados se entretuvieran pintándolos. Nadie se enganchó con la actividad, así que terminé yo haciendo lo que nunca en la vida: pintando. Jamás había agarrado seriamente un pincel, pero después de hacerlo no lo volví a soltar. De repente me encontré analizando los colores de las flores, los caracoles y las hamacas; los patrones de las plumas de las aves y las hojas de los árboles; los diseños de los vestidos de baño, de los mosaicos del suelo y de las tazas del café. Tras abrir los ojos empecé a ver ideas para pintar por todas partes, ideas que siempre estuvieron ahí pero que solo hasta esta temporada comencé a analizar con desbordado interés.
Los peces empezaron a tomar nuevas formas lo que me dio confianza para mezclar colores y ensayar diseños. Me di cuenta de que pintar me relajaba, cada sentada era lo más cercano a una meditación en la cual la mente divagaba por vericuetos inexplorados. En un momento dado noté que pintar no era tan diferente a escribir, ambas actividades requieren de concentración, paciencia y los sentidos abiertos. En ambas se llega a un resultado que no se busca de manera programada y explícita, sino que se va revelando en la medida en que se avanza, va surgiendo mágicamente como una sumatoria de aquellas cosas que tienes alrededor y que has comenzado a analizar de manera activa.
A menudo la gente me pregunta de donde saco ideas para escribir una columna semanal, yo les respondo que si ellos tuvieran que escribir una columna semanal con seguridad también encontrarían ideas porque ellas siempre están rondando por ahí, el asunto es que se necesita una motivación para encontrarlas: están en las conversaciones a la hora del almuerzo, en los libros leídos, en los diálogos de las películas, en las filas del supermercado, en las vacaciones, en los peces de madera, en las caminatas con los tenis empantanados, en realidad, están en todas las escenas cotidianas de la vida, si uno aprende a observar seguro se las encuentra y si tiene algún proyecto en curso empieza a incorporarlas, ese es el gran secreto de la creatividad.
En mis talleres de escritura suelo decir que la musa no existe y realmente creo en ello. La inspiración nunca llega fortuitamente sólo aparece cuando uno tiene, aunque sea, una vaga idea de lo que está buscando o cuando necesita resolver algún escollo específico, por ejemplo, en el caso que traigo hoy a colación, qué diseños, patrones o colores podía usar para pintar los peces. Lo he visto mil veces en mis alumnos, aquellos que dicen no ser creativos en realidad lo que les ocurre es que no abren los ojos y no saben qué están buscando. Por eso vivo tan agradecida con este espacio semanal que ya ajusta dos años, porque más que permitirme expresar mis ideas, me ha dado una excusa maravillosa para andar por la vida con la curiosidad afilada y los sentidos abiertos. También agradezco a los peces de madera por haberme regalado nuevas formas y colores para ver el mundo.