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Sandra, aún hay tiempo

Los imperios, los gobiernos plagados de corrupción y las ‘familias’ de los capos mafiosos suelen caer por erosión, como le ocurre a la tierra que va perdiendo la capa superficial del suelo.

01 de diciembre de 2024
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  • Sandra, aún hay tiempo

Por Melquisedec Torres - @Melquisedec70

Santiago Medina lo pensó más de dos veces, pero finalmente se decidió. Reveló todo el entramado criminal que le permitió a Ernesto Samper ser elegido presidente en 1994. Medina, un reconocido anticuario miembro de la élite bogotana, entendió que no valía la pena sacrificar más de lo que ya había perdido por seguir cuidándole la espalda al principal beneficiario de ese concierto delictivo, el Presidente. Había sido el tesorero de la campaña, una ficha al final menor, cuyo silencio quisieron comprar con una embajada de medio pelo en Europa. Y ni eso le cumplieron.

Diversos oficiales del Ejército han decidido asumir su responsabilidad y, a su vez, delatar el papel activo de poderosos generales que provocaron el horroroso episodio de los “falsos positivos” que, más allá de si fueron 6.402 o 1.934 asesinados a mansalva y sobre seguro para cobrar el supuesto éxito operacional de batallones, constituye una muestra brutal del estado máximo de barbarie al que llegó el conflicto nacional.

El coronel Óscar Dávila, con experiencia y capacidad a toda prueba, prefirió no enfrentar la vergüenza de haber sido parte de un grosero acto de abuso de poder con el polígrafo y “chuzadas” contra la humilde empleada doméstica de la poderosa jefe de gabinete presidencial, y se disparó. Así fue, si nos atenemos a un dictamen de Medicina Legal que tiene más aristas confusas que conclusión certera de posible suicidio.

María Alejandra Maldonado, exasesora del ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, le ha dicho a la justicia, entre lágrimas y con la voz sincera de quien sabe que toda su vida ha sido correcta, hasta ese momento: “Él me usó, él usó el hecho de ser el Ministro de Hacienda, que a él no le importaba el costo que tenía que pagar. Eso lo necesitaban allá adentro”.

Los imperios, los gobiernos plagados de corrupción y las “familias” de los capos mafiosos suelen caer por erosión, como le ocurre a la tierra que va perdiendo la capa superficial del suelo. En ese proceso, los grandes árboles se derrumban. No hace falta decapitar o envenenar al emperador si los mandos medios y bajos que han gozado del círculo de confianza resuelven que las engañifas, el abuso, la opresión y el robo de lo público en donde ellos han participado, deben detenerse para beneficio de la sociedad entera. Por supuesto, deben sacrificar su honra confesando los crímenes, pero siempre tendrán a favor esos cortesanos que la decisión final o la instrucción superior para la comisión del delito era del poder central, de los que arriba determinan cada rumbo de la casa imperial. Ellos, los asesores, los consejeros - los ministros incluso - no son más que piezas prescindibles del engranaje.

La exconsejera presidencial Sandra Ortiz tiene la oportunidad aún de sopesar qué papel jugará ante los suyos y los colombianos: seguir ayudando a sostener la catedral de las mentiras bajo el pacto de silencio – similar al que llevó a la muerte al coronel Dávila en el otro oscuro episodio - o someterse a la verdad a cambio de su tranquilidad de conciencia y de generosos beneficios judiciales.

Aún puede.

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