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¿Lo recuerdas?

08 de marzo de 2025
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

“Tengo un problema de memoria”, decía el correo electrónico que escribió. “No es un don, es una maldición” —diría más adelante— “No puedo olvidar. Todo lo recuerdo”. Jill Price tenía 38 años para entonces.

El mensaje llegó a la bandeja del Dr. James McGaugh, neurocientífico de la Universidad de California. Él había conocido a muchas personas presumir con orgullo de su memoria prodigiosa y casi siempre era exageración. Pero esta vez era diferente. La mujer le pedía una cura para los recuerdos, un remedio para olvidar.

Dos semanas después, Jill estaba sentada frente a él. No necesitaba notas, ni fechas marcadas en una agenda. Le basta con cerrar los ojos para esculcar en su mente y desatar el tsunami. Están los buenos recuerdos, claro, pero también los detalles intactos de cada problema, de cada ruptura. Los de sus malas decisiones, sus pérdidas, las malas noticias, las tragedias, sus duelos. Le es suficiente escuchar la fecha, por ejemplo, para que el vacío en el pecho, las náuseas y la debilidad en sus piernas se apoderen de ella tal como lo sintió cuando su esposo murió.

El cerebro también olvida por nuestro bien. La memoria normal desgasta los recuerdos, borra los detalles innecesarios, amortigua los golpes. La de Jill no. En ella nada se difumina, nada se desdibuja con el paso de los años. Cada pérdida, cada fracaso, cada humillación sigue intacta, fija en el tiempo, sin posibilidad de cambiar su significado porque emocionalmente es incapaz de modificar la realidad presente del pasado.

El Dr. McGaugh y su equipo le dieron un nombre a su condición: Memoria Autobiográfica Altamente Superior. Era la primera persona diagnosticada con ella, una de menos de 100 en el mundo. Para la ciencia, un fenómeno extraordinario. Para Jill, la condena más cruel. Su memoria es un espejo implacable. No edita ni reemplaza recuerdos y tampoco le da espacio a reinterpretaciones. Un caso excepcional de recuerdos vívidos porque involucra una carga sensorial intensa de imágenes, sonidos, olores y emociones, haciendo que la experiencia pasada se active con la misma fuerza que cuando ocurrió y la memoria normalmente no es un registro objetivo, sino un proceso reconstructivo.

Es un proceso que modifica y da sentido a lo vivido. Cada vez que evocas el pasado no recuperas exactamente lo ocurrido, sino una versión filtrada por emociones, percepciones y olvidos. La mente humana tiene el poder increíble de transformar los recuerdos y resignificar el pasado por cuenta de esas pérdidas de momentos, de detalles, de exactitud. Recordar, en ese sentido, es la oportunidad de modificar nuestra historia. Pero muchas veces no es la opción que tomamos.
A veces elegimos quedarnos con las versiones más dolorosas, las más duras, las que menos nos ayudan. Insistimos en vivir encerrados en relatos que ya no son reales, alimentando sufrimientos innecesarios y perpetuando heridas que podrían sanar. Para Jill Price no hubo opción, su memoria la condenó a vivir más pasado que presente o futuro. No hay registros de su fallecimiento, pero cuando ocurra, será la única forma en que acalle sus recuerdos. Tú, en cambio, cada día tienes la oportunidad de hacerlo. De transformarlos. Y eso es algo que vale la pena memorizar.

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