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Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
Sin tener ni el más mínimo interés en ser partidario de Trump, sí debo insistir en que es erróneo opinar con superficialidad sobre las advertencias y actuaciones del presidente de Estados Unidos. Hay declaraciones suyas, contenidas en el discurso de posesión, que se ajustan al concepto del sentido común y deben interpretarse en forma ponderada y sin prejuicios. Por ejemplo, al terminar la semana ha reiterado su idea de frenar la guerra de Rusia y Ucrania y facilitar un diálogo con Putin para alcanzar un acuerdo. Ya lo había anticipado en su campaña y además demostró la pertinencia de mediar para contener confrontaciones bélicas al conseguir, durante su primer mandato, un acuerdo entre Israel y Arabia Saudita. Hay que creerle cuando insiste en que una guerra puede evitarse en cuestión de minutos.
Trump es extravagante, agresivo, deslenguado, imprudente. Pero, sin ser ecuánime, no es ningún chiflado ni aciertan los que, más que todo inspirados en reglas caprichosas de propaganda política, lo satanizan hasta señalarlo como el profeta del fin del mundo. El discurso y los actos de este discutidísimo personaje tienen un fondo de coherencia. Asume el liderazgo representativo de los intereses de su nación. Así, la antigua doctrina del destino manifiesto, el eslogan de América para los americanos, no es invención suya. Corresponde a una tradición tejida a la naturaleza estadinense desde sus orígenes. ¿Acaso no ha sido esa misma vocación la de China, la de Rusia y la de todas las potencias que sean o hayan sido? ¿Cuál de todas renuncia a conquistar más gente, poder y territorio? Acéptese o no, lo cierto es que Trump es distinto de Biden en casi todo, primero porque se niega a que avance la decadencia de su país.
La política y las estrategias frente al asunto migratorio parecen exageradas, claro está. Sí, Estados Unidos se constituyó como territorio de inmigrantes. Sin embargo, para nadie debería ser atinado seguir tolerando el actual desorden migratorio que está diezmando la civilización occidental. Una gran equivocación del discurso globalista ha consistido en permitir, con la idea del nuevo orden, el tremendo desorden de las migraciones. Es obvio que a esa amenaza deba hacérsele frente, claro está que de modo justo y sin crueldad. Las oleadas de inmigrantes están causando un caos en el mundo. Atentan contra el tejido social, las culturas propias, la demografía, en nombre del “gran reemplazo”, que desnaturaliza las sociedades. Las deportaciones deben ser de indeseables, y los ciudadanos hábiles y necesitados de trabajo honorable no pueden ser tratados como delincuentes. Que los hay, claro. En una primera redada de hace cinco días cayeron violadores y sujetos del llamado Tren de Aragua. “La operación de deportación masiva más grande de la historia está en marcha. Promesas hechas. Promesas cumplidas’‘, dijo Karoline Leavitt, la portavoz de la Casa Blanca.
En síntesis, es preciso aplicar la sindéresis para emitir conceptos equilibrados. El señor Trump no es el viejo loco, a pesar de sus extravagancias.