Pico y Placa Medellín
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Sí creo que puede mantener una razonable independencia con base en el respeto a la pluralidad, la multiplicidad de opiniones sobre los hechos reales y el saludable ejercicio de la libertad.
Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
Toda una vida he sido oyente empedernido de la Radio Nacional de Colombia, las de otros países y en general de las emisoras culturales. Sobre todo por su buen gusto y su acento formativo que aviva la sensibilidad musical y literaria. Por esa vieja y querida afinidad electiva, tiendo a no aceptar de entrada cuando se cuestionan, como está sucediendo, la independencia y el equilibrio de la radio oficial colombiana. Algo parecido he escuchado sobre la Radio Nacional de España. Pero han sido tan serias y contundentes las críticas de radioescuchas dignos de crédito que “si el río suena, piedras lleva”. Me intriga la presunta antinomia entre naturaleza oficial e independencia, dos ideas tal vez irreconciliables, pero ahí está, sin ser perfecto, el modelo que ha hecho confiable y respetable la BBC de Londres como institución muy compleja respaldada por ejemplo en la financiación mediante el impuesto a los usuarios.
De la RTVC, es decir nuestra radiotelevisión, está denunciándose una tendencia a la censura. Se citan casos de periodistas que han renunciado al rechazar imposiciones del inteligente y controvertido colega Holman Morris, como consta en informes de El Colombiano y de otros medios. Es obvio que la naturaleza de radio y televisión gubernamental sea más de propaganda que de información objetiva y opinión contraria al régimen. Sería un contrasentido si el Estado sostuviera una suerte de quintacolumna oposicionista cuando sabemos que es su propio instrumento legítimo de difusión. Sí creo que puede mantener una razonable independencia con base en el respeto a la pluralidad, la multiplicidad de opiniones sobre los hechos reales y el saludable ejercicio de la libertad. Valga decir, con una respetabilidad a toda prueba y ojalá salvaguardada en controles éticos eficientes como una severa defensoría de la audiencia, limpia de intereses políticos, económicos y personales.
Los oyentes y televidentes, en general no somos hoy en día tan intonsos y engañables como ahora tiempos. Distinguimos entre la manipulación maliciosa de contenidos y el tratamiento desprevenido y creíble. No aceptamos manejos subrepticios o explícitos de temas y personajes. Mientras la programación siga siendo buena y no vaya transformándose en un servicio despojado de calidad, exigencia y criterio universal ante la cultura como “lo que nos hace mejores como seres humanos”, admitimos que no hay obra perfecta y que las 68 estaciones en FM instaladas en todo el territorio (con excepción de Medellín) no se convertirán en cajas de resonancia empalagosas de Petro o de quien lo suceda en el mando.
Lo mismo digo si se tratara de la radio y la televisión de las regiones. Telemedellín y Teleantioquia, Telecafé y canales homólogos son oficiales, sí, pero tienen límites, fronteras éticas, modos de funcionamiento y control, auditorías ciudadanas que los libren de funcionar como serviles instrumentos de alcaldes o gobernadores de turno. La libertad, en una sociedad abierta como pretendemos que sea la nuestra, debe garantizar la actuación de medios de comunicación privados y públicos. Ante todo, decentes.