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Mañana 3 de diciembre se cumple ese aniversario que mantenemos grabado en nuestras historias particulares. En el Teatro Junín recibimos los diplomas.
Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
Una de las pérdidas más graves de Antioquia en toda la historia fue la clausura del Liceo Antioqueño, en 1988. La violencia de aquellos años pavorosos causó la desaparición del máximo colegio de bachillerato de nuestro departamento. Ser bachiller del Liceo ha sido, para quienes tuvimos el privilegio de aprender en sus aulas, el auténtico timbre de orgullo que enaltecía a los antiguos. En el Liceo estudiaron, desde cuando se fundó en 1903, durante la rectoría de la Universidad por Carlos E. Restrepo, muchos de los hombres representativos de la cultura antioqueña en todas sus facetas. Su ejecutoria nos la ponían de ejemplo. El Liceo era el gran modelo de formación de mejores ciudadanos. Era la genuina escuela de saber, inteligencia, altruismo y democracia que pudiera estructurarse.
Por una de esas fatales ironías de la vida le tocó al Gobernador Antonio Roldán Betancur, como Presidente del Consejo Superior de la Universidad, aprobar la clausura del establecimiento. Después de una reunión con periodistas nos invitó a su despacho a Alberto Velásquez Martínez y a mí. De Antonio fui condiscípulo y compañero en la promoción de bachilleres del Liceo de 1964. Le sugerí entonces que organizara, en su condición de egresado y mandatario de los antioqueños, un acto de homenaje al Liceo. Su respuesta fue dura e inapelable: “No, Juan. Por el contrario, no hay más remedio que cerrarlo cuanto antes”. Y enunció las razones y circunstancias que forzaban la muerte de nuestra querida casa de estudio, asaltada por agresivas formas de bandidaje. Y también el recordado Gobernador pereció meses después, víctima del terrorismo.
Una tarde concluí, en una celebración de bachilleres en el Paraninfo: “Se cerró entonces nuestra casa formadora del saber para la vida, la escuela mayor de democracia de la gente de Antioquia. Sin embargo, siento y creo que lo sentimos todos, que el Liceo sigue abierto en nuestros corazones y nuestros cerebros, gracias a la impronta imborrable que nos grabó y a los recuerdos gratísimos que seguirá activándonos cada vez que evoquemos la presencia de nuestros maestros, de los que fueron y de los que todavía son, de los seres paradigmáticos que nos enseñaron a afrontar el reto generoso de avanzar más allá de la última huella que alcanzaron a marcar”.
No pude asistir, por una conspiración de las circunstancias, a la reciente celebración de los sesenta años de nuestra promoción de bachilleres de 1964. Mañana 3 de diciembre se cumple ese aniversario que mantenemos grabado en nuestras historias particulares. En el Teatro Junín recibimos los diplomas. Tal vez ahora resulte ilusorio insistir en la refundación del Liceo que vivimos de muchachos, del renacimiento de una de las obras culturales y educativas que representaron la grandeza de Antioquia. Propuestas de reinvención de aquel proyecto educativo las ha habido, sin éxito. La idea sigue revoloteando. La desaparición del Liceo Antioqueño que tanto extrañamos ha sido una de las pérdidas mayores de nuestra región y del país.