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Bailar un tango, como decía el poeta Juan Gelman, es una conversación acompañada de música y de miradas con el corazón”.
Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Milonga (sitio donde se bailan tangos, milongas, canyengues, candombes y valses), y a la que llegan los que piden abrir cancha (como en El hombre de la esquina rosada, el cuento de Borges), los que saben de firuletes, hacer el ocho y ejecutar el tornillo, los que se mueven al compás del dos por cuatro siguiendo un instrumento, la voz del cantor o lo que los pies les digan, los que saben que pierden si se mueven de la cintura hacia arriba o se les arruga el saco, los que le permiten a la mujer hacer figuras (lo que admite el entrepierne), los que saben con son 71 los botones del bandoneón para jugar con agudos y bajos, los que paran y vuelven y arrancan, los que cierran los ojos porque lo que bailan es un sueño, un arrepentimiento, un no me importa lo que has hecho o un pedir volver a empezar. Bailar un tango, como decía el poeta Juan Gelman, es una conversación acompañada de música y de miradas con el corazón. Ya, en el caso de la milonga, es un juego con aires de picardía y un estar en la calle. En fin, en todo este asunto de desplazarse por el espacio sintiendo, los pies son los que mandan imponiendo los tiempos, que son los vividos.
En los días de Rafael Videla (el dictador que murió sentado en un sanitario), se contrató a Astor Piazzola para que compusiera música que no se pudiera bailar (alguna surrealista como Balada para un loco) y así evitar las reuniones, pero se acabó bailando. El bandoneón crea atmósferas, igual que el violín, el piano y el contrabajo. Y en ese ambiente los pies se mueven, Borges diría que con elegancia, Discépolo con tristeza, Melingo con rabia y Leopoldo Marechal (en Megafón y la guerra) con subversión. Los pies que bailan en la milonga se conectan con el cerebro y entonces se piensa, y quizás esto sea el peligro o el encanto, que las preguntas aparezcan.
En esto de tangos (incluyendo los demás ritmos) los hay hermosos (Por una cabeza), herejes (Tormenta), filosóficos (Uno), llorones (El llorón), humorísticos (El hipo), románticos (Yo no sé qué me han hecho tus ojos), enamoradizos (Silueta porteña), climáticos (El huracán), en fin, los pies tienen qué hacer, las manos qué apretar y el corazón que saltar ampliando espacios. Y se debería aprender de esto en tiempos en los que la elegancia se ha perdido y solo unos pocos la ejercen. Aprender a ir, moverse como es debido, entendiendo, viendo lo que pasa (Cambalache es un buen ejemplo), respetando.
Acotación: hay que bailar bien, hacer de dos un uno, no gritar e insultar y menos usar la pelvis para decir que se está bailando o gritar para creer que se canta. En la milonga se camina bien y esto es lo que nos falta, elegancia.