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Sobre lo irreal mágico venezolano

Venezuela, como país del Caribe, no escapa a la política irreal mágica, a las emociones delirantes y a las luchas permanentes por el poder y la corrupción que propicia un recurso natural abundante como el petróleo.

11 de enero de 2025
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  • Sobre lo irreal mágico venezolano

Por José Guillermo Ángel R - memoanjel5@gmail.com

Estación Coronel Aureliano Buendía (perdedor de 32 levantamientos), a la que llegan venezolanos que tumban gobiernos o se zafan de ellos (José Antonio Páez es el modelo), presidentes y dictadores fugitivos con destino a República Dominicana y España (el avión de Marcos Pérez Jiménez se llamaba La vaca sagrada), seguidores obedientes de asesores norteamericanos (Rómulo Betancur, que fue comunista y después anticomunista, y Rafael Caldera) y santeros haciendo rituales a María Lionsa (diosa del Sorte), al negro Felipe (de buena opinión entre las mujeres) y al cacique Guaicapuro (supuesto protector de Hugo Chávez). Sin que falten en la fila los inmigrantes italianos asustados con el carupanazo (votaron a favor de la dictadura en 1957) y los que acusaron de corrupto a Carlos Andrés Pérez hasta que lo metieron a la cárcel, los representantes de las clases altas emergentes pidiendo parte del poder político y manejo en los negocios públicos, y los que alegan que la pipa de Rómulo Gallegos estaba embrujada por los negros de Birongo (y esto lo salvó del atentado que le hizo Rafael Leónidas Trujillo). Y hasta Henri Charriere, que en Venezuela escribió la novela Banco y así siguió con las mentiras que había contado en Papillon.

Venezuela, nombrada capitanía por España en 1777, dejó de ser tierra de nadie para quedar en manos de militares desobedientes al Virreinato de la Nueva Granada, pues hasta los llanos no llegaba el gobierno y así cada uno vivió como bien pudo, ejerciendo lo de ir de una cama a otra, lo que multiplicó a la gente. Y de aquí salió Simón Bolívar hasta que lo volvieron un general en su laberinto, como cuenta García Márquez, narrando fiebres y traiciones. Fernando González Ochoa, en su libro Mi compadre, escribe que el dictador venezolano Juan Vicente Gómez le había dicho: este país es una gallera y se maneja apostando. Y yo no soy un dictador sino un dominador.

Venezuela, como país del Caribe, no escapa a la política irreal mágica, a las emociones delirantes y a las luchas permanentes por el poder y la corrupción que propicia un recurso natural abundante como el petróleo. Añadiendo a esto la santería y la discursividad calenturienta, las grandes orquestas de música tropical y que de allí emigren miles cada tanto, unos con reses y dólares, y otros con bolsas de plástico. Y se me perdona que hable así del país vecino (que aquí tiene sus filiales), pero la historia que acreditan no dice otra cosa. Militares aburguesados contra asociaciones civiles (y viceversa) y de vez en cuando un Juan Guaidó haciendo parte de un teatro de marionetas.

Acotación: cuando escribo la columna no sé si Nicolás Maduro ha caído (o se ha volado) y qué esté pasando con Edmundo González, que por la edad ya debe tener sueño. Lo que hago por ahora es releer Mi compadre, que me sigue diciendo cómo es que hierve Venezuela.

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