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Por Melquisedec Torres - @Melquisedec70
Las ideas radicales, extremistas, suelen tener resultados radicales y extremistas. Con beneficios enormes inmediatos, pocas veces, o ruina o miles o millones de muertes, la mayoría de las ocasiones.
Suena simple, lo es. El problema es que subsistan líderes y regímenes que pretendan encontrar las soluciones a los constantes problemas de la sociedad adoptando ideas así. Y unas sociedades humanas que crean ciegamente en esos medios propios del fanatismo.
No importa el espectro ideológico. Hitler, Mussolini, Mao, Pol Pot o Stalin, personifican en la historia contemporánea el lado más siniestro de esas soluciones; justamente Hitler llamó “solución final a la cuestión judía” su política de genocidio de los judíos, dentro y fuera de Europa.
Stalin, a su vez, ordenó la “colectivización” de todas las granjas en la Unión Soviética entre 1928 y 1940. El loable objetivo era modernizar la agricultura y aumentar la producción, expropiando tierras, cosechas, ganado y maquinaria, además de deportar y ejecutar a miles de kulaks (campesinos ricos). ¿Resultado? Entre
11 y 7 millones de personas murieron de hambre en Ucrania y otras partes de la Unión Soviética.
Mao, el líder chino, llamó “El Gran Salto Adelante” (1958-1961) sus planes económicos, sociales y políticos con el objetivo de transformar la tradicional economía agraria china a través de una rápida industrialización y colectivización, al lado de un “movimiento de la comuna popular” prohibiendo la agricultura privada. El balance: murieron unas 55 millones de personas, la mayoría de hambre.
Y el admirador de Mao y Stalin, el genocida camboyano Pol Pot – líder de los Jemeres Rojos - produjo un genocidio tal en su país, Camboya, que terminó asesinando, por trabajos forzados o matando de hambre a una tercera parte de toda la población en solo 44 meses que controló esa nación del sudeste asiático (1975-1979). Su idea magnífica era hacer rural todo el territorio (modelo socialista agrario); solo los campesinos eran dignos en tanto que los habitantes urbanos (la burguesía) y los intelectuales debían ser eliminados. Pol Pot hizo retroceder a su país hasta la Edad de Piedra quemando bibliotecas, prohibiendo medicinas y asesinando a todo aquel que usara gafas.
El siglo XXI seguramente no permitirá que monstruos similares crezcan y se instalen con sus ideas devastadoras, pero aún suelen aparecer ciertos alumnos y seguidores fanáticos que, a punta de sofisticados engaños y tácticas habilísimas de verborrea y promesas celestiales, alegando deudas históricas de más de 200 años y llamados diarios al “pueblo soberano” en
contra de las “oligarquías”, han logrado acceder al poder y pretenden emular las “genialidades” de sus ídolos del siglo XX.
¿Cómo detectarlos? Basta que propongan modelos comunitarios o colectivos, que provoquen lucha de clases y griten a todo pulmón contra cualquiera que parezca rico, intelectual o empresario, que ataquen a los otros poderes públicos y que denuncien a diario que los quieren matar. Ah, y que hagan uso de un gran culto a su personalidad, como proponer que el himno nacional sea en homenaje a su figura. Ahí ya se amasa un pequeño molde de Pol Pot, Stalin y Mao.