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Godos y bermejos doctrinarios, abrazados en el dolor, hicieron el mismo papel de aquellos ciclistas que como gregarios colaboran en el triunfo de los favoritos en las carreras.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Terminados ya los escrutinios territoriales, los ahogados son muchos. De todas las clases, colores y sabores. Comencemos con el deficitario balance electoral de Petro.
Contrario a lo que él proclama en sus repetidos trinos para romperle el pescuezo a la realidad, el ejercicio contable de votos de su propio partido fue calamitoso. Para confundir a la opinión pública, él mete en un mismo costal a gobernadores que fueron elegidos en coaliciones en las que participaron grupos que lo apoyan en el Congreso. Pero con su propio logo de izquierda radical no logró ninguna alcaldía en las 32 ciudades capitales y solo 26 en los 1.102 municipios de Colombia. Obtuvo dos gobernaciones, Nariño y Amazonas, 38 diputados de 418, y 642 concejales de 12.063.
Pero su calvario no termina. Los resultados electorales definitivos en el sancocho electoral fueron deplorables. De los 24 millones que acudieron a las urnas, solo un 10% del total departamental y un 8% de los sufragios municipales fueron para el logo del Pacto Histórico. Redujo en 8 millones de votos su patrimonio electoral entre la segunda vuelta presidencial del año pasado y la jornada electoral de este 2023. Como decía un desencantado petrista, toda esa desgracia se debió “a la gestión de Gustavo Petro, sin cuyo concurso estos resultados no hubieran sido posibles”.
Pero Petro no estuvo solo en la catástrofe electoral. En Antioquia le hicieron compañía en su soledad, las propias y arriadas banderas rojas y azules de los oficialismos liberal y conservador. De 125 municipios paisas, los conservadores de camiseta azul ganaron 10 alcaldías, y los liberales, de rojo hasta los pies vestidos, seis. El resto se los repartieron las múltiples coaliciones partidistas – incluyendo azules y rojos borrando sus antiguos logos – que ganaron las 109 alcaldías restantes. Godos y bermejos doctrinarios, abrazados en el dolor, hicieron el mismo papel de aquellos ciclistas que como gregarios colaboran en el triunfo de los favoritos en las carreras.
En la elección para el Concejo de Medellín, el papel de los conservadores y liberales fue asimismo calamitoso. De 20 concejales elegidos, el conservatismo obtuvo dos curules y el liberalismo una. Descalabro duro en sus historiales, comparado con la caudalosa votación lograda tanto por el nuevo partido de Federico Gutiérrez, que obtuvo siete concejales, como del partido de Álvaro Uribe al lograr cinco escaños. Dosis que se repitió para la Asamblea, en donde los hombres de Fico Gutiérrez y los de Uribe y Andrés Julián Rendón se impusieron holgadamente a lo que va quedando de los decadentes oficialismos del viejo bipartidismo colombiano.
El país vive hoy una nueva realidad política, como lo sostuvo el presidente del Congreso, Iván Name. Petro ahondó los problemas para hacer “un país desequilibrado que navega en un mar incierto porque no hay ruta, porque no hay metas”, coyuntura agravada por la incapacidad de un gabinete para comunicarse con los problemas reales de la sociedad colombiana.
De ahora en adelante el compromiso ineludible impulsado por los elegidos será el diseñar una nueva política de reconciliación no solo para desandar los malos pasos de la deplorable gestión populista, sino para abrir esperanzas de poder en el 2026.