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El hecho de que se trate de una economía íntegramente controlada por su gobierno le otorga ventajas con la que no cuentan otros actores. China es hoy, por diseño de Xi, mucho menos vulnerable.
Por Beatriz de Majo - beatrizdemajo@gmail.com
No hace falta mucho análisis para percatarse de que los nuevos gravámenes impuestos por el gobierno de Donald Trump a China constituyen un torpedo a la línea de flotación de la economía del gigante de Asia.
Lo brutal y desmesurado de este incremento de aranceles por parte de los Estados Unidos a las importaciones de China atenta contra el corazón de su política económica. Su crecimiento se ha sustentado por décadas en la construcción y el sostén de una sólida fortaleza exportadora.
En el año 2024 las ventas externas de la segunda potencia mundial representaron una quinta parte de su PIB y, de acuerdo a datos oficiales chinos, más del 17% de las mismas se dirigieron a los Estados Unidos. El año pasado, este país importó 439.900 millones de dólares de su socio comercial asiático registrando un déficit comercial de 295.400 millones.
Es preciso acotar, sin embargo, que más del 80% del producto interno de la gran potencia está impulsado por otros factores que tienen que ver con su consumo interno, sus impuestos y tarifas, el apoyo financiero a sectores prioritarios, la continua expansión de su oferta de servicios, el crecimiento de la industria de manufacturas más sofisticadas y la innovación tecnológica. De hecho, son los servicios los que hoy contribuyen con la mayor proporción de su PIB.
La capacidad de distorsión que las recientes medidas estadounidenses pueden ejercer sobre China es inmensa, ya que ellas alcanzarían no solo al sector de sus ventas externas, sino también a otros elementos claves de su dinámica económica interior con los que el gobierno está obligado a lidiar en la coyuntura actual: la crisis inmobiliaria aun sin superar, la creciente deuda doméstica, la deflación y el desconsumo.
La confianza del inversionista- y la del consumidor por igual- se verán necesariamente lesionadas agregándole una carga de complejidad considerable no solo al manejo macroeconómico sino también a la estabilidad social al interior de las fronteras. Es bueno tener en consideración que la incertidumbre provocada en los mercados globales por estas medidas pudiera impulsar una mayor fuga de capitales y presión sobre el yuan, lo que haría imperativo la intervención estatal para estabilizar la moneda y evitar un colapso financiero mayor.
Es claro, pues, que China sí verá su economía afectada de manera superlativa. Actividades como la electrónica, el sector textil y la maquinaria acusarán un severo golpe. De no haber una negociación entre Pekín y Washington, China se verá en situación de retaliar con las tarifas compensatorias ya anunciadas o con otras herramientas para conseguir defenderse de lo que considera una unilateral e inopinada agresión. El hecho de que se trate de una economía íntegramente controlada por su gobierno le otorga ventajas con la que no cuentan otros actores. China es hoy, por diseño de Xi, mucho menos vulnerable.
Aun en el supuesto de que la administración Trump no persiga con estas medidas otra cosa que reequilibrar sus propias variables, poner en cintura su inmanejable deuda, controlar su inflación, hacer descender sus tasas de interés y evitar el colapso cantado de su propia economía, las secuelas del desacomodo que se producirá en los mercados internacionales y en las cadenas de distribución como consecuencia del perjuicio ocasionado a uno de sus actores principalísimos- China en este caso-puede ser muy costosa para los mercados en su conjunto.
Para un tercero, imaginar el rumbo que tomará la confrontación generada por las medidas norteamericanas es arriesgado. Pero estamos frente a un movimiento estratégico en el cual Washington, que si cuenta con todos los datos, tiene que cuidarse las espaldas.