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Tres etapas del “amor pasión”

Sobrepasadas las etapas, la tercera brinda la posibilidad de saber quién es uno mismo-a, de comprometerse, de dar y recibir, de “ponerse en los zapatos del otro”, de manejar la dependencia, compartir los desafíos y respetar las diferencias”.

04 de enero de 2025
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  • Tres etapas del “amor pasión”
  • Tres etapas del “amor pasión”

Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com

La separación entre la forma y el contenido es evidente en las redes sociales.

Sean reales o imaginarias, las representaciones virtuales arañan la superficie de los hechos, de modo que, si nos interesa tener una comprensión más precisa de lo que sucede, es necesario profundizar más allá de la apariencia.

Sin embargo, no es el único contexto donde existe este fenómeno, también se presenta cuando el poder fascinante de la imagen (forma) ocupa la atención, mientras el verdadero rostro (contenido) de los implicados, permanece oculto. Me refiero a la primera etapa entre dos personas que se atraen.

Hermosa, apetecida y placentera, en esta etapa las mejores cualidades que tiene cada uno se reflejan -a modo de espejo- en el otro, sintiéndose a tal punto extasiados, que no saben quién es aquel o aquella que despierta sus pasiones y desvelos. Se trata del enamoramiento narcisista, donde sentirse bien consigo mismo a través del otro, está a la orden del día.

Cautivos en el embelesamiento de sí mismos consigo mismos, perdón por la redundancia, desaparece la incertidumbre inherente a la vida, el tiempo corre, y la capacidad de accionar por la propia voluntad disminuye, si es que a estas alturas no se ha esfumado. Usualmente, este estado de cosas trae consecuencias fácilmente visibles, sin embargo, rodeados por una aureola luminosa de dicha incomparable, la ilusión de que “nada nos hace falta”, de que “todo lo tengo a tu lado”, hace que sus efectos no se vislumbren. Lastimosamente, casi nunca la pasión dura 100 años, ni tampoco el cuerpo la resiste.

Nutrida con la ilusión de estar completos, la segunda etapa surge acompañada de un desmonte lento pero seguro del delicioso, fascinante y generoso espejismo. Llegados a este punto, comienza a perfilarse la observación realista del otro, a ceder el paso a un murmullo interno que, aunque incipiente, alerta sobre una verdad ineludible: la condición humana y su carencia, la certeza de una falta constitutiva del Ser que no es posible llenar. De hecho, quienes la niegan, corren el riesgo de morir real o simbólicamente, en el intento.

A veces sutil, en algunos casos contundente, los velos se corren, la melodía presenta notas disonantes, las máscaras comienzan a desajustarse, la certidumbre amenaza con diluirse y, el espejo, antes habitado por imágenes edificantes y sin tacha, ahora las devuelve claramente agrietadas. En el “jardín de las delicias” ha surgido una piedra en el zapato y, “al igual que las olas del mar que vienen y van”, ha brotado la inquietud y la duda.

¿Qué nos pasa? Se preguntan los enamorados en el silencio del temor, en el temor del silencio.

Sobrepasadas las etapas anteriores, la tercera brinda la posibilidad de saber quién es uno mismo-a, de comprometerse, de dar y recibir, de “ponerse en los zapatos del otro”, de manejar la dependencia, compartir los desafíos y respetar las diferencias.

De valorar la extraordinaria experiencia, compleja y sencilla la vez, que promete situarse en el camino del amor reflexivo, prudente y sensato que, sin necesidad de reflejarse o clamarse, lo que requiere es ser demostrado.

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