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¿Hasta cuándo la penitencia?

Ese acto televisado muestra lo que es un cuatrienio caótico, regido por escándalos y compadrazgos. Que de cambio solo se conoce por la palanca, pero de reversa.

hace 11 horas
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  • ¿Hasta cuándo la penitencia?

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

Al duro golpe dado por el Consejo de Estado al Gobierno central al tumbarle el abuso que cometía contra los canales privados de televisión, obligándolos a transmitir los consejos de ministros, sigue el pataleo. La administración Petro anunció que impugnaría esa tutela. Seguramente llegará hasta la Corte Constitucional. La gente sensata confía que ese organismo la mantenga en firme. Porque el atropello no solo vulnera el libre derecho a la información de los ciudadanos, sino que es una desconsiderada penitencia para el televidente obligado a ver tan desviroladas sesiones.

En esos consejos de gobierno, Petro pasa al tablero a sus amilanados ministros. Hace anotaciones cargadas de descompuestas alusiones contra aquellas clases sociales que su doctrina le impone aborrecer. Las sindica de todos los males y frustraciones de su gobierno. Es un espacio televisado, mal elaborado, monótono, lleno de agravios y de inconsistencias en materia de realizaciones ejecutivas.

Ese acto televisado muestra lo que es un cuatrienio caótico, regido por escándalos y compadrazgos. Que de cambio solo se conoce por la palanca, pero de reversa. Guiado por espejo retrovisor, fustiga a expresidentes, agremiaciones, a regiones que como Antioquia no son de su simpatía. Los relatos son monótonos, llenos de falsa erudición. Abusa de las imágenes con gráficos interpretados a su arbitrio. Siempre evadiendo responsabilidades, señalando a otros como causantes de los males nacionales.

Petro alienta su histrionismo apoyado en citas históricas para acomodar frases a personajes que nunca las dijeron. Maestro de “cañazos” televisivos, experto en realities para convertir las duras realidades que vive el país en episodios alucinantes, en funciones circenses. En sus relatos adánicos sostiene que todo lo encontró al revés, y que todo lo está poniendo en orden. Como en orden tiene la seguridad nacional y el sistema de salud. Sus medicinas resultan peores que la misma enfermedad.

En sus peroratas, que tiene que oír forzosamente el televidente, le interesa excitar, confundir, dividir. Desprecia el Estado de Derecho. Confunde, no pocas veces, Estado con Nación. Se disgusta con la separación de poderes. No falta sino anunciar en medio de sus delirios, que no solo traerá el gas por líneas eléctricas desde Panamá, sino leche, ordeñada de la Vía Láctea.

Ensimismado en su vanidad, se resiste a dejar de alucinar. Sigue girando alrededor de las galaxias. No aterriza para escuchar los informes de organismos internacionales que, como el Fondo Monetario Internacional, le revelan una situación fiscal apremiante, dado un déficit que está por los lados del 7% del PIB y una deuda pública que llega al 70% del PIB. Los espectáculos televisados de sus consejos ministeriales no pocas veces compiten con el del Chavo del Ocho.

Hasta ahora pareciera que la transmisión forzosa de los consejos de ministros televisados podría llegar a su fin. Falta ver qué pasa con la apelación. Lo evidente es que el Consejo de Estado, al fallar la tutela –de aplicación inmediata– en favor de los televidentes, no solo acertó jurídicamente sino que evitó que los colombianos tuvieran que soportar más la ínfima calidad de los protagonistas del sainete oficial.

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