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El compromiso de las generaciones de relevo es sacar al país del atolladero. Deberán comprender que la piedra filosofal es la educación humanista, basada en una ética social de responsabilidad, solidaridad y productividad.
Por Henry Medina Uribe - medina.henry@gmail.com
Inicié a escribir en este prestigioso periódico el 5 de junio del 2009, gracias a la gentil invitación de quien su momento fuera su directora, Ana Mercedes Gómez. Tras 14 años, al escribir mi columna número 300, he decidido que sea la última, atendiendo diferentes circunstancias propias de mi ciclo vital. Hago propicia la ocasión para agradecer al periódico, a sus directivas y a los lectores, por el honor que me han brindado. Que sea un hasta siempre, con inmenso fervor y gratitud.
Titulé mi primera columna Artesanos de la paz. Expresaba allí conceptos que aún tienen plena vigencia y sobre los cuales poco se ha avanzado. Me refería a la Carta de las Responsabilidades Humanas y a la Alianza de Artesanos por la Paz, sobre los cuales trabajaba con ahínco la Fundación para el Progreso del Hombre. Escribía sobre la necesidad social y política de buscar el equilibrio entre derecho y responsabilidad, así como de ver la paz como “el arte de administrar las transiciones”.
Estos conceptos, sumados a la idea de que no es suficiente ganar la guerra para lograr la paz, y a la necesidad de fortalecer la ética y el mejor entendimiento de la política en un nuevo pensamiento del liderazgo militar, conformaron la columna vertebral de mi pensamiento escrito. Un grano de arena en la inmensidad del desierto.
En esta ocasión final, me propongo hacer algunas reflexiones sobre la vida del país que vivimos y que dejamos, el que hemos gozado y sufrido durante ochenta años, que iniciaron con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la mayor hecatombe de la humanidad, y terminan en los albores de un nuevo orden geopolítico mundial.
En este periodo Colombia reafirmó su condición de sociedad forjada en el yunque de la violencia; ahora agobiada además por el lastre del narcotráfico, la corrupción desbordada, el desafecto hacia los bienes públicos, la visión política cortoplacista y la supremacía de los apetitos individuales sobre el bien común. Nuestra principal falla ha sido el no haber sabido escoger nuestra dirigencia política.
Todos estos aspectos han contribuido a diluir progresivamente nuestro capital social, a minar nuestro carácter y a frenar nuestras potencialidades; pero afortunadamente no han llegado a vencernos. Nuestras principales virtudes y activos están en nuestro ADN, en el temple del guerrero que no se rinde, en una alta resiliencia y en estar asentados sobre una geografía excepcionalmente ubicada, rica y biodiversa.
El compromiso de las generaciones de relevo es sacar al país del atolladero. Deberán comprender que la piedra filosofal es la educación humanista, basada en una ética social de responsabilidad, solidaridad y productividad, suplantando la del egoísmo, el facilismo y la intolerancia.
El pensamiento colectivo debe ser diferente, pues somos lo que pensamos. El pensamiento guía la palabra, esta tiene efecto sobre nuestro cerebro y él, a su vez, define nuestras acciones.
Solo así será posible crear una nueva realidad en la que nuestros soldados dejen atrás la pregunta recurrente: ¿vale la pena ofrendar la vida para mantener el estado de inequidad, corrupción y mentira que reina en el país?